El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

miércoles, 9 de junio de 2010

RUBEN DARIO, GRANDE POR SER ENTRAÑABLEMENTE HUMANO

Los Años Mozos
Douglas Stuart Howay

Deificar a Darío es querer restarle lo mas bello, lo mas profundo de su interioridad, lo mas fecundo de su realidad vital; es emascularlo de lo que hace mas extraordinaria su arte y mas comparable su creación artística.
Rubén es grande por su enriquecimiento del habla castellana – segunda versión del Cervantes del siglo XV – por la creación de una escuela literaria moderna en español – que ya Hugo había iniciado en Francia – por haber surgido de la sangre mestiza de América Española – y de la América preterida: Centroamérica – y haber, desde allí, mostrado al mundo su incomparable enjundia, su conocimiento universal del bello imperio de la literatura antigua, medieval y moderno y, desde aquí, la Nicaragua natal, creado una forma que sí, “halló su estilo”, y que basó, fundó, universalizó, una escuela literaria poética y prosaica que no solo deslumbró al mundo, sino que arrastró de inmediato a los ibéricos y, lógicamente, a la elite literaria de Latinoamérica.
Esa escuela, El modernismo, como lo habían hecho Joyce y Shakespeare en Inglaterra, Víctor Hugo en Francia y Schiller en Alemania, relegó a la historia – sin quitarle su maravilloso esplendor del siglo de Oro – al habla castellana dándole matices maravillosos en su armonía y en su contenido profundamente humano, filosófico, social y político.
Amo a Darío que fue capaz de pensar tan alto, de crear una escuela nueva, de revolucionar nuevamente la dulce habla castellana; pero amo más al Rubén que se desnuda ya en sus años de postrera juventud – porque no llega a ser provecto - de su manto regio de maestro de la lengua, de genio literario, y cuenta en su autobiografía – que muchos mediocres la consideran una desesperada búsqueda de fondos, cuando era en realidad el canto del cisne, de la blanca ave inmaculada e inmarcesible que ya presentía el vuelo inevitable hacia lo desconocido, el tan temido érebo que le había atormentado tantas noches de insomnio en su querida Paris, después de las veladas parnasianas, rebeldes y casi decadentistas con los Verlaine, los Goncourt y otros aún jóvenes, seguidores de su aura y su impronta ya inmortales.
¿Quién podrá dejar de amar al hombre poseedor del genio? ¡El genio no es nada sino no es el producto del pensamiento de hombre!, tanto más grande cuanto más humano.
Ingenuamente nos cuenta su precoz experiencia a los cuatro años de edad, cuando lo pillan detrás de una puerta de la escuela de la maestra Jacoba Tellería, en León, le que le enseño a leer; ríspida, solterona, y experta en aplicar con energía la férula en las manos y posaderas de los alumnos.
Amo al Rubén ingenuo y precozmente sabio, audaz y honesto hasta la temeridad.
El Rubén que no tuvo empacho en leer versos anticlericales y rebeldes ante Joaquín Zavala, Presidente de la Republica, cuando siendo aun adolescente ya tenia en la mano, por disposición del congreso de la Republica de Nicaragua, una beca para estudiar en Europa. En ellos, Rubén demuestra su ya descomunal memoria y capacidad de interiorizar lo abstracto y exteriorizarlos con profundidad, armonía y propiedad.

EL LIBRO
¡El libro! ¡Celeste lumbre,
de la humanidad amparo!
¡radioso, divino faro
que gusta a la muchedumbre…!
El libro…..elevada cumbre de la verdad!
Mas ¡Qué digo!
El libro que yo bendigo
con entusiasmo profundo
tiene ante la faz del mundo
un implacable enemigo.

¿Sabéis quién es? Allá está…
Su trono se tambalea, porque el soplo de la idea su trono derribará.
¿Sabéis quién es? ¡Vedle allá sobre el alto Vaticano!
¡Contempladle…! Genio insano,
apaga todo destello
con una estola en el cuello
y el Syllabus en la mano.

Esos versos irritaron profundamente al Presidente conservador Zavala, quien vetó la decisión congresal y dijo al adolescente precoz y genial, en más o menos estos términos:
-Hijo mío – le dice - si así escribes ahora contra la religión de tus padres y de tu patria, ¿Qué será si te vas a Europa a aprender cosas peores?
Amo al Rubén, humano hasta el exceso, que quiso casarse a los quince años con la bella Rosario Murillo – y por eso sus amigos le mandaron rápidamente de regreso a León – una morena de ojos verdes que debe de haber sido una joven esplendorosa.
En León su humanismo se rebela contra la injusticia de la sociedad recoleta del siglo XIX, que priva a su amigo dilecto Francisco Castro de casarse con su amada Narcisa Mayorga, rica jovencita chinandegana a quien sus padres arrebatan del idilio para casarla con otro joven opulento de esa sociedad. El poema que Rubén declama en el cumpleaños de Narcisa denuncia la injusticia social que genera la riqueza y truena contra los ricos señoritos que envilecen el amor legítimo. Casi lo matan los contertulios.
No regresa a León. Humillado, amargado, entristecido por su amigo y por la penuria que le impide pagar hasta el hotel chinandegano donde se hospeda, decide irse de Nicaragua, pide ayuda económica a sus amigos de León y se marcha a El Salvador.
Allá, precedido de su fama ya regional y con cartas de recomendación de admiradores paisanos, lo reciben en las altas esferas del gobierno y el Presidente de ese país Rafael Zaldívar, lo recibe, le atiende y le provee de fondos que le permiten instalarse en el mejor hotel de San Salvador, departiendo con gentes de alcurnia.
Nos cuenta en su Autografía – ocultando algunos detalles – de su experiencia a los quince años, cuando intento intimar con una actriz, supuesta amante del Presidente Zaldívar, hospedada por él en el mismo hotel al que alojaron a Rubén. Eros combinaba en su alma hiperestésica el aliento vital del deseo de vivir, de amar a la mujer y de amar a los otros, sobre todo, a los desprotegidos, a pesar de su aparente inclinación a lo elitario, debilidad comprensible en un adolescente genial.
Admiro al hombre que se enajenó la voluntad de los aristócratas de su tiempo por sus escritos en prosa – que yo considero tan bellos y sesudos como sus versos – condenando el sistema social, condenando la hipocresía de los ricos, el abuso del imperio inglés y luego el norteamericano.
Admiro al poeta capaz de desnudar su alma en sus versos, desnudar su sensualidad, su afición dionisíaca, su aceptación de los aún lejanos pesimistas y decadentistas franceses, su repudio a los políticos fastuosos, viciosos y mañosos, su repudio al capital que compra conciencias, borra pecados y delitos y oprime a los obreros, los que realmente lo crean.
Los primeros avatares y andanzas en el mundo de la bohemia juvenil en el país amigo El Salvador, su enfermedad severa en ese país, le hacen abandonar amigos ya entrañables y regresar a su León de Nicaragua. Luego a Managua cuando apenas cumple los 17 años.
En la ciudad capital reanuda sus amistades intelectuales y hace algunas nuevas; también ¡Oh milagros de Eros y Venus! Reencuentra su viejo amor quinceañero que sigue su curso inevitable cuando ya, adolescente aún, es famoso por sus muchas obras de contenido social. En sus 17 años de vida compone para ella Alí y la Cabeza del Rabí, y como un grito premonitorio del aspirado protagonismo del Nuevo continente: El Porvenir.
No tarda su alma sensible en encontrar alivio a la mordedura venusina de la morena de ojos verdes, la de las tardes de ensueño en la riberas del Xolotlán, todavía puro. Rosario parece haber calado más profundamente de lo que la gente cree en el dúctil y delicado corazón del poeta.
Cumpliendo 18 años, murió en Francia alguien a quien consideraba maestro: el genial romántico y modernizador de su lengua Víctor Hugo. Esa pérdida lo motivó a escribir, posiblemente con ojos humedecidos, el bello poema Víctor Hugo y la Tumba”.

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