Entrevista con Mercedes Moncada
Gloria Muñoz Ramírez
El documental Palabras mágicas, para romper un encantamiento, de la directora Mercedes Moncada, es una reflexión personal, emocional y profunda sobre el proceso revolucionario de Nicaragua. Se ubica antes y después del Día Cero, ése 19 de julio de 1979, cuando un pueblo entero encabezado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (fsln) derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza y en todo el mundo se prendió la llama de la esperanza. Hace ya 34 años.
Palabras mágicas tiene la amabilidad de llamar a todo por su nombre. La traición, por ejemplo, se llama traición; y la derrota se llama derrota. En el papel de Daniel Ortega: Daniel Ortega. En 80 minutos la cineasta de origen español y nicaragüense recorre los temblores de Nicaragua sin tregua. No se trata de la denuncia personal y colectiva, sino de las preguntas que quedan abiertas. Que no son pocas.
Mercedes vive en México y desde aquí se trasladó a la tierra en la que vivió hasta los 18 años. Fueron diez viajes durante tres años en los que vio, habló y, sobre todo, preguntó y se preguntó qué había pasado. Insistió en el retrato actual y profundizó en un proceso revolucionario que retomó sintiéndose enojada y traicionada y terminó transformada en una mujer que ya no se sentía como una víctima.
La película está contada en primera persona, la única forma posible que Mercedes encontró para subrayar su subjetividad. Pero, aclara ella, no es autobiográfica, pues “no habla de mí, habla de qué es lo que siento yo frente a lo que nos pasó en Nicaragua, lo que significó crecer ahí con unos paradigmas muy claros y muy afortunados en el entorno del planeta; y del dolor cuando eso se rompió de pésima manera, a través de la traición de los propios dirigentes de la revolución”.
–¿Qué le pasó a Nicaragua?
“Le pasó que en 1979 un grupo de gente decidió ponerse de acuerdo para derrocar al dictador Somoza después de muchos años de una dictadura muy sanguinaria y muy cruel. Se pusieron de acuerdo sectores sociales diferentes de arriba y de abajo, y lo consiguieron. A partir de ahí tuvimos una ilusión —yo creo que ellos la tuvieron también— de que el futuro era una página en blanco donde podíamos escribir lo que quisiéramos y ser el país que soñábamos. Yo creo que eso era imposible, que no podía realizarse no solamente porque hubo una guerra, la intervención de Estados Unidos a través de Ronald Reagan y que estábamos metidos en la Guerra Fría, sino porque las personas que lideraban, que ejecutábamos y que vivíamos en esta revolución —yo me voy a salir un poco porque tenía ocho años— tenían un pie anclado en la historia. Venían de una formación patriarcal, caudillista y vertical, donde no habían tenido la posibilidad de crear una nueva manera de ejercer el poder ni de entenderlo”.
Moncada no pasa por alto las acciones positivas, la Cruzada Nacional de Alfabetización, por ejemplo, a través de la cual, de repente, Nicaragua aprende a leer y escribir. La documentalista se refiere a las “buenas intenciones”, pero insiste en que faltaron “transformaciones profundas en la gente que las estaba ejecutando”. Y es clara: “en Nicaragua no se modificaron las relaciones de poder”.
Las traiciones: “La traición no es que la revolución se haya caído, pues se cayó por una multitud de factores combinados. La traición es un doble discurso que nos mantuvo en una épica que sólo pagamos nosotros. La generación de los dirigentes es una generación victoriosa, fueron a una guerra y la ganaron. El planeta los amaba, se volvieron los más sexys, y se acomodaron a esta idea muy masculina del poder en todas sus ejecuciones. Todavía no alcanzamos a entender qué nos pasó en esa guerra, cómo nos comportamos y qué significó, porque nadie la revisaba. Luego el Frente vuelve a ganar con un discurso de reconciliación: ‘venga, todos estamos reconciliados, en el país ya no hay enemigos’. Sin embargo no hablamos, no entendemos qué es lo que nos sucedió. Todo eso es una traición. Una traición al país que vivió la guerra, a la generación que puso la sangre y a su propio discurso, que es lo que nos mantenía en pie en esa guerra”.
Daniel Ortega, el personaje que encabeza el proceso revolucionario, traiciona todo, es derrocado electoralmente, negocia, regresa al poder y hoy gobierna de nuevo Nicaragua, para la realizadora “no es muy importante. Es un tipo mediocre, medio corrupto, medio confundido, medio todo; lo que me parece notable es que esté ahí, pero si él no estuviera, estaría su equivalente, porque nosotros hemos puesto a Ortega en ese sitio. Nosotros pusimos a esta figura corrupta, mediocre —medio güevón también— en el poder. La bronca de Ortega es nuestra; no es un marciano, no viene de otro planeta, no es un ser extraordinario. Viene del mismo caldo de cultivo de donde salimos todos nosotros”.
Participante en el Festival de Cine de San Sebastián, en el Festival de Lima, en el International Documentary Films Fest en Amsterdam, en el Chicago Latino Film Festival, en el Festival Cinematográfico Internacional de Uruguay, en el Segundo Riviera Maya Film Festival, en Ambulante, doc´s df, y recientemente ganador de la Biznaga de Plata en el festival de cine de Málaga, el documental —insiste Moncada— hace una diferencia entre la Revolución y el Frente Sandinista: “La revolución se acabó, murió en 1989. No sabemos si estaba enferma o no cuando murió, pero murió. Y lo que continuó fue el Frente Sandinista de Liberación Nacional roto, porque se rompió inmediatamente. Muchísima gente del Frente se peleó. Habían las tres facciones del Frente que existían y nunca dejaron de existir, se pelearon en ese momento ante la enorme crisis del ¿qué hacemos ahora en la vida y en la oposición, cómo articulamos? Y lo que quedó fue un sector muy pequeñito liderado por Ortega. Ortega ahora representa en lo que se convirtió el Frente Sandinista.
Entre las preguntas que Palabras mágicas pone sobre la mesa está la de ¿si estuviésemos nuevamente en el Día Cero, qué haríamos ahora, cómo nos relacionaríamos? Si volviésemos a estar en una situación tan privilegiada como sentirnos con la página en blanco, ¿cómo empezaríamos a articularnos con esta experiencia?
Ya no más Días Ceros: “Ya no creo en las transformaciones mágicas —en las que antes sí creía—, como un triunfo insurreccional que transforma a una sociedad. Creo que las revoluciones son mucho más paulatinas, profundas y cotidianas, y que tienen que calar en todos los espacios de las sociedades, los familiares, los personales, los pequeñitos, los vecinales, y esos definen también las figuras de poder”.
La película no trae malas noticias, señala la también productora, nacida en Andalucía en 1972, “porque no dice que la historia siempre se va a repetir; dice que la historia se repite cuando hacemos las cosas de la misma manera”.
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