El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

viernes, 12 de julio de 2013

ANIVERSARIO 34 DE LA REVOLUCIÓN

NICARAGUA


ANIVERSARIO 34 DE LA REVOLUCIÓN

34 años de olvido culpable,
23 de interesada memoria

José Luis rocha

“Yo no considero a nuestra memoria
como algo que retiene una cosa por mero azar
y pierde otra por casualidad,
sino como una fuerza que ordena a sabiendas
y excluye con juicio”.
Esta frase de Stefan Zweig en su libro “El mundo de ayer”
zarandeó mi memoria y guió mi pluma,
al escribir en un nuevo aniversario de la Revolución.

Tachando en rojo el 25 de febrero de 1990, el día de la primera derrota electoral del FSLN, señalándolo como parteaguas histórico, la oposición de raíces sandinistas ha construido el mito de un proceso de conversión satánica del FSLN, desde un pasado beatífico hasta un presente colmado de perversidad y encono. Algunos trazan la línea divisoria el 19 de julio de 1979: ¡el poder absoluto los corrompió absolutamente! Otros eligen fechas menos sonoras. Todos coinciden en que hubo un punto de inflexión a partir del cual la mística empezó a disiparse y el FSLN pasó a estar más poseído por “el dios de la furia” -y los ángeles de la codicia- que por “el demonio de la ternura”. Los cuatro altos dirigentes sandinistas que hicieron de las memorias de su vida una remembranza de la revolución -Fernando y Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Gioconda Belli- han contribuido a apuntalar este mito. No incluyo aquí las también interesantes memorias de Hugo Torres, que se limitan a la etapa previa al triunfo revolucionario.

tres exigenciaS ANTE EL MITO QUE CONSTRUIMOS
El mito de un antes y un después radicalmente opuestos en el FSLN emprende una suerte de maniqueísmo auto-exculpatorio que falsea el sentido de lo que sucedió, no ayuda a dar sentido a lo que sucede ni logrará procesar adecuadamente nuestra responsabilidad histórica. Es decir, no cumple con la finalidad de los mitos: reconciliar los polos para mitigar nuestra angustia. Es un mito fallido contra el que se levantan tres exigencias.

La primera y más urgente: rescatar la experiencia de las víctimas de las masacres, del hambre por las malas políticas, de la represión, de las confiscaciones abusivas, del control y el espionaje de la Seguridad del Estado, de las extorsiones de los poderosos, etc. El historiador alemán Reinhardt Koselleck encuentra muy pertinente el vínculo historia-derecho y las metáforas que la expresan porque en historia deben ser interrogados los mejores testigos, sus testimonios deben ser contrastados, también debe oírse a la parte contraria para obtener un fiel conocimiento de los hechos. Prestar oído a esa “parte contraria” fue algo que, quienes fundamentalmente simpatizamos o colaboramos con la Revolución, hicimos poco, de mala gana y con un a priori que las descalificaba y concedía sobreseimiento definitivo a los dirigentes sandinistas.

Segunda exigencia: reconocer que hubo y hay otra Nicaragua -dentro y fuera del sandinismo- que ahora “lee” o “relee” la Revolución -en parte o enteramente- como tragedia. Contra la perspectiva posmoderna de múltiples interpretaciones de validez semejante, propongo buscar una lectura que reconozca las luces y sombras de los procesos, organizaciones y personajes. Deberíamos apuntar hacia una perspectiva que incorpore en un todo consistente los diversos puntos de vista. Aunque no sea posible ni deseable una sola narración, sería terrible que las futuras generaciones estudiaran la historia de Nicaragua en textos escritos de espaldas a la Revolución, o que sólo contengan elogios o diatribas al FSLN. El saldo a la fecha es una yuxtaposición de narrativas que se dividen en la Revolución como “la noche oscura” o como “el amanecer que dejó de ser una tentación”.

La solución actual de crear una escisión histórica -el FSLN bueno de antes y el FSLN malo de ahora- no hace justicia a quienes vivieron los años 80 como drama horrendo y crea una falsa conciencia que encubre los engranajes de los poderosos para abusar desde la impunidad. Tarea del momento: releer, rescatar la memoria de las víctimas. No para producir una verdad absoluta y sí para eliminar -hasta donde sea posible- la falsa conciencia, en espera de nuevas lecturas, esclarecimientos y atalayas del conocimiento que permitan una visión con perspectivas más panorámicas.

¿qué abusos conoció y cómo los justificó?
Nuestra época no tiene dudas de que la historia universal debe ser reescrita de cuando en cuando, escribió Goethe sintetizando la aspiración historiográfica de modificar todo pasado desde la perspectiva de cada presente, beneficiándose de la distancia ganada y los conocimientos adquiridos. En 1953 le preguntaron al primer ministro chino Zhou Enlai qué pensaba de la revolución francesa. Respondió tajante: “Todavía es muy pronto para decirlo”. Mucho más prematuro es lanzar juicios sobre la Revolución sandinista y sus protagonistas. Pero no lo es para lanzar el reto, acopiar información y denunciar los sesgos interesados y los monumentales silencios de las narraciones actuales.

La tercera exigencia que tenemos pendiente proviene de la necesidad de interpretar mejor lo que nos está sucediendo en Nicaragua. Si no esclarecemos los mecanismos de dominación que ayer operaban mediante la introyección de varios discursos generadores de justificación de lo injustificable, no entenderemos el arrastre que el FSLN sigue ejerciendo y cómo se crea el vacío moral en el que sus abusos se expanden.

 Para tantear un terreno tan pantanoso, lancé dos preguntas -sobre todo, aunque no exclusivamente- a ex-funcionarios del gobierno sandinista y a miembros “de la base”, esa cantera sin la cual la maza no es más que un amasijo de cuerdas y tendones. Pregunté qué abusos conoció en los 80 y cómo los justificó.

Entre el mutismo de muchos, las reservas de algunos y la generosa franqueza de otros, tropecé con dos objeciones. La primera converge en esta pregunta: ¿Para qué revolver la podredumbre y propugnar una exhibición de lo que todos ya sabemos? Estoy de acuerdo: Nada más ocioso que demostrar que los dirigentes del FSLN eran tan -o incluso más- pérfidos en los años 80 que en la actualidad.

Pero no se trata de volver la vista a un siempre incompleto catálogo de sus abusos para quedar atónitos ante el abismo de podredumbre, sino para preguntarnos: ¿Qué nos hizo otorgarles  patente de corso a una vanguardia cuya dirigencia desde siempre dio muestras de poca o nula solvencia moral? Hay que desentrañar lo que Jacob Burckhardt identificó como la extraña dispensa de las leyes morales habituales que la conciencia otorga a las grandes personalidades. En este sentido, importan los abusos, pero importan más nuestras justificaciones. En ellas reside la clave de los mecanismos de la dominación.

El carácter excepcional de las revoluciones
Un segundo grupo de objetores a quienes pregunté dijo al unísono: Tu planteamiento es interesante…pero este tema debe recibir otro tratamiento …pero ese enfoque no es adecuado …pero habría que estudiar el contexto en que sucedieron los abusos …pero las revoluciones son siempre procesos convulsos.

Este conjunto de “peros” apunta a que una revolución es un estado excepcional que suspende las garantías y, por ende, las responsabilidades que se consideran indiscutibles en tiempo ordinario. Esta posición remite a la escisión elemental que la fenomenología de las religiones establece entre el tiempo profano y el tiempo sagrado. Mircea Eliade dice que una piedra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud: desde un punto de vista profano) nada la distingue de las demás piedras. Para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural. Y ello se debe a que “para el “primitivo” un acto tal no es nunca simplemente fisiológico; es, o puede llegar a serlo, un “sacramento”, una comunión con lo sagrado. El lector se dará cuenta en seguida de que lo sagrado y lo profano constituyen dos modalidades de estar en el mundo, dos situaciones exis­tenciales asumidas por el hombre a lo largo de su historia”.

La revolución sería así un tiempo sagrado cuya cabal interpretación reclama otros baremos. Quienes cuelgan una etiqueta especial sobre la década de los 80 tienen razón en parte: hubo una lógica especial y unas corrientes ideológicas que distinguen esa etapa de otras. La Revolución sólo es concebible e inteligible en el marco de cierto Zeitgeist, de un determinado espíritu de la época. Pero esa delimitación ideológica no implica una suspensión especial que obligue a una exculpación de lo fáctico, donde acciones, leyes, decretos, políticas y conflictos aparezcan como los únicos concebibles y portadores en sí mismos de las únicas interpretaciones posibles.

Todo pasado está condenado a ser reescrito a la luz -y a las tinieblas- de cada nuevo presente. Será sometido a los parámetros de cada nuevo Zeitgeist. Y esto supone un sometimiento a requerimientos morales de las concepciones históricas del momento, lo cual supone preguntarse por las encrucijadas del pasado desde la privilegiada atalaya de quienes disfrutan la ventaja de conocer el final -aparente- de un episodio de la historia.

¿los eximimos a ellos de responsabilidad?  ¿nos eximimos nosotros?
Si todo acontecimiento histórico o acción política los atribuimos a la fuerza compulsiva del proceso social, no habría nunca lugar para la responsabilidad personal. La Revolución fue un proceso de complejidad enorme. De acuerdo. ¿Y no lo son otros momentos? ¿No lo es cuanto hoy vivimos? Tomemos el caso de la transición del gobierno sandinista al gobierno de doña Violeta Barrios. Fue una verdadera revolución de las oportunidades para que la vieja y la nueva élite se repartieran con la cuchara grande: indemnizaciones, dobles indemnizaciones, privatizaciones a precios de ganga…

¿Se vale decir que esa pandilla de ladrones no puede ser considerada como tal y tampoco denunciada debido a la complejidad del proceso de transición? Apliquemos en su descargo la misma lógica que exime de responsabilidad durante las revoluciones: la transición de una economía planificada a una de mercado, que desencadena “forzosamente” una acumulación originaria de capitales, el salto hacia un nuevo sistema lleno de incertidumbres, los fondos de ayuda externa vertidos a cantaradas… Demasiadas compulsiones hacia el lucro fácil en una economía necesitada de nuevos pulmones económicos situados en el sector privado. En fin, una serie de condicionantes que a ningún jurista en su sano juicio se le ocurriría esgrimir como circunstancias atenuantes que invitaban al lucro fácil.

El problema es que a la Revolución se le concede un estatus sacro y una temporalidad especial que sólo tienen sentido dentro de cierta visión religiosa de la política, planteamiento que no tiene un ápice de consistencia y que sólo sirve para eximir de responsabilidades individuales, un intento por lo demás vano, al menos desde que Karl Jaspers acuñara el concepto de “culpa política” y después de las punzantes reflexiones de Hannah Arendt sobre la responsabilidad personal en regímenes que moldean agresivamente conciencias para producir ciertas conductas.

La evasión de la responsabilidad personal se parapeta tras la complejidad o “amoralidad” de un proceso. Pero mi indagación no se refiere a la Revolución, proceso complejo hasta embarullar y rutilante hasta obnubilar. Indudablemente -por más que sea ya manido decirlo en un somero balance- fue la peor y la mejor de las épocas, la más luminosa y la más sombría de forma simultánea. La Revolución fue un proceso jalonado por fuerzas contradictorias, y no sólo “una escuelita toda llena de lápices y papeles”, como cantó uno de sus trovadores y muchos hubiéramos querido o creído que fue.

No se sienta en el banquillo de los acusados a una época. No se juzga el talante ético de un período histórico. Pero so­bre la calidad moral de muchos actos de militantes del FSLN no existe complejidad, embrollo ni rutilancia, salvo la que de forma interesada fabriquemos para eximirnos de nue­stra responsabilidad ante la historia. Los dirigentes san­dinistas son sujetos de responsabilidad jurídica y moral. No lo son las revoluciones ni cualquier otro proceso histórico.

“NUNCA CONFÍES EN LA MEMORIA”
Esta indagación busca ser una brevísima relectura de algunos aspectos de una revolución que, siendo un proceso complejo, junto a la mística heroica de algunos, los ideales de otros, el revanchismo de los resentidos, las luchas de los conscientes, también incluye una revolución de las oportunidades donde un grupo logra colocarse en la cúspide apropiándose de la patente de corso extendida a la Revolución.

Y es que la visión que “reconcilie” en un fresco único los puntos de vista disonantes sobre la Revolución -superando las narrativas yuxtapuestas o contrapuestas- puede emanar de una perspectiva que rescate la complejidad del proceso y lo relate como conducido por grupos dominantes que se sirven con la cuchara grande, ante el silencio, la resistencia muda o la oposición de los dominados, que pueden formar parte, procurar neutralidad u oponerse al movimiento que lidera la Revolución, según se les abran o cierren oportunidades de ascenso social en razón de las políticas, la configuración de la estructura económica y los abusos sistemáticos u ocasionales.

Para quienes simpatizamos y colaboramos con la Revolución, penetrar en esos meandros exige ver de frente los abusos y sus justificaciones. Demanda la suspicacia ante la memoria de uno de los personajes de Luis Sepúlveda en La sombra de lo que fuimos”: Nunca confíes en la memoria, pues siempre está de parte nuestra; adorna lo atroz, dulcifica lo amargo, pone luz donde sólo hubo sombras. La memoria siempre tiende a la ficción.

La masacre de los miskitos: el fin justifica los miedos
Más que dulcificado y adornado, lo más amargo permaneció invisible para la mayor parte de las bases sandinistas: nada tan atroz como las masacres y otros abusos contra las comunidades del pueblo miskito. Haciendo eco a un informe del Catholic Institute por International Relations (CIIR) de Londres titulado “Right to Survive-Human Rights in Nicaragua”, publicado a mediados de 1987, Envío registró que “en diciembre de 1981 un grupo de 17 mískitos civiles fueron ametrallados en Leimus, Zelaya Norte, aparentemente como represalia por un ataque contra un destacamento del ejército en el que murieron varios soldados sandinistas”. Un segundo caso mencionado fue “el de 69 miskitos civiles detenidos por fuerzas de la seguridad del ejército sandinista en la zona de Puerto Cabezas, entre julio y septiembre de 1982, alegándose que después fueron ejecutados por sus captores”.

Envío consignó los hechos narrados en el informe y añadió una suerte de justificación del estado de emergencia en cuyo seno había tenido lugar la masacre: “Porque un estado de emergencia suspende importantes derechos humanos, el único argumento válido que puede haber para declarar el estado de emergencia es que éste asegure la sobrevivencia de la sociedad, y en este sentido, que defienda los derechos humanos. Esto tiene que demostrarse en la práctica. El alegato de un gobierno que declara el estado de emergencia adquiere muchísima más fuerza si puede demostrar que su legitimidad se debe a unas elecciones auténticas llevadas a cabo correctamente. Éste es el caso de Nicaragua”.

Este otro comentario estaba relacionado con el caso de los miskitos: “El estado de emergencia impuesto en Zelaya norte en diciembre de 1981 fue la respuesta a una serie de ataques llevados a cabo desde Honduras por la guerrilla anti-gubernamental de los miskitos aliados a la FDN”. En este caso, Envío reprodujo, sin matices, la visión oficial que el gobierno estaba difundiendo: los miskitos como etnia masivamente vinculada a la contrarrevolución.

Ésta fue la misma explicación que obtuve en el testimonio de un miembro de las tropas especiales Pablo Úbeda, participante en los operativos de represión a los miskitos, que respondió a mis dos preguntas. “Los miskitos no colaboraron con el Frente Sandinista. Colaboró uno o dos, como mucho, cosa que contrasta con lo que pasó con la contrarrevolución, pues no hubo miskito que no estuviera en contra del Frente. Primero porque a los del Pacífico los consideraban españoles y no parte de su raza, y segundo porque suponían que con el tipo de gobierno sandinista les iban a quitar sus tierras y hasta sus costumbres”.

“no hubo miskito que no fuera nuestro enemigo”
La reacción de las tropas era implacable, eliminando el agua miskita donde se movían los peces contra­rre­volucionarios. Relata este testigo: “Hubo dos misiones importantes: la “Navidad Roja” y la “Salida sin Retorno”, donde la Contra atacó con todo el güevo, con armas sofisticadas. El ejército junto con las tropas nuestras respondió con todo tipo de artillería, con obuses, katiuskas y fuerza aérea. Fue una guerra de grandes magnitudes, de mucho cansancio y pérdidas humanas de ambos bandos. Hubo momentos en que la Contra casi ya nos tenía asediados y el Frente utilizó una estrategia de ubicar a las familias campesinas que eran parte de los colaboradores de la Contra para concentrarlos en lugares donde estuviera el ejército controlándolos, como Wasminona, Truslaya, Sumubila, Columbus, Sahsa y otros que estaban entre Las Minas y Puerto Cabezas”.

“Como la Contra financiaba a los campesinos miskitos para que sembraran arroz y frijoles -por ejemplo, en la zona de Kiawa había un sector donde los campesinos tenían hasta 200 sacos de arroz y frijoles-, las tropas nuestras tenían la orden de echarlo todo al río para perderlo. El resto -cerdos, gallinas, caballos o ganados- se les quitaba, pues eran gente que sostenía a la Contra. Algunos regresaban escondidos a sus lugares de origen. Entonces, para que no tuvieran dónde estar, se les quemaban las casas”.

“La gente de Kiawa fueron trasladados al asentamiento de Columbus. Recuerdo que había un montón de cipotitos y todos fueron montados en helicópteros. Las mamás se orinaban y se desmayaban, pues antes de ser evacuadas ellas se llevaban a los niños. Una vez, persiguiendo a los contras, pasamos por una casa donde estaba un viejito y le preguntamos ¿Y su hijo? y él temblando con un bastón dijo: ‘No sé dónde está, se fue con la Contra ese tal por cual’, y uno del ejército lo rafagueó. En ese mismo lugar estaba una señora embarazada bastante joven. Se le hizo la misma pregunta y se negó a responder. Entonces el mismo que rafagueó al viejito le metió un bayonetazo en la barriga”.

“La Contra se metía en los poblados o comunidades como La Tronquera, Coconwás, Waspam y otras tantas comunidades en la refriega o más bien cuando se refugiaban en los poblados. El ejército atacaba tratando de abatirlos. Centenares de personas murieron en el fuego cruzado. Oí decir -porque yo no estuve en ese enfrentamiento- que hubo una comunidad en que murieron más de cien personas y donde habían quedado unos cuantos vivos. Entonces vino el ejército y mató a los que habían quedado vivos, tratando de borrar cualquier evidencia. Esa gente fue enterrada en zanjones. También oí decir que sancionaron al que andaba jefeando”.

“el derecho a poder vivir”

Sobre esta tragedia que en boca de un militar que la presenció y protagonizó aparece de forma tan vívida, Envío (octubre 1987) sentenció con un comentario penetrante, pero muy al uso de la época y, definitivamente, de finalidad excul­patoria: “El mayor violador de los derechos humanos en Nicaragua no son los sandinistas ni son los contras. Es el gobierno de Estados Unidos”. “Barricada” y “El Nuevo Diario” callaban o presentaban versiones oficiales de los hechos. Los inmensos silencios de éstos y otros medios de comunicación generaron una nebulosa de opacidad propicia a la continuidad de los atropellos. La versión de las víctimas miskitas masacradas o desplazadas no tuvo espacio en esos medios. Los padecimientos de los hombres y mujeres concretos no tenían cabida o se despachaban con una frase retórica que depositaba, en el altar de la Revolución, cualquier tipo de víctima propiciatoria, simpatizante o no.

Este desprecio por las tragedias personales lo formuló Franz Hinkelammert de forma inmejorable cuando señaló que la sociedad occidental desprecia los elementos simples de la vida humana -alimentación, vivienda, salud, diversión- porque aspira a metas más importantes: Habla siempre de un hombre tan infinitamente digno, que en pos de él y de su libertad el hombre concreto tiene que ser destruido. Que el hombre conozca a Cristo, que salve su alma, que tenga libertad o democracia, que construya el comunismo, son tales fines en nombre de los cuales se han borrado los derechos más simples del hombre concreto. Desde la perspectiva de estos pretendidos valores, estos derechos parecen simplemente fines mediocres, metas materialistas en pugna con las altas ideas de la sociedad. Evidentemente, no se trata de renunciar a ninguno de estos fines. De lo que se trata es de arraigarlos en lo simple e inmediato, que es el derecho de todos los hombres a poder vivir.

“pensaron que como éramos indios...”

La perspectiva de una muchacha miskita que me dio su testimonio tiene otra tónica muy distinta de la subsunción de los abusos cometidos entre los daños colaterales que el FSLN podía costearse y todos debíamos permitirle: “Viví en carne propia el desplazamiento forzado de nuestra comunidad en Waspam. Yo obviamente era pequeña y no comprendía entonces la intensidad de la violación. Ahora como adulta lo comprendo como una violación hacia el pueblo miskito a permanecer en su lugar de origen en nombre de la ‘seguridad personal’ y la seguridad de la nación. Mi familia paterna quedó de los dos lados del río. A los que quedaron en el lado norte, los acusaron de contras. Y los que se quedaron del lado sur en Tasbapri, un asentamiento creado ad hoc, tuvieron que hacer lo que el Frente decía. Ya te imaginás lo que eso significó para mi abuela. Mi padre, que tuvo que adaptarse a trabajar para el gobierno sandinista, nunca estuvo satisfecho con el tratamiento que recibió su pueblo. Trabajar en Tasbapri entiendo que nunca fue de su total agrado. Tuvo que explicarle a su gente por qué era necesario estar ahí, en un lugar muy diferente. Supongo que el gobierno sandinista pensó que, como éramos indios, podían meternos en cualquier parte de la selva”.

Los auto-llamados revolucionarios no vimos lo que teníamos ante nuestras narices: un conflicto de dominador/dominados en una región donde, de acuerdo al antropólogo estadounidense Philippe Bourgois, las divisiones étnicas coincidían con una estructura de clases que situaba a miskitos, sumos y ramas en una situación subalterna de casi apartheid. El FSLN tomó partido en una dominación de siglos, sentándose cómodamente en el trono de los ladinos dominantes. Y desde ahí recetó ataques y reasentamientos. Desde sus mullidos sillones capitalinos, los burócratas revolucionarios pergeñaron políticas para una realidad que desconocían y sobre la que habían diseñado una ecuación simple que equiparaba indígenas a enemigos de la revolución. La licencia para matar era el ipegüe no totalmente imprevisible.

El caso Cisneros: todo vale

Las masacres a los mískitos fueron los abusos más trágicos. Pero hubo otros sonoros episodios donde se machacó a hombres y mujeres concretos. El caso Cisneros es muy elocuente. El 14 de mayo de 1985, el comandante Lenín Cerna, entonces director de la Seguridad del Estado y Viceministro del Interior, mandó a aprehender -con gran aparato de fuerza para que se notara en todo el vecindario- a Sofonías Cisneros, Presidente de una asociación de padres de familia de colegios cristianos. Se le acusaba de despotricar contra los programas del Ministerio de Educación, que a su juicio promovían un adoctrinamiento marxista-leninista y, según Tomás Borge reveló al periodista de “The New York Times” Stephen Kinzer, de haber blasfemado contra Carlos Fonseca Amador y Luis Alfonso Velázquez Flores llamando a uno mariguanero y al otro vagabundo.

“Don Sofo”, un ingeniero civil, tenía a la sazón 60 años. Fue trasladado directamente a las lóbregas celdas de El Chipote, donde, de acuerdo a su testimonio, fue personalmente torturado por Lenín Cerna durante largas horas, golpeado, amenazado y después abandonado desnudo en una solitaria esquina de la capital a las 3 de la madrugada. Igual que otros detenidos, Cisneros denunció haber recibido amenazas de que sería ejecutado y de que a sus familiares se les diría que se suicidó.

Quizás a estas hábiles técnicas se refería Lenín Cerna durante una entrevista concedida a Danilo Aguirre y Ernesto Aburto en 1999: “Cuando después caían presos, también lo confesaban todo espontáneamente sin que nadie les hubiera tocado una sola pulgada de su piel. La clave estaba en dos factores fundamentales: un interrogatorio hábil, verdaderamente inteligente, y un acopio abrumador de pruebas, de evidencias”.

yo me tragué el cuento
En entrevista a “Der Spiegel” en abril de 1986, Daniel Ortega se pronunció sobre el caso con su ambigua vaguedad habitual: “Hemos oído hablar de este caso e incluso hemos pedido a la Cruz Roja que lo examine. Los señores de la Comisión Permanente de Derechos Humanos, que hicieron la denuncia, son activistas políticos que están en contra de la revolución del pueblo nicaragüense, pero pueden vivir libremente en Nicaragua. Ellos traen estas acusaciones sin pruebas de la presunta tortura... Cisneros sólo quiere calumniar a la Revolución“.

“El papá de Sofonías fue secuestrado por la Seguridad del Estado y abandonado en pelota en una calle”, decían algunos de mis compañeros de clase. Yo estudiaba en el mismo colegio y había participado en la Campaña de Alfabetización en la misma escuadra que un hijo homónimo del capturado Sofonías Cisneros. El rumor me pareció totalmente inverosímil. Pero recuerdo compañeros de clase de la Juventud Sandinista que saltando jubilosos lo daban por cierto. Esa asociación de padres de familia de colegios cristianos era una piedra dentro del zapato de la Revolución y su portavoz un contrarrevolucionario de tomo y lomo. Aun así, este abuso y la burla de los más elementales procedimientos legales no podía ser más que otra más de las miles de calumnias “orquestadas por el imperialismo yanqui y sus esbirros internos”. Opté por tragarme el cuento: Cisneros sólo quería perjudicar a la Revolución con una denuncia disparatada. Años después, el mismo Cerna pronunció un mea culpa reconociendo el atropello a la dignidad de la persona que hubo en el caso Cisneros, aunque sin especificar el grado de su involucramiento directo.

Tomás Borge, juez expedito
Hubo casos menos conocidos, pero nada secretos para muchos de quienes hoy se rasgan las vestiduras ante el malo FSLN de hoy y su desmantelamiento de la institucionalidad.

Le debo esta espantosa revelación al penetrante académico Andrés Pérez-Baltodano: “Puedo mencionar varios abusos serios. Me limito al más grave, ocurrido entre agosto y diciembre de 1979: la orden de ejecución dada por el entonces Ministro del Interior, Tomás Borge, en una reunión ‘de los martes’ a la que asistían los responsables de cada programa del ministerio. Mi presencia en esas reuniones tiene una explicación novelesca. Fui nombrado ‘Asesor Administrativo’ del Ministerio del Interior cuando Tomás Borge desesperadamente buscaba quién les ayudara a organizar el ministerio y Alfredo Alaniz, entonces gerente del Banco Central, me envió en calidad de ‘experto en administración no contaminado con técnicas capitalistas’”.

“A la reunión de ‘los martes’ asistía la plana mayor del ministerio: el responsable del Sistema Nacional Penitenciario, el jefe de la Policía Sandinista, el Director de Migración, el Viceministro y, a veces, el responsable de la Seguridad del Estado. Yo llegaba como responsable del Instituto Nicaragüense de Administración Pública, un instituto creado para satisfacer las demandas de servicios administrativos del sector público. En las reuniones, los responsables de programa presentaban un informe de actividades y describían los problemas principales que enfrentaban. En una ocasión, el responsable del sistema penitenciario mencionó que un grupo de ‘presos somocistas’ estaban dando problemas. Que reclamaban por el trato, la comida y otras cosas. El representante del sistema penitenciario alegó que esto era peligroso y que los presos parecían estarse organizando. Mencionó el nombre de uno de ellos y lo señaló como el cabecilla. Yo estaba sentado a la par de Tomás, quien en ese momento me pedía por señas un cigarrillo. En realidad, me estaba metiendo la mano en la bolsa de mi camisa. El tipo era así de campechano. Sin verle la cara al responsable del sistema penitenciario y mientras sacaba el paquete de cigarros de mi bolsa, pronunció: ‘Matalo’. Me gustaría decirte que hubo un silencio dramático en la sala de reuniones, pero no fue así. Parecía que el tipo hubiera dicho ‘Saquen una fotocopia’ o ‘Compren café’. Nadie se inmutó. Alguien le dijo: ‘Debés de tener cuidado porque “La Prensa” anda sobre nosotros’, o algo así. Tomás replicó: ‘Él sabe cómo hacer las cosas’, refiriéndose al encargado del sistema penitenciario. Salí muy asustado de la reunión. No me atreví a decirle nada a nadie. En esos días yo ya había aceptado, estúpida y convenientemente, la idiota idea de que para hacer una omelette es necesario quebrar los huevos...O la otra, igualmente idiota: todo parto produce sangre”. Aquel preso fue, naturalmente, ejecutado.

en nombre de la revolución
¿Cuántos supieron de ese caso u otros semejantes? ¿Cuántos supieron de los arreglos de la cúpula del FSLN con Pablo Escobar Gaviria, hospedado con su familia durante meses junto a las embajadas de los países socialistas y recibido en casas de importantes ministros para negociar el derecho de piso que desde entonces el FSLN no ha dejado de cobrar al narcotráfico? ¿Quién puede decir ahora que no supo de la Diplotienda, el sinsentido de los sinsentidos en un Estado que se presumía socialista: un centro donde, para captar los siempre escurridizos dólares, se premiaba la capacidad adquisitiva que el sistema negaba a todos los que trabajaban honradamente? Mientras los hijos de los comandantes -después de disfrutar en las playas de Varadero-, podían pasar comprándose una camiseta Lacoste en “la Diplo”, al ciudadano de a pie le condicionaban los pasaportes, como ahora rememora con rabia un ex-periodista de Barricada: “Obligaban a la gente a asistir a cursos de politización, de vigilancia revolucionaria, milicias y reuniones de CDS para concederles permisos de salida del país. Si querías pasaporte, debías demostrar que asistías a las reuniones del CDS y llevar una carta del CDS a migración”.

El gobierno premiaba a los opulentos con artículos que escamoteaba al pueblo en nombre del cual hacía la Revolución. Nada sorprendente: después de repartirse las mansiones de los defenestrados somocistas, desde los primerititos días de la Revolución varios comandantes tomaron a su servicio al sector menos favorecido del pueblo, le pusieron el mandil y la cofia típicos “de las buenas familias”, y los destinaron al trabajo doméstico, dejándolos tan maltrechos y sin derechos laborales como habían estado bajo el som­o­cismo. ¿Derechos laborales? Esa expresión fue barrida del vocabulario revolucionario, junto a todo atisbo de lucha sindical, las más de las veces considerada diversionismo.

Para la cúpula, todo: la casa de Jaime Morales Carazo -considerada una de las viviendas más lujosas de Managua en su momento-, acumulación de las mejores fincas y empresas -a la postre y como tal, el Ingenio Victoria de Julio, regalo del gobierno cubano a Nicaragua-, viajes al exterior con abultados viáticos, vehículos sin límite y todos los diploproductos, entre otras muchas prebendas.

Para el pueblo, medidas de austeridad que atenazaban con rigor extremo los lánguidos bolsillos, como ocurrió en junio de 1988 con la devaluación del córdoba en un 566% y el aumento del precio del combustible en más de un 1,000% y el de transporte inter-urbano en más de un 600%, al tiempo que se mantenía un control estricto sobre los salarios de los maestros, trabajadores de la salud y del sector público en general, cuyo impacto negativo sobre la calidad de vida denunció Envío (julio 1988).

¿cómo explicarnos toda esta crueldad?
Si todo este contraste y cúmulo de contradicciones no hicieron clic en ninguna antena revolucionaria, es porque estaban embotadas captando consignas y luego mascu­llándolas como nuevas jaculatorias.

Pero no hicieron ni clic ni mella en quienes trabajaban por convicción en un proceso revolucionario y estaban siempre dispuestos a disculpar violaciones a los derechos humanos como si fueran la secuela inevitable de una época turbulenta. De otra forma, ¿cómo podríamos explicar que las palizas propinadas a los opositores -a manos y garrotes de las que Tomás Borge bautizó como “turbas divinas”, que hoy reedita un nada original orteguismo- fueran celebradas por tantos? No hubo una voz entre el sandinismo que se levantara desde las páginas de opinión de “Barricada” y “El Nuevo Diario” para censurar semejante barbarie y la complicidad policial. ¿Dónde quedaba el humanitarismo que a tantos arrastró a buscar un cambio social?

El poder llegó a hipnotizar y supeditar incluso el humanitarismo de los sacerdotes que colaboraron con la revolución. Uno de ellos fue en una ocasión invitado por los altos mandos del ejército para conocer a los feroces mastines entrenados para lanzarse directamente a los testículos y la yugular de los contrarrevolucionarios. Vio cómo un soldado, vestido con un grueso traje protector, recibía las tarascadas en las zonas estratégicas. Contó la escena muy impresionado, pero sin una palabra de censura. Viviendo bajo amenaza, todo vale. Eran actos de defensa. Era la guerra contra el imperialismo. Pero los huevos y pescuezos tronchados no eran los de Reagan y sus secuaces, sino los de los miskitos, los campesinos de Wiwilí y los pescadores del río Coco.

Cómo se trataba a amigos y a simpatizantes
Blandir palo, azuzar perros y lanzar metralla contra los enemigos no tiene nada de novedoso. Pero ¿qué trato se daba a los amigos, colegas, colaboradores, militantes y afiliados? Lancemos de nuevo una mirada escrutadora y desprejuiciada al pasado. Onofre Guevara, histórico líder obrero, prolífico columnista y una de las más luminosas plumas de análisis político en Nicaragua, fue miembro del personal de “Barricada”, el diario oficial del gobierno sandinista en los 80. Ganó el puesto con sus dotes de escritor y su trayectoria revolucionaria. Ninguna le valió para ser tratado de acuerdo a su peso histórico. Sus recuerdos ponen en evidencia la voluntad de la cúpula del FSLN de organizar un país de subalternos.

Relata Onofre: “Una o dos noches, a mediados de los años ochenta, cuando apenas había terminado mi trabajo en “Barricada”, o estaba por terminarlo, aparecieron unos escoltas ordenándome que me presentara en casa de Tomás Borge. Ni siquiera preguntaban si quería ir o si tenía tiempo disponible. Ya en su casa, después de un breve saludo -frío, distante, como el de un desconocido-, Tomás me señaló una máquina de escribir -aún no usábamos computadora- y me pidió que escribiera párrafos sueltos sobre un tema determinado, sin estructurarlo como un artículo. Y él desapareció. Pasado un lapso de una o dos horas, ya casi a las diez de la noche, se apareció una empleada con la “cena”: pedacitos de pipián cocido con queso encima”.

“Después no lo volvía a ver hasta cuando le daba la gana “despedirme” con la misma frialdad. Días posteriores, en un acto político en el César Augusto Silva -antes Country Club-, Tomás fue el orador oficial. Mientras avanzaba en su discurso, yo iba reconociendo las ideas que le había escrito en su casa. La estructura del discurso y sus acostumbradas frases gandilocuentes eran suyas”.

“Ya en 1995, cuando llegó a “tomarse” “Barricada” y a expulsar a Carlos Fernando Cha­morro, uno de sus secuaces de entonces ordenó que no se publicara mi último artículo del siguiente día, lo que me impulsó a renunciar al periódico. Tomás, al darse cuenta, me envió mensajeros (Lumberto Campbell y Mayra Reyes), para que me convencieran de que me quedara, y como no les hice caso, Tomás me llamó a su oficina con el fin de convencerme. Cuando lo vio imposible, me amenazó con impedir que yo trabajara en cualquier otro medio”.

yo mando, vos sos mi empleado
Onofre Guevara fue uno de muchos “escritores fantasmas” en aquellos años. Quizás la mayoría ni siquiera hayan reflexionado hasta qué punto su buena voluntad e ideales revolucionarios fueron puestos al servicio de la vanidad y el hambre de poder de los dominantes de turno porque no hay un límite nítido donde el servicio a la causa y la servidumbre a la cúpula aparezcan en estado químicamente puro. El testimonio de Onofre desenmascara de manera emblemática la voluntad de subordinar, enviando un mensaje muy claro: yo mando, vos sos mi empleado.

Ese mensaje fue enviado a muchos otros servidores de la Revolución y de los nuevos patrones. El Grupo de Solidaridad-Arenal (Grudesa) de El Arenal, Masatepe, aportó testimonios que ilustran otro nivel de subordinación: “Nos dimos cuenta de que los miembros más pobres de nuestra comunidad fueron mandados a los lugares más peligrosos en la guerra, mientras aquellos con más ‘conectes’ locales fueron mandados a lugares menos peligrosos. Perdimos a tres muchachos de nuestra comunidad en la guerra. Lo consideramos en ese entonces no como corrupción, sino simplemente como nuestra participación en la defensa de la revolución. Ahorita entendemos mucho mejor la injusticia de esa política”.

“Un joven se acuerda del miedo que él sentía cuando las autoridades llegaron buscando a su hermano para que se incorporara al ejército. Otros dos hermanos ya andaban en las montañas y su mamá estaba hablando con autoridades locales -sin éxito- para que su tercer hijo no tuviera que ir a la guerra. La familia era muy sandinista. Pero no querían que todos los hijos fueran a la guerra. Ahora entienden la injusticia de la política de ese entonces: múltiples reclutamientos de familias pobres, dejando a muchos jóvenes de familias ‘de recursos y conectes’ en sus casas. Parece que solamente la mamá entendió la injusticia”.

la instrumentalización “revolucionaria”
El ejército sandinista no sólo preservó como especie en extinción a los vástagos de las élites locales y nacionales. También libró de las peores batallas a sus miembros permanentes -que se supone lo eran por convicción- y envió a jugarse el pellejo a los miembros temporales y forzados que prestaban su servicio militar. Y lo hacían a menudo con las uñas porque algunos tenientes y capitanes vendían los pertrechos militares para su beneficio particular en el pujante mercado paralelo y sustituían las mochilas militares por pedestres sacos de cargar frijoles.

A la luz del respeto a la libertad de elección de las personas, obligar a prestar un servicio militar a quienes no compartían los ideales revolucionarios fue una imposición abusiva que desdeñaba las convicciones personales. Enviar a los jóvenes sin los pertrechos apropiados y convertirlos en carne de cañón sumaba al abuso el engaño, la estafa y el crimen. Partidarios, indiferentes y opositores fueron objeto de la instrumentalización cotidiana de los hombres y mujeres concretos. La más palmaria de las instrumentalizaciones fue la decisión de -tras muchas resistencias- decidirse finalmente a hacer la reforma agraria para crear kibutz armados que sirvieran de barrera de amortiguamiento al avance de la contrarrevolución, que desde hace años está siendo revisualizada como una guerrilla campesina contra las políticas militares, comerciales y de tierras del FSLN. Auto­proclamado revolucionario, el FSLN no sólo debía superar en esta materia a las democracias occidentales, especialmente porque la instrumen­talización es una denuncia que anida en el corazón de la crítica de Marx al capitalismo.

las víctimas de la lujuria “revolucionaria”
La sexual, una de las peores instrumentalizaciones, se presentó de mil maneras. Hacerse con las hijas de la rancia burguesía fue un trofeo que muchos comandantes se regalaron y les regalaron: las mujeres como oblea y artículo suntuario que proclamaba la nueva ubicación social de los ganadores. Los abusos sexuales sobre subordinadas también granizaron en todos los ministerios. Las mujeres de menor rango eran parte del merecido descanso del guerrero.

Las víctimas de la lujuria de Tomás Borge son incontables. No menciono sus nombres por respeto a ellas: internacionalistas, compas, subordinadas, escritoras, hijas de escritoras, nietas de escritoras. Seducidas, engañadas, extorsionadas, violadas. El sicalíptico comandante quiso aparearse con tres generaciones a vista, paciencia y regodeo de sus escoltas, amigos y colegas. Muchos lo supieron. Muchas lo temieron. Yo también lo supe. ¿Qué pensé entonces? Que el susodicho comandante no tenía un ápice de calidad moral. Pero ¿quién iba a detenerlo? Y, por supuesto, él no era la Revolución, sino una parte un tanto defectuosa del liderazgo.

El asunto es que esos silencios y esa carencia de derechos de las mujeres tuvieron repercusiones sobre el manejo del tema y su práctica “en la base”. A las mujeres víctimas de violencia machista se les exigía que se abstuvieran de denunciar a sus compañeros porque desde su condición de revolucionarios eran muy importantes para la revolución. Las mujeres no debían “debilitar” la unidad en defensa de la revolución. El amor a la Revolución puso sordina a toda queja y cercenó las denuncias de raíz. Esta conculcación de derechos incluyó también una cacería de lesbianas, sobre las que pesaba un interdicto tácito. Hay quien menciona la obligación de denunciar a las que eran parte del FSLN porque representaban un “peligro” para la Revolución. Decenas de sanciones fueron aplicadas por interpósitas razones.

la deuda que tenemos todos
Esta pesquisa no busca lanzar una nube pestilente sobre los logros de la Revolución, sino preguntarse por la moralidad de los métodos político-militares del FSLN y los abusos de sus líderes. Se lo debemos a las víctimas: a los miskitos masacrados y desplazados, a los interrogados por la seguridad del Estado, los productores confiscados por vender en el mercado paralelo, a los campesinos a quienes se expropiaron sus tierras, a los que no accedían a la diplotienda...

Se lo debemos a la historia: porque es peligroso avanzar sin chequear el retrovisor, porque no hay historeografía posible sin puntos donde se entretejan los hilos de las narraciones divergentes. Uno de esos puntos consiste en mostrar la dominación de una élite que sometió, subordinó y cabalgó a lomo de amigos y de enemigos. Esta dominación se hizo más patente desde el momento en que quienes negaron el comercio libre y la propiedad privada a pequeños campesinos, luego se mostraron, en lo que respecta a su personal peculio, muy devotos de la propiedad privada y del espíritu empresarial. Se trata de una relectura donde no se sienta en el banquillo a la Revolución, sino a los dominadores y a los que apuntalamos su dominio.

Hoy, como ayer, tenemos el imperio de la ley de los dominantes. Sus abusos y su arbitrariedad. Pero sin ideales. Con un simulacro de ideario. Es una enorme diferencia desde un punto de vista que concede mucha importancia a los elementos subjetivos. Pero un análisis donde el peso lo lleven los elementos objetivos implica diseccionar cómo aquellos ideales de muchos allanaron el camino a esta dominación y a su olvido de los hombres y mujeres concretos.

Para adentrarme en un análisis que urda elementos subjetivos y objetivos, me ocuparé en un próximo texto de las justificaciones de los abusos como mecanismos de dominación introyectados. Me centraré por eso, en las raciona­lizaciones de las que echamos mano para explicar y justificar.


Continuará...


MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO. INSTITUTO DE SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD PHILIPPS, MARBURG.

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