Un sólo poema de Carlos Tünnermann
basta para ubicarnos en el drama y la esperanza de ser nicaragüense: “Soñé con una patria de lectores /no lo
logré. /Soñé con un país sembrado de/ escuelas. /Sigue siendo un sueño. /Soñé
con una universidad /henchida/ de humanidades y de ciencias. /¡Inútil empeño!
/Al menos estos sueños /dieron sentido a mi vigilia.” Éste es el testimonio
de sus frustraciones, pero a la vez la frustración es derrotada por la vigilia
y quedan latentes la fe y la esperanza.
Si yo tuviera que, en primer lugar,
felicitar a alguien con motivo de los ochenta años recién cumplidos, el 10 de
mayo, por Carlos Tünnermann Bernheim, no lo felicitaría a él sino a la Patria,
porque ha sido Nicaragua la beneficiada con el CUMPLIMIENTO de una hermosa y
épica trayectoria vital, que resume entereza, ecuanimidad y honestidad. Porque
en Carlos esos tres calificativos alcanzan su justa dimensión ética, estética y
pedagógica. Él es, en sí mismo,
“humanismo beligerante”.
Hoy, por ejemplo, la honestidad,
además de devaluada ha sido prostituida por los políticos en general y por los gobernantes en particular.
Su verdadero concepto lo rescata Carlos con el ejemplo de su propia vida,
porque la honestidad es en él un principio sin fin. Sin otra interpretación que
la que tiene y obliga incluso al sacrificio. Carlos es honesto –“decoroso, razonable y justo”-, y es
honrado por lo anterior, y porque es íntegro y honorable, cualidades que
brillan por su ausencia en nuestro medio, donde para algunos el oportunismo es
sinónimo de pragmatismo. Porque la honradez es antónima de la corrupción, es
que José Martí escribió para los oportunistas y corruptos de todas las épocas:
“La pobreza pasa, lo que no pasa es la deshonra.”
Es además, Carlos, un hombre justo: “Que obra según justicia y razón”, y que
como cristiano se indigna –como indignan los mercaderes del templo de todos los
tiempos- porque en nuestra patria siempre estén pagando justos por pecadores.
Porque ser justo no es ser masoquista, y menos cuando los pecadores que amasan
fortunas se nos quieren hacer pasar por justos. Sin embargo todas las virtudes
de Carlos aquí señaladas, no me hacen felicitarlo con motivo de sus ochenta
años. Me felicito yo, eso sí, en todos los patriotas que sobrevivimos gracias a
su ejemplo, pues somos beneficiarios de lo que él es. Me felicito por su
amistad y me felicito porque su persona reivindica la nicaraguanidad. Da gusto
ser un nicaragüense como él, que con su vida nos dice que se puede ser.
Pero, claro que no tengo más remedio
que felicitar a Carlos, y lo felicito, con gusto infinito, por su esposa Rosa
Carlota. Los felicito a los dos por el amor que los hace inseparables. Nunca
habrá nada que los separe, pues sólo el odio y el desamor separan. El odio es
la única y verdadera muerte. El amor, como el que ellos se tienen, es vida
eterna. La pareja, me consta, es unidad, y saberlo no es para cualquiera. En “Pequeña biografía de mi mujer” lo dice
José Coronel Urtecho: “Sólo yo la miraba
exactamente como era. /No todo el mundo puede, en el momento dado, reconocer /a
su mujer y casarse con ella”. ¿Carlos hasta en eso acertó o Rosa Carlota le
permitió acertar? Con el pretexto de los ochenta años del patriarca en su
familia, felicito a esa república del amor.
LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 12 de mayo
de 2013.
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