El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 27 de mayo de 2010

Me quema la palabra

LA ÚLTIMA EXCURSIÓN
Luis Rocha

Estuve interno en “La Pequeña” (los de primaria) del Colegio Centroamérica, en Granada, y una de las cosas que más me gustaba –además de aprender y practicar natación con madrugadoras clases particulares en la piscina, que por afecto me daba el P. Carlos Caballero, S.J.-, era sin duda alguna, ir de excursión. Soñaba con que dijeran “mañana hay excursión”, coincidiendo con feriados o fines de semana. Largas y felices caminatas de ida y regreso a alguna hacienda en las faldas del Mombacho, o más cortas pero igualmente eufóricas al Tepetate, en donde la diversión de nadar se confundía con los hallazgos arqueológicos de cerámicas precolombinas en el lodoso lecho del ya desaparecido río o estero. Ignacio Astorqui y Jesús Hergueta eran los “maitrillos” encargados de “La Pequeña”, en los tiempos en que el hermano Montuenga, apodado “el pirata” por renco, administraba “La Cantina” del colegio; existía un fabuloso zoológico coincidiendo con la crianza de los cerdos más enormes que he visto en mi vida; y el hermano Beguiristain era el temido dueño y señor de la enfermería, y a quien volvería a ver a través de los años desempeñando diferentes quehaceres, sin que el tiempo lo tocara, como reencarnado en sí mismo.

En aquella época Álvaro Arguello estaba haciendo su juniorado en Quito, Ecuador. Lo conocí años más tarde -incluso después que a su apreciado hermano Roberto-, y profundizamos nuestra amistad cuando perteneció a la humanista y beligerante comunidad jesuita de Bosques de Altamira. Esta vez no me voy a referir a su épica dedicación a la Historia, sino a ese espíritu excursionista que obviamente antes que a mí, lo había calado a él. Épocas distintas en un mismo plano espiritual. El gozo de la naturaleza, del aire y la palabra, que nos sedujo a muchos para siempre. Fue así como hace algunos años fuimos a la casa de Tito Castillo y la Cuta en el lago de Granada, y excursionamos hasta el paso de Panaloya. Con el grato recuerdo de aquella mínima aventura, tiempo después, ya enfermo él de parkinson pero empecinado en conducir fuera de los límites que la prudencia exigía, una inolvidable mañana dorada de piñales y el lejano rumor del Río Brujo, tomamos, otra vez los tres, camino a “El Chocoyero” en las sierras de Managua. En un momento dado el jeep de Álvaro salió sobrando y nos bajamos a respirar o a embriagarnos de verde, al igual que una bulliciosa bandada de chocoyos que se remontó por la copa de los árboles.

El 3 de septiembre harán diez años de que Monseñor José Arias Caldera se hizo luz. Le decían Monseñor de los Pobres por su entrega, al igual que la de Álvaro, durante toda su vida a las causas justas, y así lo hizo con la revolución, consciente y coherentemente. Fue amado por los pobres –sobre todo por los feligreses de su antigua Parroquia de Santa Rosa-, y manipulado por el sector de la dirigencia revolucionaria que hoy se quiere eternizar en el poder y que es la misma que lo abandonó a su suerte en la Parroquia Asunción de María, en Ciudad Jardín. Ni la providencia ni Álvaro Arguello, que en este caso es lo mismo, lo abandonaron nunca. Tampoco el padre Toñito Castro, quien junto con Álvaro, acudían según pudieran juntos o por separado a concelebrar en sus misas, apoyándolo en un admirable ritual de consagración que lo abarcaba todo. Testigos afortunados fuimos los amigos que llegábamos, entre ellos su médico no creyente, el inolvidable Sergio Martínez Ordoñez, quien, digo yo, desde una Fé desconocida, también concelebraba con nosotros, participando plenamente de aquel humilde adelanto de la eternidad. Se murió Monseñor Arias sin un palmo de tierra donde ser enterrado. Álvaro Arguello le encontró un lugar digno en el mausoleo de los jesuitas en Managua. Un lugar digno y noble como el corazón de Álvaro.

La mañana del lunes 24 de mayo de éste año, el P. Álvaro Arguello Hurtado, S.J., dejó a un lado el parkinson y el cáncer de próstata, para irse de excursión. Nadie podía impedir tan merecida partida. Me lo imagino sobrevolando toda la Historia de Nicaragua, quizás con la tentación de regresar, profundizar aún más su estudio, y divulgarla a los cuatro vientos. La Historia de Nicaragua: su pasión, con todo y lo difícil de sus gentes y la plenitud de sus paisajes. Álvaro fue algo así como la solución intangible a toda dificultad. Un don innato y misterioso. Se fue de excursión, como cuando fuimos a “El Chocoyero” y en su alegría de pájaro se unió a una bandada de chocoyos, todos conocidos, todos alborozados como alumnos de “La Pequeña” en las faldas del Mombacho. Todos en un nuevo y definitivo nacimiento. La última excursión por imperecedera e inolvidable. Más allá de toda muerte eterna. Más allá de toda vida temporal. Más allá.

luisrochaurtecho@yahoo.com
“Extremadura”, Masatepe, 27 de mayo de 2010.

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