Jorge Eduardo Arellano
Titulado escuetamente Concierto (Managua,
Hispamer, 2014), el undécimo poemario
de Luis Rocha Urtecho (1942) fue presentado el miércoles 19 de agosto en el
Auditorio Pablo Antonio Cuadra del citado centro cultural. Emblemáticas piezas
musicales de Cataluña y excelentes fotografías pajariles, unidas al análisis crítico,
a la amistad y, sobre todo, a la poesía reinaron en ese feliz evento abarrotado
de público. Felicito a sus organizadores y al autor de Concierto: una colección poemática sobre pájaros que habitan y
vuelan en y sobre el territorio de nuestra patria.
La temática no es novedosa. Muchos antecedentes pueden rastrearse dentro
de nuestra tradición literaria, ya antologados en el número 1 de la revista El Pez y la Serpiente (enero, 1961):
“Aves y pájaros en la poesía y el arte nicaragüenses”. En esta selección se
incluyen ejemplos de la poesía popular anónima y de poetas callejeros como Blas
Franco, más poemas de Rubén Darío, Azarías H. Pallais, Alfonso Cortés, Luis
Alberto Cabrales, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Octavio Rocha,
Joaquín Pasos, María Teresa Sánchez, Julio Ycaza Tijerino, Ernesto Mejía
Sánchez, Ernesto Cardenal, Fernando Silva, Julio Centeno y Nicolás Navas. El
zopilote, el zanatillo, el gurrión, el pito-real, la urraca, los piches, las garzas,
las poponé, la paloma de San Nicolás, la oropéndola, el tucán pico-feliz, el
güis, la alondra, las pavas y las gaviotas se privilegian en estos versos.
Otros autores nicaragüenses, como los modernistas Juan de Dios Vanegas y
Ramón Sáenz Morales, cantaron a muestro pájaros: el primero al chichiltote (ave color
de fuego) en “Pájaro y fruto”; y el segundo a la oropéndola en “La
tormenta”: Púdica oropéndola / canta en
un ramaje, / con la abatida fe de quien va suspendiéndola / y tan solo para que
haya un poco de alma en el paisaje. Incluso los poetas del grupo U, de
Boaco, asumieron el pájaro como imagen de la identidad cultural, presente en la
mitología indígena y en el arte autóctono. Si Flavio Tijerino clamaba: Que nadie clave un vuelo sin proclamar su
pájaro, Armando Incer se reconocía fiel a su vocación de pluma y vuelo, y Alfonso Robles lograba una onomatopéyica
preciosura: “El canto del pocoyo”.
Pero el máximo cantor e investigador de los pájaros en nuestro país es
Raúl Elvir Rivera (1927-1998), cuya pasión por el universo pajaril heredó a Luis
Rocha. Así este lo hace constar en su poemario Concierto que, ante todo, entraña un homenaje al autor de “A los
pájaros” (El Pez y la Serpiente, núm. 25, invierno, 1981). En efecto, Elvir describe
y enaltece 55 pájaros: desde el alma de perro hasta el zonchiche, pasando por
el azulito picudo, el chocoyo chanero, el dichoso fui, la lora nuca amarilla,
el pijiriche y la tijereta. Elvir también tradujo el prosema “Pájaros” de Saint
John Perse y el ensayo exegético de Pierre Enmanuel sobre ese texto que resume
la estética de aquel, consistente en “el conocimiento perseguido como una
búsqueda del alma y la naturaleza finalmente alcanzado por el espíritu, después
que ella le ha cedido todo”.
He aquí la sustentación plena del poemario pajaril de Rocha, remontado a
los años 90 del siglo XX, pero concluido hace poco tiempo, tras una esforzada
elaboración durante el refugio bucólico que significa para él su finca
“Extremadura” en el municipio de Masatepe. No se trata de una poesía evasiva de
la realidad circundante, como podía suponerse. Por el contrario: se alude a
ella, por ejemplo, a través de la protesta contra el tráfico extinguidor de los
pájaros: ¿Por qué condenar a nada la
alegría / o a un miserable encierro? / ¿Para qué robar el vuelo a tantos
pájaros / nostálgicos de azul, celeste o infinito, / mientras otros desde el
firmamento los llaman / cruzando altos verdes libérrimos / con fondos de nubes
blancas? (“Mercado negro”). O a través de correspondencias pajariles con el
devenir político (“Revolución”). Sin embargo, se impone el trazo preciso, la
nota lúdica, la transcripción onomatopéyica, la extensión equilibrada que se
dedica a cada poema y la rima oportuna con que culmina el autor la dicha de su
experiencia pajaril: Cantos y vuelos de
pájaros / con creces se me han dado. / Vale la pena envejecer así de regalado.
Vale la pena vivir, si se vive enamorado (“Día de difuntos”).
Concierto consta de 44 poemas, dividido en tres
secciones: Claros clarines / Mundos mejores y Locos pretextos, títulos
procedentes de Rubén Darío, Miguel Hernández y Alfonso Cortés. En ellos
adquieren presencia poética, con sus trinos y rasgos físicos, aves y pájaros
como las cocorocas, las palomas de Castilla, el Martín pescador, el clarinero,
el cenzontle, los pocoyos, los tincos, el chocoyito zapoyolito, el
guardabarranco, los pavo reales (ataviados
como reyes por la naturaleza), el puntual alcaraván y el sargento
rojinegro, por citar algunos protagonistas del poemario en cuestión.
Asimismo, figuran en estas páginas, ––asistidas por un optimismo permanente
y una familiar tranquilidad–– referencias zoológicas-míticas como el Pájaro del
Dulce Encanto de los campesinos nicas y el Ave Fénix de los griegos.
Precisamente, Luis Rocha se identifica con el último como poeta de auténtica
vocación sostenida que es: Y puesto que
somos Ave Fénix / si queremos renacer renaceremos / y podremos volar dentro de
nosotros / más allá de tiempos y distancia / en tan solo un instante eterno. //
Porque lo nuestro es volar, / revelarnos, unirnos en memoria, / ponerle alas a
la imaginación, / y atravesar galaxias / a millones de años luz, / hasta llegar
a una meta cósmica / donde no tenga lugar olvido alguno. // Así dejaremos a
nuestro paso / al menos una estela de cenizas, / pero nuestra, y estela, / a
pesar de las cenizas.
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