Solo los terroristas y los delincuentes usan los pasamontañas y los pañuelos para taparse el rostro. Se lo tapan porque le rinden culto a la cultura de la muerte y son los apóstoles del caos y del desorden ciudadano. Pero desde que un hombre sabio y valiente hizo uso del pañuelo para ocultar parte de su rostro, esa modalidad dejó de ser exclusiva de los enemigos de la paz.
El párroco de una afortunada feligresía les enseñó gráficamente lo que les pasaría si no luchan decididamente contra la dictadura de las dos cabezas. Los condenarían al silencio obligatorio.
Neguib Eslaquit, cuyo nombre nos evoca más la figura de un rabino, o la de un ayatola, que la de un sacerdote católico, está guiando a su grey a través de las tempestades de la corrupción, difundiendo la palabra de Dios que habla de justicia y de paz, proclamando a los cuatro vientos y a todos los que quieran escuchar, que ya hay cura en el pueblo y que dejó de ser potestad de ciertas cúpulas políticas tenerlos solo ellos a su lado, para servirles de acuerdo a sus necesidades, entre ellas, la de ser garantes sin voz ni voto de diálogos amarrados.
Roguemos a Dios por este santo varón, que es prueba fehaciente de que los vientos que soplan en las alturas de la Iglesia Católica, están empezando a cambiar de rumbo: están empezando a soplar hacia el norte, que es el rumbo por donde se encuentra la verdad, la misericordia y la justicia.
Jorge J. Cuadra V.
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