El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

lunes, 14 de julio de 2014

Bajo su sombra ardiendo



Hace 80 años, el diario El Sol -entonces el mejor de España y uno de los mejores de Europa- publicó el Discurso al Alimón, apología con la que dos grandes de la poesía universal: Pablo Neruda y Federico García Lorca, festejaron al maestro Rubén Darío. Al iniciar el discurso, Lorca acotó: -Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada toreo al alimón, en que dos toreros hurtan su cuerpo al toro, cogidos de la misma capa… Es costumbre en estas reuniones, que los poetas muestren su palabra viva, plata o madera, y saluden con su voz propia a sus compañeros y amigos. Neruda agregó: -Pero nosotros, vamos a establecer entre vosotros un muerto, un comensal viudo, oscuro en las tinieblas de una muerte más grande que otras muertes, viudo de la vida, de quien fuera, en su hora, marido deslumbrante. Nos vamos a esconder bajo su sombra ardiendo, y vamos a repetir su nombre hasta que su poder salte del olvido.



Bajo su sombra ardiendo… de allí el título de la producción poética más reciente de Luis Rocha Urtecho, ganador del Certamen de Poesía de Centroamérica y el Caribe 2013, promovido por el Parlamento Centroamericano, una poesía cada vez más exacta, depurada, minuciosa, transparente, signada con la excelente calidad que caracteriza la obra del poeta y amigo a quien hoy me honra presentar. 



Hace 30 años, cuando la Editorial Nueva Nicaragua publicó Phocás, -Premio Internacional Rubén Darío- leí en Las Segovias, por primera vez, los poemas de Luis Rocha. Ese libro, igual que otros, los anduve en mi mochila, y cuando podía, en aquella época de asombros, sangre, y ajetreos, disfrutaba la lectura de Treinta veces treinta, Diferencia de clases, Contraluz, o El trueno, convencido yo –igual que el poeta- que no hay trueno que por bien no venga. En esas idas y venidas, Phocás anduvo de mano en mano, y se quedó en algún pueblo de la manigua segoviana, cuando los caminantes, que de barro y viento teníamos el alma, íbamos por la vida empecinados en cosechar quimeras y esperanzas.



Años después de la guerra, conocí al autor de Domus Aurea, y desde entonces para acá, he tenido la meritoria oportunidad de justipreciar su amistad, ingenio y magisterio; y constatar -como de él dijera don José Coronel Urtecho- su voluntad indomable, cerril, sin concesiones ni personales ni literarias, y conocer, en primicias, sus nuevas creaciones, hasta llegar a su más reciente poemario, Bajo su sombra ardiendo, título que Luis Rocha adoptó convencido que el sortilegio de las palabras hace posible lo imposible, como factible y coherente es que la sombra incandescente de Rubén nos hace arder, dándonos a la vez frescor y vida.



Hay dos elementos deliberadamente recurrentes en este libro: los recuerdos hasta en sus aromas, como apoyo a la memoria en su lucha contra la muerte y exaltación de la vida. En ellos radica su unidad: Para que no haya soledad que empañe la memoria /ni memoria que nos abandone ante la muerte.



Estos poemas fueron creados de vivencias, porque es justo y necesario conservar las cosas como eran y los recuerdos como serán. Y cada recuerdo de Luis Rocha tiene su propio aroma, inconfundible, que nos ubica en cuerpos, almas, entornos, y vida ya vivida, vuelta a vivir en la memoria. Así, sus recuerdos huelen a guayabas, nísperos, mangos, piñas; a fragancias frutales de la pubertad; al aroma de nancites desprendido del incipiente vello de las axilas de ninfas montando bicicletas, y sin duda, al acechante aroma de mujer. Nada se olvida, afirma, y lo confirma con el recuerdo de su padre, Octavio Rocha, fundador del Movimiento de Vanguardia, que huele a colonia y brillantina Yardley; que hay separaciones con olor a miel quemada; y que algunos reencuentros tienen un aroma inexplicable. 



Y en sus recuerdos no falta la presencia de amores de antaño, de los nietos de ahora, y de los amigos de siempre -porque el Paraíso está en el corazón de los amigos- poetas, compañeros de viaje: Carlos Martínez Rivas, el prodigioso insurrecto solitario, que se elevó a su cielo interpelándonos estupefacto de que aún no supiéramos que voluntariamente quiso ser su propio Herodes, Caifás y Pilato; y Julio Cabrales, adentrado en el halo de materia oscura de la Vía Láctea, cruzando vertiginosamente arroyos de estrellas, mientras avizoraba la Galaxia de las Musas Mustias, desapareciendo irremediablemente hasta ser tan sólo, hasta nuestros días, un puntito luminoso en el espacio. 



Bajo su sombra ardiendo está construido con versos precisos de sobria elegancia; con amores cocinados a fuego lento, y convicciones de que a nosotros también nos llegará la erosión que se lleve la tierra bajo nuestros pies, no dejándonos para nutrirnos otra cosa que las nubes. Mientras tanto, silba el viento encrespando las aguas y en cadencia gris las olas van y vienen. Así es la cosa. Y es así porque la vida de Luis Rocha tiene aroma de nostalgias, en fin, porque uno es la conjuntura de todos los aromas y recuerdos que ha vivido.



Mario Urtecho



Ahuacali, Managua, marzo 3, 2014

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