Manlio Argueta
En las instituciones de cultura de El Salvador se ha celebrado el Día Internacional del Libro. Entre otras cosas dejar “olvidado” un libro en un parque con una nota para que cualquier persona lo tome y lo divulgue en cadena. También estuvimos en un foro en el Ateneo. Y en la embajada de México se dieron cita una docena de poetas jóvenes. De modo que en este año del libro la conmemoración no pasó inadvertida, a sabiendas de que todos los días son días del libro.
A propósito de la situación crítica cotidiana, que no solo incluye endemia delincuencial, que abarca todos los ámbitos de la vida salvadoreña, el libro debe formar parte de un Comando de Reacción Colateral. Con efectos de mediano plazo pero a profundidad. Porque el libro va a la raíz, no al follaje, que es hermoso pero esto no basta. La lectura previene la violencia y hace efectiva la democracia al darnos elementos de pensamiento crítico y propositivo. Si leemos, además de recrearnos e informarnos, se crea conocimiento, desarrolla habilidades cerebrales, construye conductas positivas, sensibiliza ante la pobreza y la problemática social, eleva facultades creativas para reconstruir desde los escombros. El libro es necesario para encontrar respuestas ante la complejidad de los laberintos.
Jorge Luis Borges se sentía vivo con la lectura. Y la neurociencia va más allá de hacernos vivir. “La lectura tiene un poder extraordinario y subversivo” (Aníbal Puente y Teresa Ferrando, España). Pero no nos asustemos con la palabra subversión en estos tiempos de miedos y terrores. Solo se trata de que “los grandes cambios en la historia se inspiran en los libros”, siguen diciendo los dos autores citados. Además, eleva el espíritu participativo necesario para toda democracia en proceso de consolidación. Como la nuestra, aún en dolorosa gestación. Un proceso que no debemos dejar a la acción voluntarista de quienes nos representan sino también hacer intervenir el pensamiento social para fortalecerla. Reclamar y proponer.
Cuando era presidente Bill Clinton, un gran lector, quiso sumarse a la iniciativa de celebrar “la década del cerebro”. Se refería a promover el libro y la lectura. ¿Qué les parece a quienes manejan los asuntos públicos si nos convertimos un poco en educadores e iniciamos en 2015 los 10 años del pensamiento? Terminarían en 2025. ¿Se ve muy lejos? ¿Pero cuántos años hemos padecido de dictaduras y dictablandas? Y esto con grandes pérdidas en vida, incluyendo magnicidios. No es invento. Disculpen que insista, pero en situaciones de emergencia esforcémonos por ir a fondo, con visión a mediano y largo plazo. Sensibilizar todos los estratos sociales. Ofrecer a la niñez la idea de la lectura como elemento de aprendizaje y desarrollo. Además, los recursos tecnológicos de ninguna manera se contradicen con el libro, como piensan algunos.
¿Por qué una política educativa y cultural a este respecto? “La investigación en neurociencia ha proporcionado resultados fascinantes sobre la función y el desarrollo del cerebro” (Carmen López, España), que unido a condiciones sociales de una vida digna permite a cada persona el desarrollo del pensamiento. “(Leer) mejora procesos de aprendizaje e incrementa las posibilidades de la inteligencia, sugiriendo nuevos métodos y validando los elaborados por la pedagogía”.
Para ampliar posibilidades del desarrollo intelectivo “debemos establecer sistemas eficaces de interacción entre cerebro y nuevas tecnologías” (Antonio Marinas, España). Este es el gran reto de la educación ante el programa de “una computadora para cada niño”, los docentes deben compenetrarse e integrarse al contexto de las nuevas generaciones. Actualmente niños de menos de seis años pueden sumar al cálculo cantidades de cuatro dígitos o leer cantidades que pasan del millón ¡sin saber leer y escribir! Gracias al buen uso de los medios tecnológicos. Por eso las bibliotecas deben interesarse en atenderlos desde esa edad, y establecer políticas de Estado sobre tales iniciativas. Se vuelve más urgente cubrir esa necesidad por los períodos excepcionales que vivimos, violencia, corrupción, impunidad, exclusión. Las respuestas no se limitan solo al sistema educativo, incluyen también a la familia, a comunicadores, a editoriales, organizaciones civiles. Las soluciones del problema deben ser esfuerzos de toda la sociedad salvadoreña.
Según la Organización Mundial de la Salud, “hay problemas de salud mental, delincuencia, deficiente alfabetización y destrezas numéricas que pueden tener su origen en la primera infancia” (cero a tres años). “Es cuando el cerebro crece más y el mejor momento de aprender…” Esos primeros años de vida “son cruciales para quienes reciben protección y amor durante su primera infancia… tendrán más posibilidades de convertirse en miembros creativos y productivos de la sociedad”, dice UNICEF.
“Cuando los niños llegan a los tres años, su cerebro es dos veces más activo que el de los adultos” (“Cerebro y lectura”, Janet Ruiz, México). Por eso es fundamental la educación inicial. Comenzar desde ayer, pues las computadoras ya llegaron a los primeros centros escolares; se trata de un recurso tecnológico “interesante y motivador para el aprendizaje, pero puede ser un distractor” (Janet Ruiz). Y hablando de lectura, los efectos son los mismos si se lee en voz alta.
La tableta o la computadora no solucionan el problema educativo, debe intervenir la comunidad y la apropiación docente de estos contextos, con el apoyo estratégico estatal. Sabemos las facilidades que tienen las nuevas generaciones para el manejo de estos equipos, y también del temor a su uso por algunos mayores. Entonces atendamos todos estos factores para contribuir a una sociedad lectora, que será una sociedad distinta. Por ese motivo es un proceso que requiere apoyo de tirios y troyanos. Necesitamos sinergia salvadora a favor del país. El libro es un camino para el cambio, y no hay contradicción con la tecnología.
Nota. A propósito de mensajes apocalípticos, anunciados por algunos analistas políticos, pienso que debemos ir a la raíz: la reforma de una Constitución de tiempos de guerra, 1983; una época de confrontaciones y odios, de exclusión y prejuicios. La Asamblea que recién salió debió apoyarla. Ahora necesitaremos ocho años o más. Era ahora, difícil mañana.
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