Sergio Ramírez
Carlos Fernando Chamorro preparaba
su programa de televisión Esta Semana en
Managua, y antes de grabar el segmento con la entrevista sobre mi nuevo libro
de narraciones Flores Oscuras, le
tocaba comparecer al doctor Jaime Incer Barquero, el más reputado de los científicos
nicaragüenses y lúcido defensor de nuestro patrimonio ecológico cada vez más
disminuido y abusado. Desde el estudio mismo donde aguardaba me dispuse a
escucharlo lleno de expectativa, pues iba a hablar sobre el proyecto de
construcción del Gran Canal interoceánico que hoy acapara, una vez más, la
atención del país.
Un tema
recurrente de nuestra historia, que yo diría vicioso, una especie de sueño
maléfico que nos aparta de todo los demás para arrastrarnos hacia esa eterna panacea
entre brumas de opio. Pobreza, ignorancia, marginalidad, injusticia económica,
todo queda cubierto una y otra vez por este velo mágico. El estrecho dudoso,
que viene desde los tiempos de la conquista, cuando se buscaba el paso entre
los océanos para llegar a las tierras del Gran Kan, y que ha desmedrado nuestra
soberanía a la hora de firmar tratados como el Chamorro-Bryan con Estados
Unidos en 1914, el epítome nacional de la aversión antiimperialista.
El presidente Ortega ha enviado a la Asamblea Nacional una ley que otorga
una concesión por cien años para la construcción del Gran Canal a una incierta
compañía china, HK Nicaragua Canal Development Investment Co,
presidida por un misterioso personaje, Wang Jing. El consorcio de papel se
halla establecido en algún lugar de la vasta Hong Kong,
pero está inscrito en Gran Caimán, y se ha comprometido a invertir 40 mil
millones de dólares en la obra, que además del canal acuático incluye líneas
ferroviarias de costa a costa, puertos en ambos océanos, aeropuertos,
carreteras de alta velocidad, etc. Otra Nicaragua de ciencia ficción, la de los
sueños de opio.
Un
proyecto sin el aval ni la participación del gobierno de China. Durante su
reciente visita a Costa Rica, el presidente Xi Jinping, declaró que su país privilegia los proyectos de
cooperación con aquellos países con los que tiene relaciones diplomáticas, que
no es el caso de Nicaragua, pues Ortega las mantiene con Taiwán. Y un canal
interoceánico es necesariamente, además, un proyecto geopolítico, en el que ni
siquiera los países del Alba encabezados por Venezuela parecen mostrar interés,
ya no se diga Estados Unidos.
La
dichosa compañía china, dueña absoluta del Gran Canal según esta extraña ley,
que sin duda será aprobada por la Asamblea que Ortega controla ampliamente, irá
cediendo anualmente al estado de Nicaragua el 1% de las acciones, de modo que
dentro de medio siglo llegaría a compartir el canal por partes iguales.
Una gigantesca obra que, según se
anuncia, se iniciará el año que entra; los voceros oficiales han informado que
el PIB del país alcanzará dentro de dos años el 15% de crecimiento y la tasa de
desempleo quedará reducida prácticamente a cero. De este sombrero de mago, por
lo que se ve, saldrán infinidad der gordos y alegres conejos.
Pero oigamos al doctor Incer, asesor
presidencial para asuntos ecológicos y protección del ambiente, aunque no ha
sido consultado, ni la Asamblea Nacional lo ha llamado para que opine. Lo hace a través de este programa de
televisión, uno de los últimos independientes que queda en Nicaragua, y lo
primero que dice, con sobrada extrañeza, es que toda la batería de estudios
necesarios, ecológicos, batimétricos, sísmicos, oceánicos, y de las distintas
especialidades de la ingeniería, no habiendo siquiera empezado, tomarían no
pocos años en llevarse adelante, y para ello se necesita del concurso de firmas
especializadas de diversas partes del mundo.
Dice
también que todas las rutas propuestas para el Gran Canal que conectará al mar
Caribe con el océano Pacífico, y por el que circularían los grandes buques
post-Panamax, pasan a través del Gran Lago de Nicaragua, cuya superficie se
acerca a los 10 mil metros cuadrados. Pero contra lo que los profanos pensamos,
el lago es sumamente superficial, y su escasa profundidad no es apta para esos
megabarcos que cargan hasta 15.000 contenedores y tienen un calado mínimo de 20
metros. Esto significaría que dentro del lago mismo debe abrirse un canal de al
menos 45 metros de hondo, en un trayecto de al menos 90 kilómetros. Un canal
del canal.
La
remoción de sedimentos de semejante dragado, enturbiaría las aguas del Gran
Lago de tal manera que dejarían de ser potables y la vida de toda su fauna
llegaría a su fin. Una catástrofe, según el científico. Y aún otra, sólo para
apuntar dos: el paso del canal por los ríos de la cuenca del Caribe necesitaría
de la protección de los caudales, lo que sólo puede conseguirse con la
reforestación de miles de kilómetros hoy dedicados a los pastos para ganadería,
uno de los más importantes rubros de la economía de exportación del país.
Árboles en lugar de ganado, sino no habría canal, lo que en términos de la
pequeña economía de Nicaragua, significaría un violento vuelco, y la ruina de
miles de ganaderos.
Y otro vuelco
demográfico, pues en un país donde la pobreza certificada alcanza la mitad de
la población, esas obras faraónicas serían un potente imán de atracción
desordenada el país entero se trasladaría a vivir a las cercanías del Gran
Canal. Pero la mano de obra ociosa, de ninguna manera especializada, sería
inútil para las complejas tareas de construcción.
Cuando la
entrevista termina y el doctor Incer baja del set, me acerco a darle las
gracias. En apenas 15 minutos de respuestas certeras y ponderadas, ha
demostrado que semejante proyecto, tan desproporcionado y estrafalario, no es
sino el mismo ardid de siempre para encender falsas esperanzas.
Puedo
entonces seguir viendo al recurrente canal por Nicaragua como novelista,
fascinado por los grandes mitos nacionales, éste el primero de todos, destinados,
dichosamente, a no cumplirse nunca. Nuestra vieja linterna mágica descompuesta,
que proyecta siempre las mismas viejas imágenes.
Masatepe, junio 2013año
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