El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 9 de marzo de 2014

¿El sexo débil?



Hugo Torres Jiménez


Hablemos claro, digámoslo sin contemplaciones: la única ventaja que tenemos los hombres sobre las mujeres es la fuerza física; es decir, la fuerza bruta. Ah, y por supuesto, y por ahora, el poder económico y el poder político; ¿poca cosa, no? Todo esto asentado sobre una concepción ideológica amasada durante miles de años, que nos ha hecho creer, en primer lugar, que Dios es hombre ya que, supuestamente, hizo al hombre a su imagen y semejanza y, por tanto, la mujer pasa a ser un apéndice de su creación primigenia. El único dolor de parto que el hombre ha sentido en toda su existencia --por lo menos en la concepción occidental de la vida-- ha sido el que sintió nuestro padre Adán cuando Dios le arrancó un par de costillas para fabricar a la que sería su tentación y perdición eternas: ¡la “bendita mujer”!; y ese dolor, me dijo una amiga que es madre y en un accidente se fracturó tres --no dos-- costillas, no es ni la décima parte del dolor que siente una mujer al parir a un hijo.

El sometimiento de siglos ha obligado a la mujer a desarrollar una serie de inteligencias, para poder sobrevivir con menos penas cada día. En algunas sociedades ha logrado remontar el río de calamidades, causadas por el patriarcado machista, que la ha mantenido atada, sometida, excluida, postrada, postergada en sus realizaciones, avasallada, ultrajada y humillada, a costa de muchísimos sacrificios y sufrimientos. No ha sido fácil, en verdad, crear, poco a poco, pequeñas cuotas de conciencia sobre la necesidad de su emancipación, en primer lugar entre las mismas mujeres y después entre los hombres que por distintas razones han estado, en relación con este tema, más cerca del bien que del mal. Bien y mal relativos, es cierto, pero conceptos que al fin de cuentas, precisamente por su relatividad, han permitido, a base de la repetición de los abusos, atropellos y crímenes cometidos contra la mujer, despertar a la parte racional positiva del ser humano.

¿Que el hombre es el sexo fuerte? No hombre, por Dios, si acabo de decir cuál es su única ventaja sobre la mujer; ah, también, según los científicos de la medicina, una que otra aptitud para ciertas ramas del arte, las ciencias y algunas tareas manuales. Pero, si nos ponemos a hacer comparaciones, la mujer nos pega una apaleada de padre y señor mío. Así que no nos pavoneemos ni andemos de farsantes creyéndonos la quinta esencia del universo, ya que mientras exista la mujer (por lo que rezo al creador para que sea por los siglos de los siglos, amén) nosotros no pasaremos de ser sus simples acólitos. Por el contrario, deberíamos actuar con inteligencia, antes que sea demasiado tarde, para contribuir a su emancipación; es decir, para remontar la corriente de la desigualdad hasta llegar al bis a bis de las oportunidades y de las recompensas, antes de que, por la carga de resentimientos de siglos acumulada, el día que nos derrote nos imponga un feminismo a ultranza, duro y apabullante; entonces ambos --hombre y mujer-- habremos fracasado.

Es cierto que aun logrando la igualdad plena en el campo de los derechos humanos y civiles, siempre habría estadios del sacrificio, del gozo y del placer que vive la mujer inalcanzables para los hombres; algunos son innatos a su condición de mujer, otros son aprendidos; es decir, son la expresión cultural particular de esa condición. Cultura forjada a lo largo de siglos de lucha por su existencia y liberación definitivas. El sacrificio y el goce de la maternidad (paradoja de la vida), por ejemplo, desde la gestación, el parto, la crianza y educación de los hijos hace a la mujer extraordinaria en relación con el hombre. El amor incomparable de la madre por sus hijos, su entrega plena cuando enferman o pasan por algún problema es única. Como si eso fuera poca tarea, sumémosle la atención al resto de labores del hogar; agreguémosle, además, si es trabajadora o profesional de una empresa o por cuenta propia, la responsabilidad horaria y funcional que de tales responsabilidades se desprende. ¿Quién dijo que la mujer es el sexo débil?


Como una especie de compensación a tanto sacrificio, la naturaleza o Dios (acomódelo a sus creencias) le dio a la mujer una capacidad para el más grande de los placeres --el sexual, claro está-- superior, en cantidad y sobre todo en calidad, que el de nosotros los antónimos o complementos, dependiendo donde nos queramos ubicar, de esas criaturas maravillosas. La imaginación, la sensualidad, la picardía y la capacidad de disfrute, una vez encendida la llama de la pasión llevan a la mujer a estadios del placer negados a nosotros los simples mortales. Y eso que los hombres que nos vanagloriamos de ser buenos amantes creemos haber logrado el disfrute pleno en este campo. ¿Ahora comprenden por qué decimos que las mujeres son divinas? Yo hasta he llegado a creer que Dios es mujer y que la historia de la creación que nos han contado no es cierta. ¿No será que la historia es al revés y por eso las mujeres tienen la cintura más pronunciada, por causa de las costillas arrancadas para hacer al hombre? ¡Vaya Dios a saber!

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