Onofre Guevara López
El hecho de que entre más información hay
más gente desinformada, no es simple paradoja, sino política de quienes poseen los
grandes medios de comunicación interesados en hacer ver el mundo como les conviene
sea visto. Su contraparte es el raciocinio que puede evadir las trampas que
traen las noticias.
Venezuela es el blanco de ese modelo de periodismo.
No tiene visión hacia el pasado, todo nace cuando un coronel de su ejército
comprendió la necesidad de frenar injusticas sociales, corrupciones y políticas
antinacionales disimuladas bajo los oropeles de la democracia oficial. Lo
intentó con un golpe militar, y fracasó; pero halló eco popular y de ocho elecciones
ganó siete.
Desde entonces, el país rector de la
democracia oficial con su eco en la prensa mundial, dividió a los venezolanos entre
malos y buenos. Los de izquierda son malos porque utilizan la riqueza nacional petrolera
para construir viviendas, dar educación y salud gratuitas, y abonar a la deuda
social que los buenos de derechas heredaron, porque habían enajenado el
petróleo a favor de las transnacionales de los buenos norteamericanos.
Venezuela vive sus contradicciones y
conflictos derivados de esa realidad histórica. Unas veces cometen errores los
malos en su transitar por el rumbo de las correcciones sociales. Y todo el
tiempo los cometen los buenos, porque quieren revertir el curso de los cambios
sociales con golpes de Estado y otras violencias patrocinada por los Estados
Unidos, el protector de todos los buenos de derechas que en el mundo son. (Los
“errores” son eufemismos para no decir aberraciones, con las cuales la prensa
de los buenos hace sus ejercicios cotidianos).
Antes
de fallecer el malo mayor, autoritario con su enorme popularidad, apartó su Constitución y nombró candidato a
Nicolás Maduro. Un error que en su autoritarismo Chávez no lo consideró tal, y Maduro
–fiel y gran promotor del culto al difunto— cometió el error de aceptarlo al
margen de la ley.
De las últimas elecciones resultó
victorioso con estrecho margen, seguramente porque no a todos les gustó la
violación constitucional, la cual fue legitimada con la participación de los
buenos, creyendo que iban a la fija, pero perdieron. Y una propagandística feroz,
le creó condiciones al bueno de Capriles, para una ofensiva fundada en un
supuesto fraude electoral.
Al día siguiente de la elección, los
buenos destruyeron locales del PSUV y varios centros de salud, rebelando que
detrás de todo está su desprecio por los programas sociales. Causaron la muerte
de nueve personas humildes de los malos, y eso tampoco fue captado por la
prensa internacional de los buenos. Si alguno de los muertos hubiese sido de
los buenos, esa misma prensa estuviera esgrimiendo su mejor argumento contra el
chavismo “criminal”, y sería un mejor argumento que el pómulo hinchado del diputado
Julio Borges, de los buenos. Las manifestaciones del chavismo, se vuelven
invisibles para la prensa de los buenos
del mundo; pero en una manifestación de los suyos, hasta los brazos de Capriles
parecieran ser de un gigante.
Los votos de los buenos contra los malos
no fueron votos de gente organizada, sólidamente identificada con la derecha ni
consciente de las raíces del conflicto, sino de gente influenciada por la
prensa de los buenos, o resentida, con o sin justificación, con el gobierno.
El incidente parlamentario no fue visto
de modo distinto de cómo lo ven todo, y para lograrlo, ningún medio de derechas
vio cuando los diputados –señoras incluidas— llegaron con frascos de gases
paralizantes, porque iban en plan provocador. Un gigantón de los buenos,
emulando a Sansón del cuento de las puertas del templo, lanzaba una silla tras
otra, y vestía provocadoramente una camisa estilo circense, igual a la que
usaba Chávez y usa Maduro: con los colores y las estrellas de la bandera
venezolana. Tampoco alcanzó en las fotos oficiales de la prensa mundial.
Es cierto, Diosdado Cabello no tiene
derecho de negarle el uso de la palabra a ningún diputado, en represalia porque
desconocen como presidente a Maduro. Es que los diputados lo son por elección
popular, no por el voto de Maduro. Pero, ¿quién le da derecho a la derecha de pretender
anular el voto de la mayoría?
Definitivamente, no son los intereses políticos
de la oposición ni los del chavismo los que cuentan, sino las reformas sociales.
Y los buenos de derechas las odian –no porque sean obras de los malos de izquierdas—,
sino por una razón de clase. La prueba: nunca las hicieron durante los casi 200
años que tuvieron el poder.
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