A
nuestros Sacerdotes, Religiosos y
Religiosas, agentes de pastoral, pueblo católico, hermanos en la fe cristiana,
nicaragüenses, hombres y mujeres de buena voluntad:
«Somos siervos de ustedes por
Jesús» (2 Cor 4,5)
1. Con la gozosa conciencia de haber sido llamados
por Dios a servir en el nombre de Jesús y conscientes de nuestra
responsabilidad como pastores de la Iglesia, deseamos compartir con ustedes en este
tiempo de Cuaresma algunas reflexiones que brotan de la fe: «creemos,
por eso hablamos» (2 Cor 4,13), y son fruto de nuestra respuesta al amor del Señor, pues «el
amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 4,14).
2. La Cuaresma es un tiempo de gracia para acoger el
amor de Dios revelado en Cristo. Es un itinerario espiritual, personal y
comunitario, para que el «amor acogido» se vuelva «amor donado» a los demás. La experiencia de ser amados por Dios es el primer paso
para no excluir a los demás. Por eso la Cuaresma es para cada creyente y para
cada comunidad cristiana un tiempo privilegiado para redescubrir la fuerza de «la
fe que actúa a través del amor» (Gal 5,6). Es también un momento oportuno para renunciar
a los ídolos que esclavizan nuestro corazón, entenebrecen nuestra mente y
debilitan nuestra voluntad para buscar el bien de los demás.
«El sábado se hizo para el
hombre, no el hombre para el sábado» (Mc 2,27)
3. En una controversia con algunos grupos religiosos
de la época que se escandalizaban de que los discípulos de Jesús arrancaran en
día sábado espigas de los campos por donde pasaban, Jesús justifica la
actuación de sus discípulos debido al hambre que tenían, enseñando así que toda
estructura o normativa, incluso la más sagrada, debe comprenderse y vivirse en
función del bien de la persona humana (cf. Mc 2,23-28). Para Jesús lo que
cuenta es la persona: «El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado»
(Mc 2,27). A los ojos de Dios no tiene valor una práctica religiosa indiferente
y separada de las necesidades del ser humano, ni tienen sentido instituciones o
estructuras que no respeten y promuevan la libertad y la dignidad de la persona
humana.
«Cerrar los ojos ante el
prójimo, nos convierte en ciegos ante Dios» (Deus caritas est, 16)
4. Jesús coloca a la persona humana en el centro del
proyecto de Dios y de toda la actuación humana, personal y social. No podemos
ser crueles, ni rígidos con los demás, ni mucho menos indiferentes ante sus
necesidades y sufrimientos. El Papa nos ha recordado en su Mensaje de Cuaresma
de este año cuál es la raíz de tantos males que deshumanizan nuestro corazón e
imposibilitan la convivencia social: «Nos olvidamos de los demás, algo
que Dios Padre no hace jamás. No nos interesan sus problemas, ni sus
sufrimientos, ni las injusticias que padecen». La indiferencia y el egoísmo nos
cierran el camino a la fe: «cerrar los ojos ante el prójimo, nos convierte en ciegos ante Dios» (Deus caritas est, 16). Al contrario, la
práctica de la caridad eficaz y de la justicia verdadera es el más seguro
camino para la experiencia de Dios: «El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita
el encuentro con Dios hasta el punto que quien no ama al hermano “camina en las tinieblas” (1 Jn 2,11)» (Evangelii Gaudium, 272).
5. No debemos olvidar que cada persona «es digna de
nuestra entrega», que «merece nuestro cariño (…) y que alcanzamos la plenitud
cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres» (Evangelii Gaudium, 274). Recobremos el
gozo de acercarnos a los demás, abramos los ojos para reconocer la dignidad de
cada persona, perdonémonos mutuamente, compartamos lo que somos y lo que
tenemos con todos, especialmente con quienes son más pobres y más sufren,
comprometámonos a hacer más felices a todas las personas. Deberíamos andar por
la vida preguntando, como Jesús, a cada persona: «¿Qué quieres que haga por
ti?» (Mc 10,51). Una prueba de que hemos entrado en la dinámica del Reino
de Dios está en que buscamos el bien de los demás, sin esperar nada a cambio, «como
una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad» (Evangelii
Gaudium, 269).
La centralidad de la persona humana en la vida
social
6. El Concilio Vaticano II recordó la centralidad de
la persona humana en la vida social: «El orden social (…) debe siempre
derivar hacia el bien de las personas, ya que la ordenación de las cosas está
sometido al orden de las personas y no al revés» (Gaudium et Spes, 26). Actualmente percibimos con preocupación que
en nuestro país vamos perdiendo poco a poco el sentido de las personas y
estamos permitiendo que por el desinterés y las ambiciones desmedidas, por intereses
egoístas y mezquinos o por miedo, la realidad social se nos está yendo de las
manos. Hay que prestar atención a muchos problemas, a tanto sufrimiento e
injusticia, a través de diálogos francos y transparentes, aportando soluciones y
comprometiéndonos a favor del bien común.
7. Es preocupante la indiferencia en que gran parte de nuestra sociedad
ha caído frente a los graves problemas sociales y políticos del país; se ha
generalizado un modo de hacer política en el que parece contar poco la cercanía
al pueblo, el interés por resolver sus problemas reales y tomar en cuenta sus expectativas
y opiniones; es grave también que la práctica política del país siga dominada
por el olvido del bien común, la ambición, el autoritarismo, la ilegalidad y
sobre todo por la corrupción, un gravísimo pecado, «que al final lo pagan los pobres» (Francisco,
Homilía del 16.6.14); es alarmante
también la poca sensibilidad de quienes gobiernan y de la sociedad en general ante
la protesta y el dolor de tantas personas, entre ellos, ancianos, obreros, mujeres,
jóvenes y campesinos, quienes claman justicia ante la violación de sus
derechos. Es preocupante la presencia de grupos armados, no oficialmente
identificados, en zonas rurales del país, a quienes no podemos ignorar ni
desestimar. Nos estamos acostumbrando a actos de represión y de violencia
criminal con claros matices de terrorismo, que han enlutado y puesto en zozobra
a muchas familias y comunidades de zonas rurales, los cuales han quedado en una
alarmante impunidad debido a que la Policía y el Ejército, cuya presencia muchas
veces más bien crea pánico e inquietud entre la población, no han sabido dar
una explicación aceptable de los hechos. Toda
esta realidad debe llamarnos a la conversión del corazón, a nivel personal y
social. Hay que volver a Dios, acogiendo el Evangelio de Cristo. Debemos superar
el egoísmo y la indiferencia, redescubrir la fuerza del amor, llorar con quien
llora y vencer al mal a fuerza de bien (cf. Rom 12,15.21).
Los
grandes proyectos deben estar al servicio de la persona humana
8. Como pastores de la Iglesia vemos siempre con satisfacción
acciones humanas realizadas en beneficio de la sociedad, incluidos los mega
proyectos tecnológicos que impliquen la transformación razonable de la
naturaleza y tendientes a superar el empobrecimiento de la población y el
desarrollo del país. «Los esfuerzos realizados por el ser humano a lo largo de los siglos para
mejorar su condición de vida, responden a la voluntad de Dios» (Gaudium et Spes, 34), que lo ha creado
para conservar y transformar el mundo (Cf. Gen 1,26-27) y para que «lo
gobernara con santidad y justicia» (Sab 9,13). Los cristianos «lejos
de contraponer al poder de Dios, las conquistas humanas, como si fueran rival
del Creador, están persuadidos de que las victorias de la humanidad son señal
de la grandeza de Dios y fruto de sus inefables designios» (Gaudium et Spes, 34).
9. En nuestro país se pretende actualmente realizar un
gigantesco proyecto tecnológico, que si quiere alcanzar el fin que asegura
pretender conseguir, debe realizarse con un profundo sentido de responsabilidad
de quienes lo promueven, primero ante Dios y ante la propia conciencia, pero
también ante los pobres, ante las generaciones futuras y ante toda la humanidad
(cf. Caritas in veritate, 48). Si este
mega proyecto que afectará tan radicalmente la convivencia humana y el ambiente
natural del país, quiere ser una verdadera obra de progreso a favor del bien
común de Nicaragua, debe llevarse a cabo con visión de nación, con fundamento
científico y perspectiva de desarrollo sostenible.
10. No entramos aquí en toda la problemática de tipo
constitucional, jurídica, y tecnológica de tal proyecto, pues «la
Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer» (Centesimus Annus, 43) y no pretende tampoco «de ninguna manera
mezclarse con la política de los Estados» (Populorum
Progessio, 13). Nos preocupa ciertamente la dimensión ecológica de este
proyecto. Compartimos plenamente la convicción del Papa Francisco, quien desde
el primer día de su ministerio invitó a los responsables de las naciones a que fueran
«custodios de la creación, del designio de
Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del medio ambiente» (Homilía de inicio de pontificado,
19.03.13), y ha enseñado que «uno de los desafíos más
grandes de nuestra época es convertirnos a un desarrollo que sepa respetar la
creación» (Discurso al mundo laboral y de la industria,
Universidad de Molise, 5.07.14). Sin embargo queremos manifestar como pastores sobre todo nuestra
preocupación por la gente, por el pueblo, por nuestras comunidades.
11. Nos preocupa el pueblo, los campesinos pobres y
los medianos productores de la zona afectada por este proyecto, quienes viven
con zozobra e incertidumbre de cara al futuro: no tienen certeza de que
recibirán el precio justo por sus tierras; saben que pueden ser víctimas de desplazamientos
forzosos; no saben adónde irán, pues no se conoce un plan de ordenamiento
territorial que les asegure una organización laboral y social digna; sufrirán
un radical desarraigo cultural y económico del mundo rural y laboral en que han
vivido y perciben muy pocos y escasos beneficios para ellos. No dejamos de
manifestar también nuestra preocupación pastoral a causa de la situación
cultural y religiosa que puede crearse a causa de este mega proyecto en la zona
afectada y en todo el país: el impacto debido a la presencia masiva de personas
ajenas a nuestra cultura, historia, tradiciones y convicciones religiosas; las
crisis y rupturas que se pueden presentar en tantas familias debido a los
desplazamientos; los traumas psicológicos que este proyecto ya está causando
debido al temor y a la incertidumbre en ancianos, niños y jóvenes; la
determinación firme de la población afectada a defender sus territorios y la
soberanía nacional, a cualquier costo, lo que podría desatar indeseados
conflictos armados; etc.
12. Este proyecto sería un bien para
el país sólo a condición de que se hagan serios y profundos estudios
científicos que aseguren la factibilidad de la obra a nivel ecológico y
económico, que se actúe con la debida transparencia y legalidad, que se ofrezca
la suficiente información verídica a la población, que se promuevan debates
abiertos con diferentes sectores sociales y científicos y, sobre todo, que se
respete el derecho y la dignidad de las poblaciones más directamente afectadas.
Esto exige racionalidad científica e integridad moral, mucho diálogo y total
transparencia; pero sobre todo recta conciencia y espíritu de caridad. «El
desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y
políticos que sientan fuertemente en su conciencia el llamado al bien común» (Caritas in veritate, 71). Requiere sobre
todo poner a la persona humana en el centro de todo. No hay que olvidar que no
basta progresar desde el punto de vista económico y tecnológico. Hay
que tener presente que la riqueza puede crecer en términos absolutos y hacer
que aumenten las desigualdades sociales. La misma historia enseña que salir del
atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona necesariamente la
problemática compleja de la promoción del ser humano, que puede, no sólo volver
a ser víctima de antiguas formas de explotación, sino de nuevas formas de
crecimiento económico injusto, marcado por desviaciones y desequilibrios a
causa de intereses geopolíticos y corporativos, que no se interesan ni por el
derecho ni por la dignidad de las personas y de las comunidades (cf. Caritas in veritate, 22-23).
«No se puede servir a Dios y
al dinero» (Mt 6,24)
13. Para Jesús la riqueza, el dinero, la ganancia
económica es un amo, un ídolo auténtico que puede apartar al ser humano del único
Señor, que es Dios. La excesiva preocupación por la riqueza nos deshumaniza, al
volvernos esclavos de la ambición y del deseo de tener siempre más; nos
convierte en idólatras que ponemos nuestras seguridades en lo que no es Dios y
propicia fuertemente la indiferencia ante las necesidades de los demás. En esta
Cuaresma deberíamos todos ponernos en un camino de liberación del corazón
frente a la tentación de poseer y acumular, para poder tener –como nos ha
pedido el Papa en su Mensaje de este año– un «corazón que se deje impregnar por
el Espíritu y se deje guiar por los caminos del amor que nos llevan a los
hermanos y hermanas; un corazón pobre, que conoce su propias pobrezas y lo da
todo por el otro».
14. Para poder superar la globalización de la indiferencia
debemos liberarnos del dominio que ejerce la riqueza sobre cada quien y sobre
la sociedad. El Papa Francisco define la esclavitud del dinero como «la negación
de la primacía del ser humano». (Evangelii
Gaudium, 55). Volvernos a Dios exige renunciar al ídolo del dinero y
volvernos con misericordia hacia los pobres, hacia los que menos tienen, hacia
aquellos por quienes nadie se interesa y por quienes nadie habla. En este
sentido el Papa Francisco ha citado unas célebres palabras de San Juan Crisóstomo:
«No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la
vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos» (Evangelii Gaudium, 57). Una de las
tentaciones a vencer en esta Cuaresma en Nicaragua es la de dejar de ser
simples «espectadores de la realidad», viviendo esclavos de la consigna «sálvese
quien pueda» y siendo cómplices de la «globalización de la indiferencia». Cada
quien debe hacer el esfuerzo por recobrar la capacidad de interesarse por los
otros, por quienes conviven más cerca de nosotros, en la familia y en los
lugares de trabajo, y por esa inmensa cantidad de ancianos, niños, enfermos,
hombres y mujeres empobrecidos o privados de libertad, que pueblan nuestra
sociedad y a quienes debemos acercarnos con misericordia y ternura volviéndonos
sus «prójimos» (cf. Lc 10,29-37).
15. No es que los bienes de este mundo, el dinero o
la riqueza sean realidades negativas en sí mismas. Se vuelven ídolos mortíferos
cuando se vuelven contra el ser humano y lo esclavizan, lo destruyen y lo hacen
agente de injusticia. La idolatría del dinero está a la raíz de las ambiciones
desmedidas de poder y de las desigualdades económicas, la evasión fiscal, el
servilismo, el «cáncer social» de la corrupción (Evangelii
Gaudium, 60), la compra y venta de conciencias, etc. Cuando la riqueza
reina en nuestro corazón nos hace además insensibles ante las necesidades de
las grandes mayorías empobrecidas. Sin embargo, siempre será una exigencia
evangélica de primer orden la preocupación privilegiada por los pobres, preferidos
por Jesús (cf. Mt 25,31-46), no sólo como promoción o asistencialismo, sino
como «atención amante», como «inicio de una verdadera preocupación por su
persona, a partir de la cual buscar efectivamente su bien» (Evangelii Gaudium, 200). La Cuaresma es
un tiempo propicio para educar el corazón y el espíritu en la libertad interior
y la renuncia al ídolo de la riqueza.
16. A nivel social y político se debe superar la
mentalidad que concibe al Estado como un organismo administrativo cuyo objetivo
principal es la de facilitar el bienestar de los mercados financieros y el
crecimiento del gran capital. Esta mentalidad hace que «se instaure una
tiranía invisible (…), que impone, de forma unilateral e implacable sus leyes y
reglas» (Evangelii Gaudium, 57). En este ordenamiento social y político las
personas y sobre todo los pobres son algo secundario. Desde esta perspectiva la
economía de mercado se vuelve el sistema normativo e institucional que rige la
vida de toda la población. El Papa Francisco ha comparado
este fetichismo de la riqueza y esta dictadura de una economía sin rostro y sin
un verdadero objeto humano con la adoración del antiguo becerro de oro (cf. Evangelii Gaudium, 55).
17. No es la gente, la organización social, la
democracia, las leyes laborales, la educación, las instituciones estatales y los
proyectos gubernamentales, etc., quienes deben doblegarse ante el crecimiento
económico y la producción de capital, sino al revés. «¡El dinero debe servir y no
gobernar!» (Evangelii Gaudium, 58). No se debe
olvidar que «el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es
el ser humano, la persona en su integridad, pues es él el centro y el fin de
toda la vida económica y social» (Caritas in veritate, 25). El
crecimiento económico, considerado en sí mismo, liberado de toda ética y de
todo compromiso por la justicia y por los pobres, por la institucionalidad
democrática y por la paz, no logra por sí mismo mayor inclusión social o
equidad en el mundo. Cuando la riqueza se vuelve un dios, cuando hay personas y
grupos que se aferran al poder por ansias de riqueza, cuando la situación
política se acepta sumisamente y no se cuestiona aunque sea injusta,
simplemente porque facilita la economía de mercado y el acumular dinero, cuando
«los excluidos siguen esperando» (Evangelii Gaudium, 54), la sociedad se
corrompe y se deshumaniza. Entonces, «casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de
compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de
los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad
ajena que no nos incumbe» (Evangelii Gaudium, 54).
Conclusión
18. Vivamos esta Cuaresma como un camino
de liberación interior para ser capaces de amar con generosidad y eficacia, con
misericordia y ternura, para poder superar la tentación de la indiferencia y
del egoísmo ante el dolor ajeno. Para ello tenemos que abrirnos al amor y a la
gracia de Dios. Jesús nos ha enseñado que sin él no podemos hacer nada (cf. Jn
15,5). Hay que orar incesantemente, personal y comunitariamente, día a día, como
nos enseñó Jesús (Lc 18,1). En la oración acogeremos el don del amor de Dios, para
comprometernos a vivir según el Evangelio con
la fuerza de «la fe que actúa a través del amor»
(Gal 5,6), convirtiéndonos así en «islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia» (Mensaje de Francisco para la Cuaresma 2015).
De modo especial invitamos a todas nuestras comunidades a participar con la
oración los días 13 y 14 de marzo en la iniciativa del Papa Francisco: «24
horas para el Señor». Que María Virgen, la Inmaculada Concepción, Madre de
Nicaragua, nos acompañe con su intercesión y su protección maternal en nuestro
camino hacia la Pascua.
8 de marzo de 2015
III Domingo de Cuaresma
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