El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

martes, 19 de julio de 2016

CINCO POEMAS ¿SANDINISTAS?

(A propósito del 19 de julio).

5. (Kabanga)
A Jeannete Amit, Alejandro Cordero,
Mauricio Molina y Alfredo Trejos

Un bar sobrevive del Gran Hotel en el centro de las ruinas de Managua: fotografías de músicos, caricaturas de mujeres, artistas, la antigua ciudad, los edificios de entonces, avenidas deslizadas por autos de los 60: afiches sepia invisibilizando los crímenes de la satrapía.
Y el grupo de poetas alborotando la tarde con las cervezas, o el baile del guiñol alrededor del tiempo perdido en medallas, cenizas de neón, azogue de vitrinas.
Brindan por el zarpazo telúrico, las serpentinas bajo las luces, el relente de la cámara, como si el lago detuviera su fauna de revolución pirateada en la lujuria, el asco de los neocomandantes, su graznido.
Esas imágenes son el pasto del poema. La superficie subterránea por donde fluye la trama de sus espectros. La fusilería de sombras balinesas. Ratas calientes de la madrugada. Corriente alterna del sueño y de la hierba en noches de vela apagándose al borde de la memoria con las estatuillas del primer intento en un parque, una calle, una habitación clausurada por la tinta de los años donde corren perros famélicos y desdentados tras sus aullidos, eco de jaguares relampagueantes en la aurora.

EPIGRAMA
A Cristián, a Eduardo
Los rostros son manos humeantes
con el pañuelo rojinegro en colinas de sangre
donde ruedan niños/ángeles y chicas
por el lodazal del eterno combate
Las manos son los rostros transparentes
en las fotografías de piel más reciente
bajo el traje de fatiga y los sombreros de verde
con el fusil cargado de poco futuro y mucha muerte
Los rostros las manos y el vientre
adjetivos minados plenos de púas y pelambre
obtusos por lo perdido bosque adentro
verticales por lo encontrado en abrazo a suerte
Al final somos eso: minadas imágenes
llovizna de nostalgia
insomnio de la fiebre
alrededor del cerco enemigo
calcinado por la memoria
palabras disparándose
contrapalabras

VERDE OLIVO
Luciano se llamaba el miliciano
que enterramos en Sapoá
o en Peñas Blancas
bien no lo recuerdo
Así se llamaba el guerrillero
de mirada clara y ardiente
alto delgado recio
proleta tierno inteligente
Lo recuerdo internándose en el parque
de La Sabana con su novia
porque entonces para el amor
no se consideraba el dinero
Llegaremos a Managua juntos
tomaremos el infierno por asalto
pronosticó como si nada dos días atrás
Había fatigado San José y Heredia
Ciudad Quesada Terrón Colorado
donde laborara con refugiados
Cuzamos el río Ostallo
con el enorme cadáver hasta el Gran Lago
donde como velas blancas se hermanaban
los compas en una camioneta azul
Ciertamente lo asaltamos
Infierno Irato de otra Managua
enardecida como enorme supermercado
Tu muerte no fue en vano
compañero del alma tan temprano
la piñata, sin embargo,
ha sido el corolario

52.
¿Acaso Morazán, Juanito, Sandino, Farabundo,
eran poetas como Otto René, Roque, Leonel,
Roberto, Debravo o Chuchú?
¿Acaso también ellos acompañan estas palabras
como el humo o el perfil de la silueta metálica
con sombrero y polainas sobre el atardecer
de una laguna en Managua?
¿O el almita de los compas que rodaron por las colinas,
por el barro de las tapias, sombras de la selva, caídas al río
en un rumor que asciende por los libros de memorias
y crece con los volcanes en los tiznes del tugurio,
la toma de tierras donde el disparo, hermanito Gelman,
siempre mata pero resucita “el pájaro maravilloso de la belleza”?

18.
Y el río navegando por el sueño y la vigilia como un dios perpetuo en su ancho cauce. San Juan que divide las tribus con el trasiego de fango a través de las horas y los siglos, con cadáveres en la corriente después de las tormentas: guerrilleros asesinados o simples testigos de la niebla flotan en el largo tumulto de las aguas desde el Gran Lago, o retornan bajo la sombra de los árboles cuyas ramas abrevan a orillas de lagartos, manatíes, o el pez gaspar hacia el océano.
Río que viaja por dentro hacia la mar que nos circunda con olas terribles al golpear los acantilados de la memoria en el campo anegado por proyectos inconclusos de patrias de sal, soles rojinegros consumiéndose en el amplio bramido de la noche.
El río, los ríos, destino de hombres en la cintura del tiempo florecido en manos del misterioso avance de La Vencedora por arrozales, campos de algodón, cañaverales, cafetos, bananales; sangre azul de los ríos vertida por llanuras, montes y aldeas como tumbas escritas con el barro porque “toda expresión y frase es un fin y un comienzo” y “todo poema es un epitafio”, T.S. Elliot dixit.
Y la lluvia en la intersección temporal de sus ubres: naciente, riachuelo, río, laguna, lago, delta, desembocadura, océano, aguacero perpetuo que nos rocía el alma y nos la ahoga con vaho y dardos de espuma imperceptible; gota a gota, o en chubasco torrencial, o cilampa, casi pelo de gato, pero alimentando el bosque con sus lianas y bestias en el brote de las florecillas que camuflan la sombra de las serpientes.
Lluvia del tiempo empozado en el transcurrir de las selvas, o por la carretera donde avanza retrospectivamente el auto con la condena de observarnos en la tala de cortezas amarillas, ceibas, cedros, botarramas, guanacastes, robles; maderas limpias del agua donde se levantará el fuego consumidor de felinos y ganados en un remover ciclónico de tierras, bosques y sabanas preñadas de cianuro por el becerro de las bolsas de valores.
Lluvia de siempre en la sangre de los que se fueron y nos rondan desde las colinas pidiendo permiso para ingresar al monte, aquí en el círculo de las estaciones tropicales con su violenta algarabía donde todos iremos de regreso cuando el tiempo sea otro tiempo y la lluvia agónica la transparencia del río en la quietud del espejo.

Adriano de San Martín, Costa Rica.

Un poema de José María Valverde y dos de Luis Rocha

CARTA A LUIS ROCHA, EN NICARAGUA


Te escribo desde el aire, Luis, volviendo de ver
Nicaragua, por fin, mi ilusión de muchacho
lírico, lo que había detrás de aquel acento
en voces de poetas que me colonizaban
ayudando a mi voz a sentir el calor
de lo nombrado, el jugo de la vida en la lengua.
Nadie esperaba entonces que un día en esa magia
llegara a haber combate y muerte, rebeldía
de pobres oprimidos, milagro de victorias.
A veces los poetas quedamos abrumados
por lo que fue voz nuestra, vuelto contra nosotros:
dichoso y raro el que es digno de su palabra
cuando llega a probarle el ángel de la historia.
Hoy tengo que decirlo: Nicaragua me ofrece,
tras de aquel viejo son, otra lección más alta:
yo nunca había visto la cara de los pobres
con fulgor de esperanza, en lucha tras las muertes;
no les había oído conquistar un lenguaje
como a tientas, probándose altos vocabularios
de nuevas entidades, decisiones, ideas.
Aquí pasó algo siempre increíble: un pequeño
pueblo inerme y hundido venció a su dueño armado,
al siervo de otros siervos de la máquina fría
del capital en marcha, la acumulación ciega
que devora a los hombres para crecer, haciéndolos
esclavos del supremo Faraón automático,
levantando pirámides inútiles con su hambre
para redondear la ganancia final.

Porque a eso va marchando   -Si Dios no lo remedia
con hombres como he visto ahora, y otros hombres
de otros países y años, que han abierto salidas-
la civilización “cristiana–occidental”
-“cristiana”, muchos siglos de golpear con la cruz
para robar al pobre y asesinar al débil-.
Y la  máquina, andando, se reviste de gloria,
compra todo lo bueno, lo bello, lo sublime
-aunque después el arte, traidor, hunda en olvido
al vendedor y al dueño, y se vuelva de todos
(o así lo espero yo, vendedor de lenguaje;
o de meta-lenguaje, más bien, porque mis versos
los regalo de balde, a ver si hay quien los quiera).

¿Se va a salvar el hombre, va a poder ir viviendo
mejor o peor, humano, con todo abierto a todos,
sin paraísos, pero con su ración bastante,
en un mundo en que quepa enmendar los errores?

A la orilla del lago –todo un mar-, en San Carlos,
se abría, por la fiesta de cuando huyó el Gran Jefe,
un pobre lavadero, millonario en paisaje,
y, tras los figurones danzantes, iban carros
de bueyes con letreros; y uno, “Peor es nada”,
me dio la metafísica de la revolución.

Otras muchas estampas llevo, que me desbordan:
por ejemplo, el abrazo de José Coronel
Urtecho, viejo poeta, saliendo de su selva
por el enorme río, con nueva juventud
de voz y de mirada ahora en la realidad;
o el jefe guerrillero, hoy jefe de cultivos,
que leía a Stendhal en el gran helicóptero
donde íbamos, con niños armados y con poetas;
o la misa, entre madres de muertos, celebrando
tres años de victoria; y cuando me dijeron
que hablara, confesé: “Revolución se llama
un alto amor al prójimo, bajo el amor de Dios”.

Si esta carta tuviera, Luis, más tranquilo aliento
elogiaría ahora a los que en tales luchas
de la humanidad son los héroes más excelsos:
aludo a los escasos traidores a su clase,
a los nacidos dentro de un mundo a favor suyo,
que un día desertaron, pasando al bando pobre
para ser luz y riesgo, y a la vez cuerpo extraño.
Pero no es el momento de grabar medallones:
mientras regreso, crece la amenaza, el ataque.
El filo de la historia hoy cruza Nicaragua.
Si hay milagros como éstos, otros pueden seguir.

José María Valverde
(Julio, 1982).

CONTESTACIÓN A JOSE MARÍA VALVERDE


Hasta hoy, a los diez años de proseguir tu vuelo,
contesto la carta que “desde el aire”
me escribiste, en julio de 1982,
a una Nicaragua que, por ahora, ya no existe,
porque aquel presente que nos levantaba en vilo
se tornó en Saturno devorando a sus hijos.

Aquella vez ibas, “muchacho olivar José María”,
apoyado, como siempre, en tu Pilar, también la nuestra,
de regreso a España con tu alma extremeña
en el extremo mismo de la euforia;
“volviendo de ver Nicaragua, por fin” y de ver
“la cara de los pobres con fulgor de esperanza”.
Pensaste, como aún gracias a vos pensamos tantos:
“Sí hay milagros como éstos, otros pueden seguir”.

Era como si hubiéramos visto y oído todo
y aquella redención jamás fuera a terminar
hasta tanto no contagiara al mundo.

Teníamos la convicción de que el pasado no iba a volver
como afirmó en verso y verbo estremecidos
nuestro amigo y tu principal colonizador,
José Coronel Urtecho, con su cara alumbrada
“igual que  un farol rojo, al hablar”,
según el retrato que le hiciste.

Pero el pasado se había quedado agazapado,
atrincherándose en corazones despojados de futuro,
y volvió y ahora sé que cuando vuelve,
vuelve peor, fortalecido, cínico y siniestro,
trastocando todo sueño en pesadilla y vuelve
con su falsa identidad de presente; envejecido,
mesiánico y creyéndose perpetuo.

Lo que nos salva de esta grotesca situación
es simple y llanamente la Memoria.
Pues ocurrió, José María, que en realidad nosotros
aquella vez estuvimos en un futuro
que está más allá del filo de la Historia.

Visto así el pasado; su retorno vengativo no es más
que el estertor agónico de sus entrañas
ante los que murieron ayer por el mañana.

Frente a este futuro irrevocable, que ha sido ayer
“un alto amor al prójimo, bajo el amor de Dios”,
solo le queda confirmar su condición de pasado
y desvanecerse ante tu magia verdadera:
La modestia, sustentada en el milagro que debe seguir.

Digo todo esto, porque con esa carta me enseñaste
a nunca olvidar que todo aquello que vivimos,
aún hoy es verdad y verdad también será mañana.

Por eso te remito esta tardía contestación,
gozoso ante la imposibilidad de tu ausencia,
a todo sitio donde cabe la esperanza,
con la certeza de que estás ahí.

Mayo de 2006.

LA PLAZA VACIA



Una plaza dando gritos, enardecida o sumisa es igual.
Tribunas portátiles. Ecos del pasado encarnándose
En el presente. Incendiarios discursos de palabras huecas.
Un hombre cae muerto ensangrentado y el que sobrevive
expira, enajenado, justificando la muerte del caído.
En España hay un valle partidario de caídos. En el mundo
las consignas del partido en el poder retumban en las plazas.

Pero esta plaza tuvo alma y ahora está vacía.
Antaño, fue Plaza de la República del dictador,
hasta que un día se transformó en plaza de nuestras almas
y no de multitudes arriadas por el fanatismo o la necesidad.
Esta plaza hoy está baldía como nuestra tierra baldía
y triste, yerma, con el sol cayéndole despiadadamente
o la lluvia sobre el estruendoso silencio
 de las vociferaciones llamándose una y otra vez al engaño:

“No te vas,
te quedás”

Esta plaza ha sido de rebaños, piaras, manadas y jaurías
desde el siglo de las luces y uvas de ira
hasta el siglo de las tinieblas y fresas de amargura.
Es aún el punto cero de este maldito país:
Punto de partida y de retorno hacia lo mismo.
Un 20 de julio de 1979 en ella se desbordó la euforia
y escaló las paredes y torres ruinosas de la Catedral
por el triunfo de la revolución hoy perdida.

Traicionaron la revolución y la plaza quedó desolada
hasta que la corrupción puso en ella una fuente luminosa
que luego fue destruida por la “reconciliación”.
La fuente fue un homenaje a la mentira
y su destrucción también, pero eso sí,
aquella vez del 79 tuvo alma esta plaza
aunque hoy otras multitudes como las del dictador
puedan llenarla de loas o imprecaciones
a falta de dignidad, ética, amor y sandinismo.
Porque esta plaza ya no tiene alma
aún llena estará vacía.
En ella los políticos dicen sus más selectas falsedades
y premonitoriamente las enlutadas sufrieron
la agresión de las hordas nicolasianas. Plaza de lutos
y también de verdades extraviadas en el tiempo.
Hoy Somoza ha regresado a esta plaza de la discordia
y frente a su claque, que no percibe la reencarnación,
alguien, una mujer, levanta su brazo triunfal
y es aclamado para un nuevo período. La ovación
es ensordecedora. El asfalto y el cemento se estremecen.
Pero esta plaza ya no tiene alma
y aún llena está vacía.



9/6/07

domingo, 21 de febrero de 2016

MUERE FERNANDO CARDENAL

lucasnicacuba@gmail.com

Con todo el dolor de mi corazón… tengo que decirles que en la madrugada de hoy falleció el Padre Fernando Cardenal, SJ.

El ejemplo de su vida... de ese gran ser humano, formador de tantas generaciones, siempre al lado de los pobres, plena de dignidad y de amor, luchador por la vida y la justicia... siempre estará con nosotras y nosotros...

Descansa Fernando... descansa con todo merecimiento... Descansa porque puedes decir: Misión cumplida!!! Gracias por todo... amigo, compañero, hermano...

Sabemos que Fernando a partir de hoy se suma a la lista de los muertos q nunca mueren, héroes y mártires de nuestro continente y de la causa de la justicia… Hasta la Victoria Siempre, hermano, amigo, compañero!!!

Puño en alto… Libro abierto!! (Que fue la consigna, ya histórica, de la Cruzada Nacional de Alfabetización que él dirigió durante la Revolución Popular Sandinista en 1980).

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Fernando Cardenal (Granada26 de enero de 1934 - Managua, 20 de febrero de 2016) fue un jesuita, en la línea de la teología de la liberación, y ministro de Educación durante el gobierno de la Revolución Popular Sandinista entre los años 1984 y 1990. Actualmente trabajaba como Director Nacional de Fe y Alegría Nicaragua y era hermano del poeta Ernesto Cardenal (1925-).
En 1980 estuvo al frente de la denominada Cruzada Nacional de Alfabetización, una campaña por la alfabetización en Nicaragua que logró enseñar las primeras letras a más de medio millón de personas y que permitió reducir el índice de analfabetismo, superior al 50 % en la época de la dictadura de Somoza, hasta un escaso 13 %. Esta tarea obtuvo el  premio de la medalla Nadezhda Krúpskayae de la Unesco en 1981.
El 4 de febrero de 1984 el papa Juan Pablo II suspendió a divinis del ejercicio del sacerdocio, a los sacerdotes Ernesto Cardenal (ministro de Cultura), Fernando Cardenal (ministro de Educación) y Miguel d'Escoto (ministro de Relaciones Exteriores), por estar adscritos a la teología de la liberación y por ejercer como ministros de la revolución sandinista. Ellos permanecieron en sus cargos, conscientes de su deber con los pobres y con su pueblo, y sabiendo que así estaban realmente sirviendo a la causa de su fe y del Reino de Dios. Treinta años después, el 4 de agosto de 2014, el papa Francisco levantó esa suspensión.

En Fernando, varias generaciones de jóvenes nicaragüenses, muchachas y muchachos, encontraron un guía para asumir un compromiso con Nicaragua, con los empobrecidos, y por su liberación. Fue, durante un tiempo, también Vicecoordinador de la Juventud Sandinista.

El compromiso, la vocación de servicio, la integridad a toda prueba, el amor a Nicaragua… caracterizaron a Fernando Cardenal durante toda su vida. Descanse en Paz…



“Cuando hay muchos seres humanos sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos seres humanos. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los seres humanos su decoro. En esos seres humanos van miles de seres humanos, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos seres humanos son sagrados…”. Jose Martí –con enfoque de género-.
“Yo te digo camarada por encima de la idea… y aferrado a la querencia, que sentimos por la tierra… Propongo que nuestras manos sean buenas para la siembra… que alimente a la ternura y a los derechos del hombre… Pido que nadie se asombre si le digo camarada, cuando le encuentre llorando de rabia ante la injusticia… Cuando lo escuche cantando al amor y a la alegría, cuando lo sienta soldado del combate por la vida”. Alí Primera.
“Somos millones de manos, de obreros y campesinos, estudiantes y artesanos… más fuertes y más unidos. Somos millones de hermanos pariendo la historia dura… martillo, fusil y canto destruyendo dictaduras… Con Sandino y con Guevara, con Farabundo y Romero, con la voz de Víctor Jara que es el del continente entero… Somos volcán encendido que su furia detendrá, hasta que el pueblo oprimido pueda cantar a la paz (…). Nuestro ejemplo es sin fronteras, nuestro sol es colectivo que hará segar a la fiera brutal del imperialismo”. Luis Enrique Mejia Godoy.- de la canción “Con Farabundo y Romero”.

"Hay hombres –y mujeres- que luchan un día y son buenos –y buenas-. Hay otros –y otras- que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos –y muy buenas-. Pero hay los –y las- que luchan toda la vida: esos –y esas- son los imprescindibles –y las imprescindibles-”. Bertolt Brecht
“Mantener siempre viva la indignación ante la injusticia… Recordar que la cabeza piensa donde pisan los pies… No avergonzarse de creer en el socialismo… Ser crítico sin perder la autocrítica… Preferir el riesgo de equivocarse con los/las pobres, a la pretensión de acertar sin ellos/as… Defender siempre al oprimido/a, aunque aparentemente no tenga razón…”. (Algunos consejos para un compromiso solidario verdadero.- Frei Betto, sacerdote, teólogo y activista social brasileño)

UN ECO GALÁCTICO

Manuel Obregón, Masatepe, 20-02-2016

Hoy me entero de la muerte de Umberto Eco. El artista de la semiótica. El periodista alerta de lo que pasa y cómo debe interpretarse lo que ocurre en el mundo. Nunca se quedó en la superficie, exigió que hay que nadar hasta el fondo. Cuestionar las mentiras o medias verdades que se dicen a diario en los periódicos o en internet y en la TV. Protestar contra la corrupción endémica, la testarudez, la chatura literaria, el bombo que acompaña a los que se creen importantes, la ironía como arma que nos defiende de la mediocridad, y actualizarse siempre en lo que ocurre a diario, no tanto en el sentido noticioso como poner en perspectiva lo acontecido, para tener una visión analítica y no morbosa de la noticia. Comprender el mundo en sus distintas etapas evolutivas, tanto en lo científico como en el desarrollo social y tecnológico.  Siempre diferenciar, lo creíble y documentado, de la simple charlatanería mediática. El autor de frases puntiagudas que nos obligan a pensar y repensar nuestros esquemas y valores culturales. El que asido a la punta del iceberg no ignora lo que se oculta debajo.  El filósofo, el novelista, el historiador, el sociólogo, el periodista. El que no queda satisfecho con el relato sesgado o la historia falseada o coja. El que quiere llegar a la verdad. Se aventuró en la cultura medieval, en las famosas cruzadas, en la busca del santo grial. En la biblioteca alejandrina y su destrucción. Como Fellini, entra en los túneles oscuros o luminosos de la religión y su liturgia, arrastrando los mitos de su educación salesiana, y se solaza en la alegría de su adolescencia. Todo lo que concibe no puede separarse de su biografía. Las frases, puntillosas, son reflejo de una vida auténtica, la suya. Entremezcla la realidad con la ficción, y fusiona texto con el comic, con las ilustraciones de cartel, semejante al que se usaba en los años cincuenta y sesenta para acompañar las películas en cinemascope. Obligado a releer El nombre de la rosa (1982) y La misteriosa llama de la reina Loana (2004). Transcribo la nota que acostumbro al final de cada lectura, referida, en este caso, a esta última novela.  Es la fragancia más fresca que conservo cuando leí el libro en el año 2008. “La novela pareciera autobiográfica, y a la vez, un retrato en sepia de lo que pudimos vivir, cada uno de nosotros. Quién no ha temido a la dictadura, quién no ha sufrido una insatisfacción de fondo- llamémosle desamor- quién no a la enfermedad y a la muerte. Para resistir esos embates y un manejo consciente de estas calamidades o distorsiones, siempre habrá que recurrir, como bálsamo restaurador de nuestras heridas, a la nostalgia de los años mozos. Ello nos podrá servir de consuelo y a la vez reconocer que, si en la vida hay y seguirá habiendo inequidad e injusticia, también hay remansos de buena nueva, olor a infancia y, sorpresa, quién no la ha tenido, por explorar el mundo, y descubrir sus novedades y sortilegios”. Fallece a la edad de 84 años, y siento un eco que de lejos me roza, es de un gigante, galáctico.  

La palabra viva de José María Valverde

EL PAÍS  17 FEB. 2016


José María Valverde falleció hará muy pronto veinte años, el próximo 6 de junio, tal como algunos de sus incontables discípulos, epígonos y exalumnos recordararemos, conscientes de cuán justo y necesario es avivar la memoria compartida acerca del excepcional legado oral, escrito y ético que nos dejó, por más que quienes malentienden la cultura como cooltura —y la educación, como burda instrucción— insistan en ignorarlo. Tamaña inopia amenaza con relegar al olvido la herencia de un poeta, profesor, traductor y erudito que concibió su inveterado humanismo como una lucha en pos de la siempre elusiva sabiduría, a través de sus palabras y de su ejemplo. Un agon basado en la duda y la ironía —“Yo solo me conozco de oídas”, repetía a menudo—, pero también en un sentido de la solidaridad y la compasión — “Nulla esthetica sine ethica”— sin duda inspirado en el “por sus frutos los conoceréis” del evangelista Mateo.
Maestro de varias generaciones, Valverde fue un profesor extraordinario, una suerte de Sócrates cristiano cuyas palabras siguen vivas todavía hoy, ya que vivas le nacían al pronunciarlas, al maragalliano modo. Quienes tuvimos el privilegio de escucharle podemos evocarlo según entraba discretamente en el seminario: enteco y como de soslayo, justo antes de romper a hablar con ritmo despacioso, mano sobre mano, su voz levemente nasal poblando el aula sin pompa ni circunstancia. Comenzaban dos, tres horas impagables —un lapso precioso rescatado de la vulgaridad del tiempo indistinto—, y los presentes nos dejábamos llevar por la desafectada, cordial sugestión del auto de voces que orquestaba. Ya sólo valía la pena escuchar.
La vivificante oralidad de Valverde escandía semillas en nuestros oídos. Se los prestábamos sin tedio ni esfuerzo, poco a poco empapados por el habla desnuda de aquel “humano, demasiado humano” sembrador. Una voz cadenciosa, acompasada por el tempo preciso para poner en cada sílaba el tono y la intención adecuados, como una salmodia improvisada por un narrador sabio y sencillo al tiempo, cuyo pensamiento —transido de conciencia lingüística— iba engarzándose al irse diciendo.
Con peripatético estilo —ese que el actual imperio del power point proscribe—, el maestro nos paseaba con palabras alrededor de las palabras, mientras alumbraba las hondonadas de la literatura, la filosofía y el arte, y nos hacía caer en la cuenta del verdadero sentido de las verbalizaciones que tejen los mundos humanos. Volvía del revés el rompecabezas filosófico, con un compasivo humor, con un comprensivo amor por las paradojas, los sinsentidos y los juegos malabares que el lenguaje auspicia. No hacía falta tomar apuntes: bastaba escucharle con despierta atención, asistir al sorprendente teatrillo manejado por un hombre solo, sólo armado con su voz. Escanciadas debidamente, con elocuente sentido y sonido, aquellas lecciones de machadiana estirpe —Juan de Mairena era uno de sus libros de cabecera— resuenan en el fuero interno, todavía indemnes al pasar de los años.
Una vida entera dedicada a las ideas y a su expresión literaria — “palabra en el tiempo”—, Valverde perteneció a una especie en vías de extinción. Más allá de su oceánica erudición y de su fecunda labor como traductor, fue por encima de todo poeta y maestro. No un mero profesor empachado de papers, bibliografías,aplicativos e índices de impacto, sino un Mairena empeñado en transmitir de palabra —con las manos en los bolsillos— el acervo del conocimiento al que las personas podemos aspirar, y la colosal ignorancia que aun así nos aguarda. Un hombre que tampoco hallaba manera alguna de sumar individuos, como el heterónimo machadiano, y cuyo comunismo de raíces cristianas —matizado por Nietzsche, Unamuno, Rilke y Kierkegaard— fue acentuándose con los años: “Un hombre de todos los tiempos, con el tiempo de un hombre, igual a todos los hombres”.
A José María Valverde hay que empadronarlo en un municipio intelectual y moral donde las tradiciones cristiana, humanista y comunista conviven en problemático aunque imprescindible diálogo. Por ahí, más o menos, anduvieron también otros pares o interlocures suyos: el citado Machado, Ferrater, Camus, Cortázar, Sacristán, Aranguren. Fue precisamente el rebelde Camus quien escribió en algún lugar que, en último extremo, la auténtica inteligencia es sinónimo de bondad. Se me viene esto a las mientes para decir que, en efecto, Valverde fue hombre sumamente bueno, a fuer de sabio. En los tiempos ominosos que corren, enfermos de cinismo y necedad, su triple pasión literaria, filosófica y política, de honda matriz ética, sigue alumbránonos el camino.
Albert Chillón es profesor de la UAB y escritor.