Por: Alejandro Serrano Caldera
El nombre de Juan Jacobo Rousseau (1712-1798) está indisolublemente ligado al del contrato social, una de las expresiones fundamentales de la Modernidad surgida del pensamiento filosófico del Racionalismo y la Ilustración del siglo XVIII.
Su nombre es sinónimo del contrato social, a pesar de que no fue ni el primero ni el único que elaboró la teoría contractual como fuente de la Sociedad, el Derecho y el Estado.
Ni el pensamiento de Locke desarrollado en el Tratado sobre el Gobierno Civil (1690), en el que plantea, para la monarquía constitucional parlamentaria inglesa, el sistema de la democracia representativa y la separación de poderes, que sería esta última una fuente de investigación insustituible para Montesquieu (1689-1755), en la elaboración de su obra Del Espíritu de las Leyes (1748), ni las tesis de Kant (1724-1804) sobre “la ciudad de los fines” y “la paz perpetua”, referentes fundamentales en la preparación de la carta constitutiva de la Organización de Naciones Unidas (ONU) han sido suficientes para producir esa identificación entre el nombre del escritor y el del contrato social, a pesar de la profundidad y alcance de sus planteamientos.
Fue a Rousseau, con sus conceptos sobre la voluntad general, la transformación de la libertad natural en libertad civil y el ejercicio de la libertad, la voluntad y la razón, a quien la historia identificó con el contrato social, que nace de esa práctica.
Pero más llamativo aun es el hecho de que su libro, Discurso sobre la desigualdad entre los hombres (1755), publicado siete años antes de la aparición de El contrato social (1762) se opone abiertamente a las tesis contractualistas, por considerar que la Sociedad, el Derecho y el Estado, que provienen del contrato, son la causa de la infelicidad del ser humano e instrumentos de defensa de la propiedad privada, a la que atribuye el origen de los males sociales que generan el conflicto y la confrontación.
En una parte del discurso y refiriéndose a la organización política y social surgida del contrato dice: “Todos corrieron al encuentro de sus cadenas, creyendo asegurar su libertad, porque con demasiada razón, para sentir las ventajas de una fundación política, no tenían bastante experiencia para prever los peligros de ella (…)”.
Se requiere un fortalecimiento y una recomposición de las bases fundamentales de Naciones Unidas, de cara a la realidad contemporánea, en la que se tenga en cuenta la naturaleza de los nuevos y viejos problemas y de los valores y principios que a partir de la consolidación de los Derechos Humanos constituyan el nuevo contrato social planetario, con mecanismos que reafirmen derechos de ayer y de hoy a la justicia, la libertad y la dignidad del ser humano.
Y en otra parte del mismo libro dice: “Tal fue o debió ser el origen de la sociedad y de las leyes, que dieron nuevas trabas al débil y nuevas fuerzas al rico, destruyeron, sin esperanza de recuperar, la libertad natural; fijaron para siempre la ley de propiedad y desigualdad, hicieron de una torcida usurpación, irremediable derecho y por beneficio de algunos ambiciosos sujetaron a todo el género humano para lo sucesivo al trabajo, a la servidumbre y a la miseria”.
A este Rousseau radical que sirvió de referencia a Carlos Marx en su Crítica al Programa de Gotha y a Lenin en su libroEstado y revolución , sucedió el Rousseau del Contrato Social, cuyas tesis han servido de base a la filosofía, el Derecho y la política moderna y contemporánea.
No obstante, uno de los temas del debate actual en la filosofía política gira en torno a establecer hasta qué punto los conceptos fundamentales del contrato social, que fundaron la modernidad política y jurídica, tienen la misma vigencia en un mundo de nuevas confrontaciones y rupturas, diferentes de aquellas de las que surgió como uno de los pilares de la era moderna.
En ese sentido se señala que hoy el mundo se encuentra enfrentado a la ruptura entre lo jurídico, lo económico, lo político y social; que lejos de encontrar una concertación que los concilie equitativamente, lo que se encuentra es un predominio de los intereses del capitalismo corporativo transnacional, del capitalismo financiero especulativo, que en términos generales determina el comportamiento político y las estructuras jurídicas y sociales.
Qué lejos del fin de la historia que enunciaron sus ideólogos en la década de los años noventa, el mundo se encuentra sumergido en una serie de confrontaciones, más que ideológicas, de intereses económicos y financieros y en el choque de fundamentalismos religiosos y culturales que ha llevado a situaciones extremadamente complejas en las relaciones entre el mundo occidental, encabezado por Estados Unidos, y los países de la Unión Europea y los países del mundo musulmán, pero sobre todo, con sectas y fanatismos que desembocan en actividades terroristas, que enfrentan a sus militantes con los gobiernos de los propios países a los que pertenecen, los que, ante esta situación, podrían llegar a un acercamiento y hasta a un acuerdo con las estructuras del poder de occidente.
Sin embargo, el mundo no está definitivamente configurado en esos términos. Frente a una situación como la descrita hay una conciencia cada vez más amplia acerca de la necesidad de la democracia, la que surge tanto frente al fanatismo que aterroriza al mundo y a los diferentes tipos de extremismo, como frente a la reedición de un caudillismo más propio de las primeras décadas del siglo XX que de un socialismo del siglo XXI.
Igualmente, esa conciencia crítica surge frente al poder económico y financiero que destruye a la democracia, al tiempo que la invoca y proclama y ante la corrupción generalizada en un mundo que pareciera huérfano de valores y regido principalmente por la ambición, el poder y el lucro.
Un nuevo ethos está naciendo en la opinión pública, en las manifestaciones de protesta en las calles, en el esfuerzo de una participación ciudadana, en la reflexión filosófica y en el papel de los intelectuales y de la sociedad en general.
Ante la crisis ética, una nueva ética está apareciendo; ante el derrumbe de los valores, nuevos valores se están produciendo y en medio de todo, una conciencia crítica y un pensamiento político reconstruyen a la democracia en el plano teórico y en el práctico, proponen una visión diferente del Estado, el mercado y la sociedad civil, la restauración del principio de representación, ampliándolo de manera complementaria a una efectiva participación de la ciudadanía, la descentralización y la concertación, como mecanismos imprescindibles de nuevos contratos sociales nacionales, regionales y de un nuevo contrato social planetario.
Se requiere un fortalecimiento y una recomposición de las bases fundamentales de Naciones Unidas, de cara a la realidad contemporánea, en la que se tenga en cuenta la naturaleza de los nuevos y viejos problemas y de los valores y principios que a partir de la consolidación de los Derechos Humanos constituyan el nuevo contrato social planetario, con mecanismos que reafirmen derechos de ayer y de hoy a la justicia, la libertad y la dignidad del ser humano.
El autor es jurista y filósofo nicaragüense.
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