El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

sábado, 25 de octubre de 2014

Elogio y vituperio del libro electrónico




El Fondo de Cultura Económica cumplió el pasado 3 de septiembre ocho décadas de nutrir la escena hispanoamericana de grandes protagonistas en el acercamiento a las ciencias y las humanidades. Con esta coyuntura, el novelista Jorge Volpi reflexiona sobre el papel que el FCE puede cumplir ante el surgimiento del libro electrónico, al que aún se le ve con resquemor y distancia.

1. Desde que, hace unos ocho mil años (la datación aproximada de las tabletas de Dispilio y de Tartaria), nuestros antepasados neolíticos pergeñaron sus primeros trazos, los humanos han permanecido obsesionados por conservar las palabras, de otro modo destinadas a perderse con el viento.



2. Como reconocen los neurocientíficos, nuestros cerebros son, antes que nada, “máquinas de futuro”. Evolucionaron para ayudarnos a adivinar lo que ocurrirá después, no para retener el antes. No son archivos. De allí que hayamos necesitado, primero, de la nemotecnia y, luego, de toda suerte de soportes físicos para conservar nuestra memoria en lo que Roger Bartra ha llamado “exocerebro”.



3. Piedra tallada, tabletas de arcilla, tabletas de cera, tiras de bambú, rollos de vitela o pergamino, papel de celulosa. Manuscritos y, desde el siglo XV, libros impresos (LI). Los libros electrónicos (LE), en sus distintos —y aun rudimentarios diseños— son apenas las más recientes incorporaciones a esta lista.



4. A partir de 1440, cuando Gutenberg concibe la imprenta moderna (preexistente en China y Corea), los LI se convirtieron en nuestros más resistentes almacenes de palabras. No sólo nos hemos acostumbrado a ellos, sino que los veneramos como los más fieles guardianes de nuestra imprecisa memoria.



5. Si hoy atestiguamos una resistencia tan enconada a desprendernos de los LI se debe no sólo a que hoy cumplen con eficacia su tarea, sino a ese largo vínculo que, como en cualquier relación afectiva, posee un componente atávico e irracional.



6. Una y otra vez se nos recuerdan sus virtudes: son relativamente baratos, durables, autosuficientes (no necesitan carga ni baterías), manejables. Pueden hojearse, marcarse y anotarse con facilidad (a riesgo de arruinarse). Y son francamente hermosos.



7. Pocos señalan sus inconvenientes: son pesados y estorbosos (sobre todo cuando se coleccionan) y viven gracias a la muerte de millones de árboles. Y, para entenderlos a cabalidad, hay que buscar afanosamente uno tras otro: del texto al diccionario a la enciclopedia a otros LI, en una acumulación sin fin.



8. En un mundo ideal, cualquier lector debería ser capaz de hallar cualquier LI. En la realidad, los lectores sólo tienen acceso a unos cuantos ejemplares: los que pueblan las librerías y las bibliotecas de su comarca.



9. En esa misma utopía, cualquier ciudad mediana debería disponer de bien surtidas librerías y formidables bibliotecas. Fuera de las capitales, las librerías y las bibliotecas son contadas y con acervos desfallecientes.



10. En teoría, el mundo del libro debería estar dirigido por lectores ilustrados; en la práctica, la gobiernan editores: cada vez más, consorcios internacionales interesados primordialmente por sus ganancias (algo en cualquier caso legítimo en las economías de mercado).



11. Como cualquier mercancía, los LI están sometidos a la férrea ley de la oferta y la demanda. Producirlos es caro. Almacenarlos, aun más. Si un libro vende su edición completa, albricias; si no, la solución irremediable consiste en tasajearlos.



12. Para llegar a sus lectores ideales, los LI han de superar un sinfín de obstáculos: fronteras, restricciones aduanales, impuestos, presiones comerciales y el simple desabasto.



13. En este contexto aparece el nuevo entorno electrónico. Los primeros en valerse de él no fueron los lectores, sino los escritores. Porque la primera sustitución fue la de la máquina de escribir por la computadora.



14. Algunos escritores aún prefieren papel y pluma. Yo mismo he escrito, hace poco, un par de libros a mano. La experiencia es única: ofrece una mayor cercanía de la palabra. Y un dolor, no sólo físico, acaso más intenso. Para textos breves o poéticos resulta idóneo. Pero la experiencia es marginal: en su enorme mayoría, los libros hoy se escriben en computadoras. Sus ventajas —que no enumeraré aquí— son infinitas frente al encanto de una vieja y entrañable Underwood.



15. Otras áreas de nuestra vida han migrado al universo electrónico sin inconvenientes. En primer lugar, el correo. Hay quien todavía redacta y envía cartas —en medio de un alud de publicidad y facturas—, pero, ¿quién reniega del correo electrónico? ¿Y cuántos lamentan no poder rasgar los sobres u oler el perfume en una carta de amor?

16. El mayor y más drástico ejemplo: la música. Desde la aparición de Napster, su adquisición en soportes físicos se desvaneció. Resulta más simple y barato descargarla en línea. Lo confieso: yo soy un nostálgico y sigo comprando discos. O intentándolo, porque cada vez hay menos tiendas y están peor surtidas. Debemos resignarnos. Yo mismo me rindo, a diario, a la variedad de Spotify.



17. El ejemplo del revival de los LP es fútil: una moda para un diminuto club de coleccionistas. Como los que, en el futuro, seguirán atesorando ediciones príncipe.



18. Con el mundo del video, más o menos lo mismo: desaparecen devedés y blurréis y triunfan Netflix, Pandora, iTunes, etcétera.



19. Y, ahora sí, la lectura en soportes electrónicos. Computadoras, tabletas, lectores digitales, teléfonos móviles.



20. En las cegadoras pantallas de computadora se leen periódicos, revistas, páginas con toda suerte de datos y correos electrónicos, y se participa en las redes sociales. Una lectura fragmentaria, tensa, fatigosa. Textos largos sólo como excepción. Otra vez, nadie se queja. Nos hemos acostumbrado a anticipar la lenta agonía de los periódicos y las revistas en papel.



21. En los teléfonos móviles, una réplica de lo anterior, en miniatura: lecturas más breves, más fragmentarias, más aleatorias. Aunque los nativos digitales leen allí lo que nosotros jamás aspiraríamos.



22. Y, por fin, los LE. En dos formatos: las odiosas —pero coloridas— pantallas de las tabletas y el cada vez más fino —pero monocromo— papel electrónico. Para el primero (al menos por ahora): libros con ilustraciones, libros para niños, libros enriquecidos. Para los segundos: cualquier texto tradicional.



23. Las virtudes de ambos: son ligerísimos, pues en un solo soporte caben más libros de los que alcanzaríamos a leer en toda la vida. Se pueden leer a cualquier hora si cuentan con su propia carga de luz (la del papel electrónico es particularmente funcional). Y cada vez son más baratos.

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=782&art=16374&sec=Art%C3%ADculos

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