“La fe en Dios ha de ir insoslayablemente
unida a la lucha infatigable para abolir todas las injusticias que pesan sobre
la humanidad.” 32ava Congregación General de la Compañía de Jesús. Dic. /1974
Nadie
podía pensar que la resolución de la Asamblea General de la Compañía de Jesús,
se iba a convertir en la base del papado que está iniciando el soldado de
Loyola, Jorge Mario Bergoglio sj, el Papa Francisco para el mundo entero,
treinta y nueve años después. Porque para nadie puede ser un secreto que si
algo viene a reparar este Sumo Pontífice, es la injusticia que impera en el
mundo entero, reflejada en los regímenes de cualquier ideología que pisotean
los derechos básicos del hombre. Los pisotean en África y en América; en Europa
y Asia y hasta en las grandes democracias en donde el desbalance económico es
notoriamente desigual.
Pero
esa lucha titánica no puede caer sobre los hombros de un solo hombre. El Papa
Francisco es el gran líder que tanto necesitábamos, el gran guía que con su
humildad y carisma nos va a iluminar el derrotero para terminar con los
gobiernos que manosean la religión con fines políticos; que convierten a los
hombres de carne y hueso en dioses momificados para seguir sembrando la
desigualdad, el latrocinio y la muerte lenta que produce la ignorancia; que se
quedan en el poder por la fuerza de las armas y el peso de la injusticia y
someten a sus pueblos a verdaderas hambrunas, mientras ellos acumulan dinero
robado en sus cuentas bancarias.
Sin
la ayuda decidida de nosotros los católicos, las intenciones del Papa Francisco
se pueden quedar en ilusiones y el pueblo católico seguiría siendo víctima de
los miles de enemigos, solapados y declarados, que buscan la destrucción total
de la iglesia de nuestros ancestros y la propia.
El
enunciado de la 32 asamblea general de los jesuitas nos dice claramente lo que
tenemos que hacer: Probar nuestra fe en Dios combatiendo la injusticia, porque
donde no hay justicia, o se aplica caprichosamente, no puede existir nada
positivo.
No
podemos negar el impacto de la carga positiva en nuestro voltaje, que recibimos
con la elección del Papa Francisco. Desde el comienzo él nos empezó a indicar
el curso de su reinado: humilde como de Asís y fuerte como Iñigo. Descartó las vestimentas lujosas de
príncipes reales y se presentó ante el mundo con su sotana blanca de sacerdote
puro. Descartó la corona incrustada de piedras preciosas y calzaba los zapatos
con los que ha caminado por las calles de Buenos Aires. “Quiero una iglesia pobre,
para los pobres.” Palabras peligrosas cuando se pronuncian en el recinto lujoso
del Vaticano.
Así
como el Papa Wojtyla hizo su primer viaje a Varsovia y dejó plantada la semilla
de la libertad, el Papa Bergoglio debe venir primero a Buenos Aires a sembrar
la semilla de la lucha contra los regímenes opresores que existen en el cono
sur. Esa es la semilla de la liberación de siglos de explotación, miseria e
ignorancia. Es la lucha contra la injusticia que nos mantiene en un mundo ni
siquiera contabilizado.
Tenemos
Papa. El nuevo poder de la Iglesia Católica está enfocado en la última
trinchera del catolicismo: América Latina. Con el gran capitán a la cabeza de
las batallas, la amenaza del terrorismo árabe, que amenaza filtrarse por la
Venezuela de Chávez, y la Argentina de Kirchner, está detenida por dos razones:
la muerte del mayor instigador del caos en América Latina y la ascensión al
trono de San Pedro del Papa Francisco, que viene a ponerle la tapa al pomo.
Francisco
es fuerte, es santo, es sabio, pero solo no puede. La hora de demostrar nuestra
fe en Dios ha llegado, con el compromiso de abolir la injusticia que tiene
postrado al mundo.
Jorge
J Cuadra V
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