Por: Ricardo Bada
Una cosa que me gusta seguir haciendo en mi blog es esa antología de páginas que les anuncié hace meses traduciendo una de las memorias de Liv Ullmann.
Hoy quiero presentarles, atendiendo a la fecha, una de las primeras escenas de uno de los primeros actos más perfectos que se hayan escrito en el teatro español. Se trata de la obra Cena de Navidad, de José López Rubio, y la escena que sigue es un primor que puede degustarse con independencia del resto de la obra… aunque espero que les despierte el apetito a leerla íntegra, realmente vale la pena.
Y ahora, con mis mejores deseos para todos ustedes, en este que que llamo el Día Internacional del Regalo, se levanta el telón y vemos que el escenario representa el salón de un reservado de un restaurante caro en una capital de provincia española.
(Aparece en la puerta del pasillo UN SEÑOR, con el abrigo puesto y el sombrero en la mano.)
UN SEÑOR.- (Casi en la puerta.) Perdón… ¿Es aquí la cena de Navidad?
EL MAITRE.- Sí, señor. Pase el señor.
(VIÑAS se acerca a quitarle el abrigo.)
VIÑAS.- ¿El abrigo, señor?
UN SEÑOR.- ¡Espere!… ¿La del anuncio del periódico?
EL MAITRE.- No he leído el periódico de hoy.
UN SEÑOR.- No. Yo tampoco. Vino en el de ayer. Por eso lo he visto hoy. Llevo un día de atraso, ¿sabe usted? Cuando estuve tan enfermo, hace dos años, tuve que dejar una mañana de leer el periódico. No estaba para nada. Y, desde entonces, no me he puesto al día, ¿comprende? Voy con una fecha de retraso.
EL MAITRE.- (Con una idea.) Sí, pero… Perdone el señor; si un día lee dos periódicos…
UN SEÑOR.- (Alarmado.) ¿Cómo? ¿El de ayer y el de hoy, juntos? ¿Usted cree que hay capacidad humana para enterarse, de un golpe, de las cosas que pasan en dos días, con las cosas que pasan? No podría resistirlo. Mi corazón no está ya para esas bromas.
EL MAITRE.- (Proponiendo una última solución.) Tal vez, saltándose el señor una fecha…
UN SEÑOR.- ¡Pues no dice usted nada! ¡Saltarse el periódico de un día!… ¿Cómo liga usted, después, el tiempo? ¿Leer el comentario de la noticia perdida, sin saber a qué se refiere? ¡Quite, quite! Es como saltarse un capítulo de una novela. No. La actualidad no se puede cortar ni zurcir. Y hay que contar, además, con la gente que se muere. Porque la gente como usted y como yo, nuestros amigos, sólo se muere un día determinado. Únicamente los hombres famosos se conservan muertos en la Prensa durante varios días. Los demás, su substituyen en seguida. Tal vez sea usted de Madrid, o de un sitio grande, donde los muertos importan menos. Pero, en estas ciudades más bien pequeñas, se conoce a todos los muertos, y la calle en que vivían… Y si, precisamente, ese día que uno se saltase… Ya sé lo que va usted a decirme…
EL MAITRE.- (Impaciente, levemente impertinente.) Voy a permitirme decir al señor que me marcho, si no manda otra cosa. Son cerca de las diez, y es Nochebuena.
UN SEÑOR.- Por eso mismo. ¡Si ha venido usted a la cena!…
EL MAITRE.- He dispuesto la cena, y me marcho. No se ha dado cuenta el señor de que le digo “el señor”, y con ello establezco la situación de un modo evidente. Soy el Maitre de este restaurante, y libro esta noche, como casi todo el personal.
UN SEÑOR.- Bueno, bueno. Muy bien. Pero, antes, me tiene que sacar de dudas. Esta cena…
EL MAITRE.- (Respetuoso, pero impaciente.) De esta cena no sé más que lo que me dijo la Dirección del establecimiento. Que llegó un caballero, anteayer, encargó la comida, dejó una señal importante y no ha vuelto.
UN SEÑOR.- ¿Eligió el menú?
EL MAITRE.- Únicamente los vinos, señor. Las marcas, los años y los grados de temperatura a que han de servirse. Lo demás, lo dejó al criterio de la casa.
UN SEÑOR.- ¡Ah! Entonces, yo sé más que usted…
EL MAITRE.- (Sin deseos de discutir.) Es posible.
UN SEÑOR.- (Sacando un diario del bolsillo.) El periódico de ayer, decía esta mañana… (Lee.) “Cena de Navidad”. Y, debajo: “Toda persona que, por cualquier azar, se encuentre sola en esta ciudad, sin hogar, sin familia, sin amigos, esta Nochebuena, puede reunirse con los que se hallen en las mismas condiciones, a las diez de la noche del veinticuatro de diciembre, en el restaurante Daniel…” ¿Qué tiene usted que decir a eso? Supongo que no será una propaganda de la casa.
EL MAITRE.- (Dignamente.) La casa, en sesenta años de existencia, no ha hecho nunca propaganda, y menos de esta clase. Y menos aún, en esta noche.
UN SEÑOR.- (Perplejo.) Entonces…
EL MAITRE.- El encargo se ha cumplido escrupulosamente. La cena está preparada. La mesa, dispuesta. (Señala el comedor.) Vea el señor… Y éste es el menú. (Le entrega una cartulina que toma de la mesa.)
UN SEÑOR.- No faltan más que los comensales…
EL MAITRE.- Ya vendrán… O no vendrán. Es todo cuanto puedo decirle al señor.
UN SEÑOR.- Puede usted decirme algo aún. Lo más importante. ¿Se trata de una invitación?
EL MAITRE.- ¿Cómo?
UN SEÑOR.- El anuncio no lo especifica. Y es lo que yo quisiera saber. ¿Quién paga esto?
EL MAITRE.- Yo no sé, señor.
UN SEÑOR.- (Preocupado.) No queda claro. (Echa una mirada al menú.) No está mal.
EL MAITRE.- (Servicial.) Nos hemos esmerado.
UN SEÑOR.- Con exceso. Ya no hay quien sea capaz de comer tanto. Ni los pobres. Y el precio, será en consecuencia…
EL MAITRE.- Ya sabe el señor que esta casa…
UN SEÑOR.- De oídas. Por eso, nunca me he atrevido a entrar, hasta esta noche. (Vuelve a mirar el menú. Mueve la cabeza.) No me decido. La idea me ilusionaba, si fuese una invitación. Pero si luego tengo que abonar mi parte… ¡Dése usted cuenta! Y quedar mal, a última hora, tampoco… (Suspira, mientras devuelve la cartulina al MAITRE.) ¡Qué se le va a hacer! Cenaré en casa, en la camillita, como todos los años… Buenas noches.
(Sale UN SEÑOR por la puerta del pasillo.)
EL MAITRE.- Buenas noches, señor.
(El MAITRE y VIÑAS se miran.)
EL MAITRE.- Si va ser todo así, le veo a usted en su casa antes de las once…
VIÑAS.- (Tristemente.) ¡No lo quiera Dios!
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