El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 23 de mayo de 2010

El manto de Dios

Francisco Javier SANCHO MÁS.
“Sí. Se puede pasar al otro lado. Lo han dicho por televisión”. Esas fueron las palabras con las que la noche del 9 de noviembre de 1989, un joven convenció a un policía que custodiaba la parte oriental del Muro de Berlín. El policía se mostró estupefacto por la avalancha de jóvenes que, como el que le hablaba, habían escuchado por televisión y radio la noticia. El muro se había abierto y no se necesitaba pasaporte para pasar por fin a ese otro lado, prohibido durante casi treinta años.

La noticia era falsa y verdadera al mismo tiempo. Un portavoz del gobierno de la antigua RDA convocó a la prensa para anunciar nuevas medidas sobre el trasiego de personas debido a emigraciones masivas que se estaban produciendo hacia Hungría y Austria. El portavoz anunció que se podría visitar el lado occidental de Alemania, pero no tuvo tiempo de leer en detalle la nueva normativa, así que cuando un periodista italiano de la agencia ANSA le preguntó, aparentemente sin ninguna malicia, cuándo entraba en vigor dicha normativa, el portavoz consultó sus apuntes, e ignorando la respuesta adecuada, pensó que lo lógico era contestar: “De inmediato”. Estaban tan lejos de la realidad, que nunca se imaginaron la avalancha que se produciría al instante. Entonces, los periodistas dieron la bomba, y decenas de miles de alemanes sin pasaporte se precipitaron sobre el Muro. Los guardias, que no habían sido informados debidamente, no sabían qué hacer y tuvieron que ceder el paso de la multitud al otro lado. Ese día el muro empezó a caer. Si bien es cierto que su desaparición se vino gestando antes en negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, su precipitación fue producto de esas casualidades que provocan los grandes y pequeños cambios de la Historia. Alguien que hace una pregunta y alguien que contesta lo primero que se le ocurre sin saber la respuesta que debía dar y ¡pum!, la vida de millones de personas cambia por completo. Estamos siempre sometidos a políticas que responden a caprichos o a dejaciones personales muchas veces.

Al recordar esos días en sus memorias, el ex presidente de la República Federal de Alemania, Helmut Kohl, describió la incertidumbre y lo inesperado de los acontecimientos en torno a la caída del muro de Berlín con una frase prestada del famoso canciller Otto von Bismarck: “Cuando el manto de Dios pasa por la historia hay que saltar y agarrarse a él”. El mismo Kohl decía que en la política hay dos cosas fundamentales: lo que es factible y lo que es tolerable para los demás. El muro de la vergüenza ya se había hecho insoportable.

Nadie creyó que Somoza caería en la fecha en que abandonó el país, y ni siquiera los mismos dirigentes de la revolución lo creían a ciencia cierta. Nadie quiso creer que una derrota del FSLN en el noventa era factible y sucedió que para las madres, como para mucha otra gente, la guerra se había hecho insoportable. Y ahora nadie cree que se pueda empezar de cero, incluso desde el Sandinismo, que se pueda ejercer una renovación interna en los partidos que juegan a los naipes de los intereses personales de las familias del poder político y económico en Nicaragua, esas que ya se declaran en guerra abierta, aunque de momento los heridos los ponen los de siempre.

Puede que sea factible volver a presenciar unas elecciones disputadas por Arnoldo Alemán y Daniel Ortega, ambos con menos pelo y con más panza que hace catorce años. Pero para muchos, ya será insoportable el modelo de repetición del pasado que tiene bajo condena a Nicaragua. Ninguno de los candidatos a reelegirse, ninguno de los diputados, ninguno de los que expresamos opiniones sobre el devenir de Nicaragua, ninguno de los que tienen la solución a los problemas del país en los cubitos de hielo de su vaso de ron, ninguno de los que viene desde afuera bajo consultorías sustanciosas, se atreve a pasar una sola noche bajo la lámina de cinc, o sobre el piso de tierra de una familia campesina de Matagalpa, esperando que amanezca con el estómago vacío. Un estómago vacío como una noche de incertidumbre no se contempla en la Constitución de Nicaragua, ni tiene nada que ver con el decretazo de Daniel, ni con las sumas y restas de diputados para cocinarse las propias elecciones. La publicidad millonaria que se gasta este gobierno, por ejemplo, se adhiere sobre los rótulos con la imagen de un presidente sonriendo sobre una multitud que no ha dejado de crecer en medio del asfalto, y hablo de lo que veo: niños famélicos, en muchos casos, pidiendo un peso a cambio de la promesa de lavar un vidrio al que ni siquiera llegan con una mano. Y las sonrisas y lemas de los rótulos se vuelven como una mentira mal disimulada, tan pegajosas, que no se atreven a adentrarse en la verdad que se esconde en las comunidades de las montañas del país y de la Costa Caribe, o en los mismos enfermos que son atendidos gratis y no pueden curarse porque no pueden pagar después sus medicinas.
Y parece que esto no acaba nunca; que seguirán los de siempre, que no habrá valientes que renueven sus partidos por dentro, que vengan desde cero a limpiar el patio. Que no habrá quien invoque la decencia y la moral sobre el cuerpo torturado de un estudiante de la UNAN por otros estudiantes; que no habrá quien reinvente junto a otros una manera de hacer política que no sea esta guerra permanente de intereses y caprichos.

Pero ocurre. Al final ocurre. Y por mucho que se quiera despreciar el optimismo, o la inocencia de creer que algunas cosas ocurren motivadas tanto por el trabajo paciente y silencioso como por el azar, sucede un día, inesperadamente, que el manto de Dios pasa por la historia de un pequeño país, y la gente se aferra a él, y un joven que lo cree, convence a otro de que sí, de que se puede y se debe pasar al otro lado. Y el pueblo decide pasar. Y pasa. Todo el pueblo.
franciscosancho@hotmail.com

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