El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 17 de junio de 2010

Me quema la palabra

NAPOLEÓN: EL CHINO
Luis Rocha

El caballo de Napoleón venía parsimoniosamente, como un chino, pero sin él. Chasqueaba el freno, arrastraba la rienda, y traía la albarda bajo su abultada barriga. Era un caballo tan manso como el burro “Platero” de Juan Ramón Jimenez y de tanto andar por las montañas de Oluma, se conocía todos los senderos y caminos, manantiales y ojos de agua. Estábamos en los dominios del poeta Octavio Robleto, donde “En la madrugada se oyen los vigorosos gritos del mono aullador. Se distinguen que están cerca, posiblemente en el río, en la copa de los grandes árboles. Mañana veremos los cuerpos negros saltar por entre las ramas del follaje espeso.”…”Qué buscan los pocoyos? ¿Qué preguntan? ¿Quién fue ese ladrón, ese misterioso caballero? Toda la noche el grito: Como si todas las piedras del llano gritaran.” Raúl Elvir, Octavio Robleto, Napoleón Chow y yo, habíamos salido de la casa de Octavio en el llano de Cuisalá, hacia Comalapa, donde dormimos y muy temprano del día siguiente emprendimos la travesía por las montañas de Oluma. Estoy seguro que los relatos orales de Octavio, después plasmados en el magistral libro de breve prosa, “Noches de Oluma”, apasionaron e intrigaron de tal manera a Napoleón, que decidió, pese a las innumerables incomodidades, coloradillas en los huevos incluidas, viajar con nosotros.
No era nada común, por esos parajes, ver a un chino a caballo y menos con el nombre de Napoleón, y además, Napoleón, de quien Carol Prado dice que nació en 1938, no tenía los ojos rasgados, sino que siempre desmesuradamente abiertos como si cada detalle de la vida o de las personas lo sorprendieran constantemente. Como si hubiera algo que no pudiera descifrar, y por ello no cesaba de buscar, infatigablemente, la misteriosa respuesta. Algo parecido, digo yo, le ocurrió el martes 8 de junio de éste 2010 ,cuando, aburrido de tanto buscarla, creyó encontrar un camino más corto. Sus estudios y sus enseñanzas, fueron parte de esa angustiante búsqueda que él había disimulado con títulos de doctor en derecho, filosofía y sociología. Yo lo conocí con los ojos desmesurados, tocando el acordeón, una noche en León, en el cuarto que compartía con otros estudiantes, que vivían ahí o llegaban de visita –todos inolvidables para mí- como Manolo Morales, Sergio Ramírez, Tito Castillo o Fernando Gordillo. Guardo sus ojos desmesurados para siempre esa noche en que me llegaron a esconder de la Guardia Nacional, y guardo su curiosidad y su imperecedera y solidaria complicidad. Guardo eso, porque es lo que quiero guardar.
Sobre sus conocimientos y títulos académicos, guardo su sonrisa enigmática cuando años después, en 1972, leyó mi prosa EL CHINO: “Sabio y misterioso el chino aquel e indescifrable y previsor dedicó toda su vida al estudio sistemático y a coleccionar cuantos venturosos títulos de útiles profesiones quiso conquistar y ya con tan incalculable bagaje intelectual retiróse con todos ellos encerrándose en inexpugnable clausura voluntaria donde con delicadeza oriental los fue colocando uno por uno en las ascéticas paredes y así de apertrechado en su monástica celda solitario y erudito decidió esperar plácidamente en medio de aquella íntima aura de ciencias infalibles el final enternecedor de sus sapientísimos y ensoñadores días.” Todo final estremecedor es a la postre también enternecedor, pienso ahora en que también regreso a Oluma cuando queremos emular a un histórico personaje de Chontales, descrito por Octavio en circunstancias parecidas a las nuestras: “Temprano de la tarde salía del pueblo. Como a las cuatro llegaba a El Níspero y allí se tomaba los primeros tragos. Ya anocheciendo pasaba por Caña de Castilla y compraba medio litro de cususa, sin detenerse. Antes de adentrarse en la montaña y cerca de Quilile, daba tres gritos e iniciaba vigorosos corridos mexicanos. Así no encontraba un solo tigre en el camino y era Nacho Duarte que cantaba.”
Lléndose ya la tarde con bandadas de loras y chocoyos hacia su refugio nocturno, nos bajamos en una humilde casa, conocida de un baqueano que se nos había sumado a última hora, donde nos sirvieron sendos huacales de cristalina cususa. No era Napoleón ducho en estos menesteres, y lo adivinaron sin dificultad los niños que desde sus improvisados escondites le espiaban cada sorbo, para ver como arrugaba la cara. Montamos, y nos fuimos entonando canciones a lo Nacho Duarte. Fue entonces que nos percatamos que el caballo de Napoleón venía sin él, regresamos y a un kilometro, ya oscureciendo, lo encontramos sentado en medio camino y blanco como un Buda. Sonrió hasta el día siguiente, cuando, como dice Octavio, “La mañanita es una fiesta” llena de canciones de pájaros, relinchos, berridos y mugidos. Esta vez “Polón” se bebió un huacal de leche recién ordeñada, con azúcar y pinol. Solo ver la espuma ponía el “alma fresquecita y ebria de entusiasmo”. El caballo de Napoleón, ensillado debidamente ,lo observaba nostálgico, como esperándolo. Napoleón se dio cuenta al devolverle la mirada con sus ojos habitualmente desmesurados, lo montó, y se fueron.

luisrochaurtecho@yahoo.com
“Extremadura”, Masatepe, 17 de junio de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario