Este 1° de septiembre se estarán celebrando los 99 años del
Colegio Centroamérica, y cien de fundado
conmemoraremos en el 2016, cuando por feliz coincidencia el 6 de febrero Rubén
Darío tendrá igual cantidad de años en la eternidad, con “tantas victorias
ganadas” y “¡lo saludan con voces de bronce las tropas de guerra que tocan la
marcha triunfal!...”. No puedo evitar pensar en la similitud airosa, bélica, y
de “compañía real que Jesús con su nombre distinguió”, de la “Marcha de San Ignacio
de Loyola” con el poema “Marcha Triunfal” de Rubén. El ritmo de la “legión del Loyola”, marchando hacia el
triunfo, y que “sin temor enarbola a la cruz por pendón”, es la pedagogía del
rechazo a toda derrota, o de la perseverancia en la ética y la moral, que viene
a ser lo mismo.
Muchos años antes de hacerme estas reflexiones, allá por 1952
o 1953, un circunspecto y silencioso cochero, don Carlos, al final de mis
vacaciones, me llegaba a esperar a la Estación de trenes de Granada, para
conducirme en su coche al Colegio Centroamérica. Al trayecto le ponían una lúgubre música acústica los
cascos. No olvido ese equino compás trotando en mis recuerdos, grabado para
siempre: el trecho que tantas veces recorremos desde la nostalgia. Al poco
tiempo me daba cuenta de que no había perdido la libertad, sino que era otra la
que ganaba, con una disciplina verdaderamente militar, de levantarse a las
6:00.A.M., hacer la cama, lustrar los zapatos, bañarse, ir a formación, misa o
estudio, y clases, desayuno, almuerzo y cena, con más intervalos de estudio en
riguroso silencio, añorando recreos o próximas excursiones los domingos al Tepetate
o al Mombacho. El Colegio se dividía en tres divisiones: Pequeña, Mediana y
Mayor. Yo además de estar en la Pequeña, era privilegiado por ser uno de los
internos menores, y lo mejor fue cuando mi padre, quien distribuía exclusivamente
la Metro Goldwyn Mayer, les permitió a los jesuitas exhibir antes de que se
estrenara comercialmente en Managua, la superproducción “Quo Vadis”. Al día
siguiente amanecí héroe.
Pero esa calidad de minúsculo héroe, no me hizo inmune al
disgusto del Hermano Montuenga, quien administraba la Cantina y a quien todos
llamábamos “el pirata Montuenga” porque era cojo. Resulta que ya montado en el
bus para ir de excursión, divisé al hermano Montuenga, y en el momento que
arrancábamos tuve la desafortunada idea de saludarlo por la ventana diciéndole:
“Adiós piratita”, y ahí se armó un concierto de pitazos para que se detuviera
el bus, me bajara echo un energúmeno y me dejara castigado en el Colegio, con
tan buena suerte, que creo más sufrió él con mi castigo, y porque me “adoptó”
por todo el día en la Mediana Carlos Caballero, con clases de natación y
mostrándome una fabulosa colección de chocorrones, de todos los tamaños, y
hasta de tres cuernos. Un mundo fabuloso de monstruos. De manera que llegada la
cena, y como a Mario Gutiérrez el hermano encargado de la cocina le daba una
ración extra de queso –de lo que soy adicto- le cambié mi pudín de chocolate
por su ración. Broche de oro.
El 31 de julio es el aniversario de San Ignacio. Esa mañana
era de bulliciosa diana. Se oía estruendoso “el cortejo de los paladines”
acompañados de nuestra banda de guerra, levantándonos para ir a “la batalla
campal”. Aún hoy: Los claros clarines de
pronto levantan sus sones, su canto sonoro,/ su cálido coro,/ que envuelve en
un trueno de oro/ la augusta soberbia de los pabellones.
LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 10 de agosto de 2015.
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