¡Cuántos hecho innecesarios y crueles han sucedido en Nicaragua en los últimos días!. Hemos enviado al mundo –una vez más-, imágenes de lo que puede sufrir la gente sencilla del pueblo en manos de las autoridades. Esta vez, le han quitado la vida a una niña de 11 años, Aura Marina Reyes Ramírez, a un niño de 13 años, José Efraín Pérez Ramírez y a una joven de 23, Katherine Ramírez Delgadillo.
Pero eso no fue todo, le han dado dos balazos a un niño de 4 años, Axel Reyes Ramírez, uno de los cuales quedará para siempre en su cuerpo, y también han baleado en el estómago a una niña de 5 años, Miriam Natasha Guzmán Ramírez, hija única de la joven Katherine, su único sustento.
Pero eso no fue todo, han golpeado y arrastrado a Yelka Ramírez, madre de los niños asesinados, que no ha parado de reclamar: “Quiero que se sepa: me maltrataron --enseña un morado que cubre todo su antebrazo derecho--. ¿No me ve? Me arrastraron mientras pedía auxilio para salvar a mis hijos”, insiste desconsolada mientras muestra otros golpes en su rodilla derecha y extensas heridas por arrastre, en su abdomen.
Pero eso no es todo, ella tiene un embarazo de siete meses que se ha trasformado en un embarazo de alto riesgo, que nadie sabe cómo puede terminar. Los golpes en el abdomen- cuando la arrastraron por la calle- pudieron haberle desprendido la placenta, terminando con su vida y con la de su próximo hijo o hija.
Pero eso no es todo, ya fallecido el niño José Efraín fue pateado en la cabeza por uno de los policías que lo trasladaban al hospital, lo pateaban frente a su madre que, desesperada, les reclamaba por lo que hacían.
Estamos viviendo tiempos que jamás imaginamos, porque la autoridad se ejerce por encima y en contra de la ley y la razón. Son las pobres, son los pobres, las principales víctimas de los que dicen que el pueblo es presidente y que el cristianismo y la solidaridad los inspiran. Palabras vacías de contenido, desvirtuadas, abusadas.
Una ceremonia fúnebre convertida en show absurdo y extemporáneo. Les impusieron un discurso de una religión que no es la suya, invadieron su privacidad y su dolor convirtiendo en espectáculo el último momento, en que hubieron podido despedirse de los suyos tan violentamente arrancados.
El valor de esta mujer nicaragüense, Yelka Ramírez, es una campanada de alerta de lo que las mujeres saben y pueden reclamar, ella no se ha dejado engañar por las ofrendas, las ofertas y el despliegue mediático. Ella no quería tener en su casa tres ataúdes de lujo que quizás nunca hubiera podido pagar, ella les gritaba ¨los quiero de regreso!, me mataron a mis hijos y a mi hermana!¨, y esa enorme voz traspasó nuestros oídos, nuestro cuerpo, nuestros corazones, y lloramos con ella con rabia, con impotencia. Y lloramos por Nicaragua.
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