Necesitamos reconstruirnos para sentirnos orgullosos de ser ciudadanos frente al mundo, disfrutar el derecho al bienestar social sin abusos ni tragedias.
La semana antepasada una misión cultural de El Salvador fue invitada por la Universidad de Boston, bajo coordinación del Dr. James Iffland. El motivo: celebrar el 80.º aniversario del nacimiento de Roque Dalton. Foco central: la película de la austríaca Tina Leisch “Roque Dalton: fusilemos la noche”, seguida de un foro excepcional por celebrarse en una gran ciudad de Estados Unidos, la más cultural e histórica, centro de la revolución americana para liberarse del imperio inglés. Ahora se considera la ciudad de mayor proyección educativa de Estados Unidos, con grandes centros mundiales de educación superior: Boston.
Desde allá recordamos la poesía viva de un poeta sobreviviente. Porque con Dalton la poesía salvadoreña palpita como un fosforito de luz cuyo resplandor atrae a todo un auditorio de cultura global.
Además de las actividades universitarias, fue emotivo encontrarse con un grupo de adolescentes latinoamericanos en East Boston High School, situada en un sector de habla hispana. Aquí tuvimos la experiencia incomparable de intercambiar conocimiento con muchachos, donde más del 50 % son salvadoreños.
Llegamos a despedir un invierno de grandes nevadas, y al inicio de una primavera aún indecisa; sin embargo, los jóvenes fueron calurosos, bajo la orientación de sus maestros, siempre atentos al desarrollo emocional de sus estudiantes que participaban en la charla literaria. Se cerró con un sorpresivo pastel de cumpleaños y bocadillos salvadoreños. Con su entusiasmo, estos adolescentes nos mostraron ser la mejor expresión como agregados culturales ad honórem de El Salvador. Muchachos con quienes tenemos grandes deudas. Y con sus familias. Por el beneficio económico que nos producen después de enfrentarse a la muerte para cruzar las fronteras. Su educación actual es semillero de futuros aportes al desarrollo de El Salvador.
De las veces que he visitado Boston, las dos últimas han sido las más gratas, pues se nos dio la oportunidad de visitar este centro escolar y luego presentarnos con adultos en la casa de la cultura salvadoreña. Todo con apoyo de la Universidad de Boston y de nuestro consulado, en permanente contacto con la comunidad emigrante donde se alojan casi 100,000 salvadoreños.
Este abril la misión cultural llevó a los estudiantes la poesía de Dalton, y a la delegación le permitió reparar que los jóvenes conocen de una cultura continental sin olvidar la propia. Casi todos son sobrevivientes de la exclusión y la violencia, los que aún esperan un futuro mejor que les permita aportar con la educación recibida. De nuestra parte expusimos que los salvadoreños no son de ninguna manera los olvidados. Su diáspora es explicable por las limitaciones económicas y la tragedia de una histórica violencia institucional.
Los jóvenes salvadoreños de la High School nos hicieron confirmar que la búsqueda del bienestar social no se limita a los que vivimos en El Salvador. De ahí proviene su entusiasmo de integrarse al futuro nacional y conocer de cerca una actividad poética que conmemoraba el 80.º cumpleaños del poeta Roque Dalton. También nos hicieron reflexionar sobre otros sobrevivientes con su obra literaria, a quienes mantenemos lejanos como si continuáramos temiendo a la palabra literaria. Caso de la voz creativa de Francisco Gavidia, de Alberto Masferrer, de Oswaldo Escobar Velado, para citar algunos.
Visitar a estos estudiantes de la diáspora es hacerles saber que existen; aún más, nos permite a nosotros conocer que existimos. Esto parecería una perogrullada si no fuera porque de pronto puede asaltarnos la muerte violenta. Ningún salvadoreño es ajeno a la muerte violenta. Por eso es importante promover la vida de los sobrevivientes dentro y fuera de las fronteras. Salvadoreños todos, pese a la distancia que pareciera separarnos en el tiempo y en la geografía.
Acercarnos con el mensaje artístico repercute a favor de una sociedad pacífica y sin arrogancias. Sin privilegios ilegítimos. La promoción del arte fortalece las acciones que previenen la violencia. La metáfora y los signos artísticos y culturales contribuyen a consolidar una sociedad equitativa, incluyente y segura. Para eso se hace necesario invertir en el sistema cultural y educativo, sin dejarnos aprisionar por las incomprensibles sobriedades en el gasto público. No olvidamos que la democratización implica combatir las corruptelas que no se limitan a apropiarse del dinero público, sino en manejar una organización estatal con transparencia.
Necesitamos reconstruirnos para sentirnos orgullosos de ser ciudadanos frente al mundo, disfrutar el derecho al bienestar social sin abusos ni tragedias.
En fin, hablar de sobrevivientes me hace recordar al poeta T. S. Elliot cuando califica a abril como el “mes más cruel”. Sí, ha sido cruel con Eduardo Galeano, autor de esa especie de Biblia laica latinoamericana, “Las venas abiertas de América Latina”. Más de una vez compartimos mesa literaria en otros países. “Hay obras como si a uno lo invitaran a morir”, decía Galeano refiriéndose a la gran divulgación de la obra mencionada, en detrimento de sus otras producciones literarias. En verdad, un artista ama a todos los hijos que pare.
Y fue implacable abril con el premio Nobel Günter Grass, autor de la obra maestra “El tambor de hojalata”, que nos dio el personaje mágico de Óscar Mazerath, el niño que a los tres años decide no crecer. Su tambor destructivo ofrece una simbología del poder militar hitleriano. Grass, él mismo protagonista y víctima del militarismo nazi, demuestra cómo la poesía puede destacar desde las atrocidades. Y esto no es metafórico: en la Segunda Guerra Mundial hubo 55 millones de fallecidos y 35 millones de mutilados. Fueron muertos 6 millones de judíos, 27 millones de rusos y soviéticos (10 millones de ellos civiles). Además de los aliados estadounidenses y europeos. Y Alemania, con su superioridad racial y poderío militar, fue la causa primera de esa furia destructiva.
Abril también ha sido cruel con tantos salvadoreños que nos hacen pensar que muchos sobreviven por la gracia de Dios.
Nota. El viaje a Boston no costó ni un solo dólar en viáticos del erario público. Ni los otros viajes de los que hablo. En absoluto
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