Onofre Guevara López
En Nicaragua el descenso o reflujo
revolucionario no comenzó en 1990, sino desde antes, cuando los encantos del
poder entraron en pugna en la conciencia y anularon mística, valores y principios
cierta, vana o débilmente sustentados. Fue un proceso interior solo visto y
medido en los resultados, cuando los actos del revolucionario de ayer comenzaron
a chocar con la justicia, leimotiv de la lucha contra la dictadura.
De este proceso nadie ha podido escapar,
así como no en todo revolucionario esos valores han sido derrotados. En este
proceso se gana y se pierde, y no todos los individuos salen victoriosos
absolutos ni totalmente derrotados.
Es el cuerpo policial donde se hace más
obvia la pérdida de los valores, y la inclinación a servir a quienes más
disfrutan de los encantos del poder. Eso
está transformando a la Policía Nacional en un cuerpo armado contrario a los derechos
humanos, y en algo distinto a lo que fue, aunque no haya sido siempre
totalmente respetuosa de esos derechos. Imposible pormenorizar las violaciones
a los derechos ciudadanos cometidas por miembros de la Policía, pero todos
conocemos al menos un caso, y de uno en uno se hace toda una situación.
Siempre estuvo latente la descomposición
policial por la naturaleza represiva de sus funciones, pero se acentuó con el
tiempo en todos los gobiernos, afectando a gente de todos los rangos. Pocos han
escapado, pese a que la mayoría tuvo su origen en la lucha guerrillera y en la
insurrección popular. Si antes fue la piñata la medida de la descomposición,
después fueron las regalías de los gobiernos de turno para los jefes, lo que
les cambió su condición económica y con ello su comportamiento ético.
Pero no se cambió solo por eso, aunque
sea lo determinante. Muchos policías con una excelente formación política no
resistieron la fuerza del poder debajo de su uniforme, y apenas les tocó hacer
interrogatorios hacían insinuaciones sexuales con morbosidad si eran mujeres y con
dureza si eran hombres, propia de un típico policía de cualquier parte. Y ni se
enteraron siquiera de que su ética la estaban poniendo al nivel de sus botas.
Desaparecieron los frenos éticos que
crecieron en la lucha contra la dictadura, además de que ahora predomina la
gente que se ha incorporado a la Policía acicateada por la necesidad de
trabajar, no por vocación de servicio. ¿Será que en la Escuela de Policía solo adquieren
la técnica policial, y ninguna formación ética? En la calle parece estar la
respuesta: policías que más les interesa regular el tamaño de la mordida que la
marcha del tránsito; que atropellan a periodistas, no por mal identificados, sino
porque, al comprobar que son periodistas… les interesa agredir con mayor sevicia.
Ha habido muertos en las calles por
custodias policiales de jefes militares, de hecho, solo “por quitá quiero
pasar”; dos estudiantes muertos por la Policía –los únicos en la era post
Somoza— en manifestaciones por el 6%. Y
recientemente, hubo muertos en El Carrizo donde actuó un policía; en Ciudad Darío,
un muerto y personas atropelladas; en Nueva Guinea, violaciones a los derechos
humanos, en contra de mujeres principalmente, y todo ha sido visto por la
Policía con igual displicencia.
Y cuando está ocurriendo eso, la
Comisionada General de la Policía, recibe homenajes y loas dentro y fuera del
país. Precisamente en momentos cuando ella, como máxima autoridad policial, se muestra
más supeditada a las ilegalidades de un presidente también ilegal.
¿Qué podrá pasar con la Policía cuando los
dueños de la concesión canalera vende-patria, recurran a sus servicios para la
seguridad de su negocio? ¿Aceptará gustosa servirles? ¿O aceptará que los
dueños de la concesión impongan en el país su propia policía?
Todo eso podría pasar, si hemos de
juzgar por la cruel acción de la Policía contra los ancianos demandantes de una
pensión reducida. Es revelador cómo lo justifica su portavoz: los viejos han dañado
e irrespetado los edificios públicos. ¡Les vale más un vidrio que la vida de seres
humanos!
¿Ninguno de los comisionados rompió un
vidrio, ni ocupó alguna vez un lugar público? ¿No fue por cosas como esas que la Guardia
reprimió y mató?
Otra área descompuesta que agrede a los
viejos y a quienes con ellos se solidarizan, es la del sindicalismo oficialista,
sindicalismo blanco traidor a los a los trabajadores, encabezado por un antiguo
estudiantes somocista. Con su actuación, y pretendiendo justificarse así
mismos, están justificando a Somoza y a su Guardia represiva.
¡Que triste reflujo revolucionario!
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