7 de mayo de 2015
Cada persona
brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay
fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de
fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el
aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos no alumbran ni queman;pero otros
arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien
se acerca, se enciende.
Conocimos a Eduardo y
Helena en 1978 ó 79, no lo recordamos bien. Los trajo a cenar a nuestra casa
Jaime Valdivieso, un amigo escritor chileno que entonces vivía en Arenys de
Mar. Nada más conocernos, conectamos. Empezamos a hablar y hablar, hasta no
sabemos qué horas de la noche, como si nos hubiéramos conocido de toda la vida.
Y , a partir de aquella noche, de aquella morcilla aragonesa y de aquella
butifarra catalana, la proximidad entre Calella y Arenys, hizo todo lo demás.
Siguieron muchas más cenas, muchas de comida italiana, por supuesto. Y fabadas
asturianas. Y el delicioso pastel de cebolla de Helena.
Por entonces
caminábamos por la recién estrenada democracia y éso condicionaba nuestros
temas de conversación, naturalmente. Pero también nuestra vida profesional diaria:
el compromiso en la Justicia Democrática aquí y en América Latina, la pasión
por la enseñanza de la Historia. Y nuestro hijos y Mariana y la perrita Pepa
Lumpen. Poco o nada de literatura. Después de terminar la trilogía
“Las Memorias del fuego”, una sesión de trabajo con cada uno de nosotros
que habíamos leído el original por separado y apuntado nuestras opiniones. Nada
más y mucho más.
Mientras vivían en
Calella nos regalaron amigos, algunos estáis aquí. Hacían de canguro de
nuestros hijos o Mariana venía con nosotros, íbamos de compras, hablábamos
mucho por teléfono. MªPilar invitó a Eduardo al Instituto de Arenys y todavía
hoy lo recuerdan algunos y algunas cincuentones ya. Más tarde , con Antonio fue
a la Escuela Judicial y explicó su personal visión de la justicia. Nos gustaría
que no la hayan olvidado quienes hoy ejercen esa función.
Todo lo que había en
su casa y no se llevaron a la vuelta del exilio por miedo a que se estropeara o
por querer dejar aquí también una parte de su estancia, lo guardamos. La
nuestra era su dirección en el pasaporte español
Desmontada ya su casa
de Calella, se instalaron en la nuestra. La salida desde el aeropuerto del Prat
va a ser dificil que la olvidemos. Aquel día hacía mucho frío, había nevado en
la costa. Era carnaval. Y teníamos un problema: la perrita Pepa Lumpen.
Vacunas, pasaporte, y asegurar su tranquilidad en el viaje. Nuestro hijo Pablo
fue el encargado de darle valium envuelto en chocolate y pasearla para que le
hiciera efecto. El efecto fue el contrario: no durmió en todo el viaje, estaba
irritable y cuando llegó a Montevideo tuvo un embarazo psicológico. Es eso
posible? Eduardo estaba seguro de que sí.
Porque MªPilar no entiende nada de fútbol (ni le
gusta el alcohol. Te queremos igual, decía Eduardo), los partidos en la tele
eran sagrados y ella era la encargada de ponerse al teléfono para avisar de que
toda la actividad de la casa estaba parada. Nuestros nietos lo recuerdan porque
se encerraba con ellos en la habitación y les hacía dibujos. Y porque atesoran
camisetas de fútbol, de todas las tallas, tal como iban creciendo, de equipos
de Uruguay, Argentina y Brasil que ninguno de sus amigos tiene.
Algo de su alma quedó
en nuestra casa porque una noche, viendo y oyendo en la tele a un escritor famoso
(ahora ha dicho que los dos estaban en las antípodas, pero Galeano tenía mucha
cultura) los tres tomos de Memorias del Fuego cayeron estrepitosamente de la
librería. Realismo mágico? Casualidad?
Providencia? Marxismo mágico, como diría D.Miguel Mármol el salvadoreño que adoptamos como
abuelo en el viaje de los cuatro a Nicaragua y que es el hilo conductor del
morir y nacer de América Latina en las Memorias del Fuego.
Somos unos
privilegiados y somos conscientes de ello. Viajar con Helena y Eduardo, mirar,
ver, observar con sus ojos los tambores de Calanda, Córdoba, Cuba, Nicaragua, Brasil, Montevideo o
Buenos Aires. Y Madrid, y Barcelona y Sevilla y Molinos (Teruel) . Ha
sido y sigue siendo un privilegio.
Miles de
complicidades: Así dedicaba a MªPilar ( que había tenido una meningitis) “Dias
y noches de Amor y de Guerra”: Yo siempre te querré, Pilar, con o sin
meningitis, que poco importa el ingenio comparado con la virtud. Así que tú
tranquila. Mis abrazos”
Y así escribía en mi
cumpleaños en un precioso libro fácsimil de Pablo Neruda:
Árbol de firme
tronco, frondoso, generoso de flores, muy hondo de raíz (Antoniáceo aragonario)
ejemplar único cuya presencia honra al mundo desde hace 65 años.
Cuenta en El libro de
los abrazos, que Helena soñó que hablaba por teléfono con nosotros y Pilar y
Antonio se deslizaban por el tubo como si fuera un tobogán, y se dejaban caer,
tan campantes, en nuestra casa de Montevideo. Cuántas veces , en los
últimos tiempos, hemos querido que ese sueño hubiera podido hacerse realidad.
Pero , no. Imposible.
Y llegaron los malos
tiempos, los peores. Palabras malditas: cáncer y quimio. En Can Ruti había un
tratamiento nuevo. Nuestra casa seguía siendo su casa y en ella se instalaron.
Días fáciles y difíciles. Vaso de wisky con Antonio al volver de la quimio,
partidos de futbol en las pantallas grandes de los bares, escapadas al mar.
Inquietud y despedida. Esto fue lo que Eduardo dejó escrito sobre mi banco de
carpintero que habíamos habilitado como su mesa de trabajo. En tu mesa de
trabajo, al calor de tu mano, yo pude modelar palabras. Gracias , Antonio. Del
10 de marzo al 2 de junio de 2007. En un banco de carpintero y en los sillones de
la quimio nacieron “Los hijos de los días”.
Y para acabar, querríamos decir dos cosas:
1.
Eduardo,
sin la espléndida, fuerte, serena, crítica, entrañable y perspicaz mujer que es
Helena, nunca habría sido Galeano. Y
2.
Para
muchos de los que estamos aquí la utopía estaba escondida, devaluada, hasta que
Eduardo nos la redescubrió:
"La utopía está en el
horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre
diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para
caminar".
Ojalá que sigamos siempre caminando. Gracias
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