El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 17 de junio de 2010

FIDELIDAD CON LA HISTORIA: UN COMPROMISO DE FUTURO

“Hay que acostumbrarse a la idea que la Universidad es un lujo del espíritu (…)
y que en ella se educa lo mejor del país, la gente que tiene que hacer
la segunda independencia contra la ignorancia, la miseria
y otros tantos vicios de cuyos nombres no quiero acordarme”.
Mariano Fiallos Gil, Padre de la Autonomía Universitaria.



Julio Francisco Báez Cortés
(Intervención en la UCA, 10 de junio de 2010)


Inicio estas reflexiones impregnadas de sentimiento, respeto y convicción, proponiéndoles como acuerdo unánime el rescate de dos palabras capitales que hoy nos han convocado: Historia y Reconciliación.

Albert Camus recuerda la conceptualización del encuentro fraterno con la historia como lo opuesto a un ritual de apagada misericordia o compasión, y que por tanto –en una clara emulación del amor– “no es solamente una fulguración, sino también una larga y dolorosa lucha en las tinieblas por el reconocimiento y la reconciliación definitiva”. Esta poderosa razón garantizará que mis palabras no vayan a transitar tímidamente sobre cáscaras de huevo y nebulosas abstracciones. La primera en reclamarlo sería el Alma Mater. Todo lo contrario, fiel a las ideas centrales que hoy aguijonean el recuerdo y los anhelos de dignidad, trataré de ser directo en mi alocución.

Contexto ineludible

Resulta imposible asimilar en toda su dimensión los acontecimientos del movimiento estudiantil de la UCA desarrollados a lo largo del período 1966-1971, sin antes aprehender las razones históricas de una patria convulsionada en sus luchas contra la feroz dictadura somocista, cuyos tentáculos amenazaban gravemente, incluso, con instalar tienda en predios del pensamiento y la academia.

Una objetiva periodización de esa parte decisiva de nuestra historia contemporánea, daría cuenta inequívoca de su fiel correlato o reflejo en las etapas del desarrollo de la UCA. Así, nuestra Universidad no estuvo ajena a la opción por la causa de los humildes que ondeaba en los años sesenta, sólo que en esos tiempos los abanderados no se encontraban en el liderazgo institucional de la UCA del décimo aniversario de su creación, conducido por el Rector León Pallais Godoy, a quien el pujante movimiento estudiantil, apuntalado además por maestros, trabajadores administrativos y padres de familia portadores de la misma causa, le demandaban consecuencia y compromiso en momentos cruciales de la nación. La “Aventura del espíritu”, bendito desafío y plegaria fundacional de José Coronel Urtecho en 1960, había extraviado peligrosamente su rumbo.

Dos militantes de la complicidad y la rectitud se encargaron de plasmarlo en las tablas de la historia: Pablo Antonio Cuadra y el Héroe Nacional Pedro Joaquín Chamorro (¿en qué lucha contra la injusticia no anduvo este soñador de tiempo completo?). Sus palabras de indignación en momentos cimeros aún resuenan en el trascendente editorial publicado en La Prensa del 22 de abril de 1971. Resumiendo el momento que vivíamos, expone: “Y allí se fueron, padres e hijos y sacerdotes en una generosa y ejemplar confusión; señoras y señoritas, jóvenes y viejos, a la cárcel, sólo porque unos cuantos sacerdotes jesuitas –más increíble todavía– llamaron a la autoridad para ‘restablecer el orden’”.

Es mediante el proceso de transformaciones estructurales iniciadas como fruto de las efemérides que hoy rememoramos, que la Universidad Centroamericana logra avanzar con el nuevo rostro que los rectores de los años 70, Arturo Dibar y Juan Bautista Arríen, le supieron imprimir. Luego, durante la década revolucionaria la UCA logra integrarse con éxito y creciente compromiso por la ciencia y lo social bajo la rectoría de Amando López, Miguel Ángel Ruiz y César Jerez, para coronar desde los años 90 a la fecha con la sangre vital de los rectores Xabier Gorostiaga, Eduardo Valdez y Mayra Luz Pérez Díaz. La atrevida pincelada fugaz que en pocas líneas he presentado sobre la jefatura de rectores notables, ulterior a los cambios, habla de desarrollo, de conciencia en acción y de la misión cumplida con la sociedad por una fresca y renovada Universidad Centroamericana.

La autocrítica enaltece

No hay duda que esta ceremonia histórica y a la vez profundamente simbólica, nada tiene de simplona formalidad. Pensamos, hablamos y nos comprometamos con la UCA y Nicaragua en este hermoso acto de fe por el presente y un futuro que a partir del 2010 anuncia nuevos dolores y necesarios alumbramientos. Este encuentro no marca la hora de piadosa indulgencia; más bien hemos preferido el estrechón de manos y el abrazo andariego por la conquista en comunidad de una escurridiza utopía hoy golpeada y asediada por el poder. Es la voluntad colectiva que se transfigura como el perfecto aliado de la consecuencia convertida en hechos y verdad.

A propósito de las dos palabras con alma que hoy celebramos, Historia y Reconciliación, no está de más traer a la palestra su pálida antítesis, la palabra hueca, la palabra muda, la palabra que miente y en su miseria no es capaz de alentar ni subvertir nada. Humberto Eco la desnuda mediante el sencillo ejemplo de quienes transitan en silla de ruedas. Primero fueron minusválidos, posteriormente discapacitados, luego personas con capacidades diferentes, pero nunca se les construyen rampas de acceso a lugares públicos. Vocablos “modernos” e ideales para evadir los problemas estructurales que ahogan al mundo contemporáneo.

Algo así ocurrió hace cuatro décadas. Fue a inicios de 1971 cuando más de medio centenar de jóvenes, entre 17 y 22 años de edad, recibía por correo certificado sus calificaciones académicas de fin de curso, rematadas por el escueto y sorpresivo párrafo de cierre: “Por resolución del Consejo Universitario del 29 de enero de 1971, en Acta No. 67 dictada de conformidad con los artículos 5 y 62 de los Estatutos vigentes, usted no podrá continuar sus estudios en esta Universidad”.

La palabra “expulsión” era innecesaria, se quedó muda, no aparecía en ningún lado del documento, mas la imposición de la fuerza había logrado su cometido, mientras las puertas de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua se abrían generosas para tendernos manos y voluntades desde el humanismo beligerante de los herederos del Padre de la Autonomía Universitaria, Mariano Fiallos Gil: Carlos Tünnermann, Alejandro Serrano, Edgardo Buitrago, Mariano Fiallos Oyanguren, Denis Martínez, Joaquín Solís, Julián Corrales, Eduardo Conrado, y de cuerpo entero el Centro Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (CUUN).

A esas alturas, ya no era posible que el vano intento de las autoridades de la UCA por ignorar la realidad nacional, pudiese frenar el avance de una cruenta lucha que invadía el país como silenciosa pradera en llamaradas de transformación, y con ella una reforma universitaria urgida de hermanarse con el pulso de toda un país.

Nuestros héroes

Por momentos me atrevo a pensar que existe un perfecto orden imaginario en esta sala. Veo en el frente a quienes deberíamos estar muy atrás, casi invisibles. En la prudente distancia de la humildad parecen ocultarse los de primera fila, los grandes, los que no dijeron que morían por la patria, pero lo hicieron: ¡Vení Casimiro Sotelo! ¡Vení David Tejada! ¡Vení Julián Roque! ¡Vení Claudia Chamorro! ¡Vení Julio Buitrago! ¡Vení Carlos Agüero! ¡Vengan de nuevo y tómense las aulas! Traigan a los demás compañeros y a las generaciones-puente del 79 donde brillan para siempre Neysi Ríos, José Bárcenas y Chan Vega. ¡Aquí está su lugar!

Fíjense que vino a saludarlos el Príncipe Rubén con Leonel Rugama y Pablo Neruda, para declamarles su exaltación de la bondad que hoy como ayer sigue siendo el catecismo ético y moral de Nicaragua: “Sólo serán llamados buenos los de derecho corazón, los no doblegados, los insumisos, los mejores. Ellos reivindicarán la bondad podrida por tanta bajeza, ellos serán el brazo de la vida y los ricos de espíritu. Y de ellos, sólo de ellos, será el reino de la tierra”.
Otros militantes del movimiento que también han partido, forman parte del cuadro de honor y nos observan complacidos. Punta de lanza de esta insigne galería, es nuestro carismático e imponente líder, Alfonso García, Presidente del Centro Estudiantil Universitario (CEUUCA). A la par, Norita Astorga, William Hüpper, Carlos Sáenz y el resto de compañeros de este segundo contingente de nuestros muertos, toman nota de los detalles, sonrientes y satisfechos. Y con el alegre hábito de decir presente donde la injusticia osare aflorar, nos hacen un guiño doña Leonor Argüello de Hüpper, don Roberto Lacayo Fiallos, don Guillermo Suárez Rivas, don Carlos Cuadra con doña Olguita, y tantos otros “viejos de antes”.

Aquí mismo, a la par de nuestros hermanos resucitados, veo en este recinto a los únicos compañeros vivos del movimiento que hoy citaré por sus nombres y apellidos, humildes gladiadores del testimonio comprometido hasta el final. Son los mentores, aquellos provocadores de la intuición a quienes desde nuestra imberbe experiencia seguíamos con ojos cerrados y el pecho descubierto, sencillamente porque su ejemplo nos conmovía. Eso bastaba. Las férreas convicciones aún no nos llegaban con la potencia vital que los visionarios poco a poco inoculaban.

Hablemos un poquito de algunos de ellos. Adelanto el nombre del padre Fernando Cardenal, patriarca de primera línea en nuestro movimiento quien frecuentemente pecaba de excesiva modestia tratando de ocultar su deslumbrante capacidad profética y de entrega, pero absolutamente evidenciado en su inmaculada santidad. Las Memorias de Fernando –junto a La vida más allá de uno, del doctor Juan Bautista Arríen– rescatan como novedoso tesoro gran parte de la historia de la UCA y de nuestro país.

Tito Castillo, por estricta militancia de conciencia y de principios, nunca sospechó que una de las mejores cátedras de su vida, impartida a tanta gente dentro y fuera de la Universidad, había sido su renuncia a la más reputada y lujosa oficina jurídica de asesoría corporativa del país, para asumir la dirección del Bufete Popular de la UCA, dedicada –por supuesto– a la defensa de los pobrecitos.

Completa la tríada, el inefable gordo Manolo Morales. ¿Qué alojaba ese brillante abogado y político, sencillote, combativo y transparente, en un prodigioso corazón más grande que toda la Universidad? Cualquier palabra honorable que se diga de estos mentores, es cierta y sagrada; cualquier cosa buena que se piense de ellos, corresponde absolutamente a su vida e integridad.

Desafíos inminentes

El hecho de encontrarnos con la historia en estas circunstancias, advierte Fernando Savater, “se convierte en un ideal ético que articula y reconcilia todo lo que se quiere y tiene un valor, no tanto lo que se debe o puede hacer”. Insisto en lo que se quiere y desea, “porque es el camino de la mayor fuerza y del triunfo de la libertad”. Son los mismos preceptos consagrados por la esencia ignaciana del Principio y Fundamento en los celebérrimos Ejercicios Espirituales, donde el sentido de la vida será conquistado “solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creados”.

En estos conceptos descubro la razón primordial del presente Encuentro de Reconciliación con la Historia. Las conquistas de los movimientos estudiantiles que estremecieron la conciencia nacional y marcaron hitos irreversibles en la Universidad, nos permiten categóricamente afirmar que sin ellos la UCA de hoy jamás hubiera evolucionado como tal.

Finalizaré con dos propuestas y una exhortación. En primer lugar, es propicio el momento para sugerir respetuosamente a la Universidad Centroamericana, nuestra Universidad, que semejante acontecimiento acogido por la historia desde su puerta grande, trascienda la privacidad para convertirse en compromiso extramuros de reflexión pública: foros, debates y una rigurosa investigación histórica de rescate de la memoria. (Ya vimos cómo costó garantizar esta cariñosa reunión reconstruyendo listas y localizando “expulsados”). Se trata, en fin, de agitar la palabra y con ella enriquecer nuestra vida social. A propósito, escuchemos el consejo a coro de esa pléyade de Rectores Magníficos de la UCA y la UNAN: “A la palabra hay que animarla, pero sin dejar que palidezca en las academias, Tiene que salir a la plaza pública a rozarse con el pueblo, de donde procede, para que no pierda su carácter mágico, ni se quede inmóvil entre los anaqueles preservados con naftalina”.

Propongo además, algo que es sentimiento unánime en la conciencia estudiantil de ayer y de hoy: crear un sitial de honor en la UCA donde se erija el Memorial de los Caídos por la Libertad de Nicaragua, con los nombres de aquellos compañeros que ofrendaron su vida por esta causa. Fernando Cardenal escribió sobre una experiencia similar que los padres jesuitas ya hicieron realidad en el Colegio Centroamérica.
¡Compañeras y compañeros! ¡Abracemos con gratitud y reciprocidad la hidalguía de la UCA en su hermosa decisión de hacer un alto para rectificar en este Encuentro de Reconciliación con la Historia. ¡Es la UCA del cincuenta aniversario y de rejuvenecida autoridad moral que nos invita a luchar en comunión por nuevos sueños y victorias!

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