METAMORFOSIS

Neguib: El artículo que va a continuación es el que yo escribí cuando lo vi batallando a favor de la justicia y de la paz en las marchas por la democracia.
Ahora me parece mentira que yo, uno de sus más devotos admiradores, le esté dirigiendo esta amonestación moral debido a su metamorfósis kafkiana que inexplicablemente experimentó en su estructura moral y partidaria. Usted sabe bien el daño moral que nos hizo a todos los que pusimos nuestra fe y esperanzas en usted. Y no hablo de política, sino de angustia espiritual, como la que yo sentía la tarde que me hice presente en su misa de sanación en Betania. Estaba convencido que usted era una roca a la que uno se podía aferrar en los momentos en que el miedo y la incertidumbre le mueven el piso a uno con el peligro de caer en el abismo insondable de la desesperanza. Sus actos de reciente data lo hunden a uno en la duda porque usted es una muestra fehaciente de que en realidad no hay en quien confiar y de que el agradecimiento nos da patente de corso para exaltar al corrupto.
Su ejemplo de ahora les servirá a los amantes de la corrupción y la injusticia y dañará irremediablemente a todos aquellos que lo considerábamos el líder de la lucha contra el mal.
Usted sabrá por que se deshizo en alabanzas con quien no se las merece por escandaloso y corrupto y por que se abrazó publicamente con su enemigo de hace pocos días en lo que a principios e ideología se refiere. Solo cabe pensar que cayó en la maraña del chantaje que atenta contra la reputación e integridad clerical, método ampliamente usado para doblegar conciencias y provocar deserciones. Pero sabe que, es infinitamente preferible ser víctima del escarnio por haber pecado, que objeto de mercancía ante los ojos del pueblo sufriente. Ayer el Cardenal era censurable y hoy es digno de alabanzas; ayer el orteguismo era el enemigo del pueblo y hoy su indiscutible benefactor. Eso es lo que usted nos dice con sus cambios tan radicales e incomprensibles y sobre todo tan dañinos para las esperanzas de este pueblo.
Nadie en este mundo lo puede juzgar. Su decisión es entre usted y Dios y de todo corazón le deseo que en ese juicio final usted tenga la razón y nosotros seamos los equivocados.
Un abrazo con el cariño de siempre, pero con un mar de confusión en mi espíritu.
Jorge