Lo lamento, somos agarra vara en Nicaragua. Nos gusta la llamarada de tuza, el alegrón de burro, o que nos dejen como La Novia de Tola. Reaccionamos emotivos con los anuncios de la clase política empresarial, la cual nos conduce por torbellinos ilusorios para que olvidemos la mísera realidad o esperanzados arriesguemos la vida o miles mueran.
Mi primer entusiasmo fue la energía geotérmica, a inicios de los años setenta. La cadena volcánica de Nicaragua, a pesar de causarnos desastres, nos situaría como un país próspero. Venderíamos electricidad a Centroamérica, Panamá y el sur de Méjico. Dejaría millones de córdobas para beneficio de todos.
Hasta el terremoto de 1972 viví y jugué en las orillas del lago Xolotlán, soñaba con nadar en sus aguas, esquiar halado por una potente lancha, disfrutar de restaurantes, heladerías, y campos deportivos. Creí que pronto sería realidad cuando, en aquel entonces, anunciaron que era posible sanearlo de la putrefacción.
Después vino un entusiasmo más grande, un proyecto que daría vuelco al sistema represivo, corrupto, imperaría la justicia social, erradicaríamos la miseria, sería un país abundante “con ríos de leche y miel”, el paraíso revolucionario.
En los años ochenta nos dijeron que el ferrocarril llegaría a Puerto Cabezas, ahora Bilwi donde ampliarían el muelle, para que nuestra abundante mercancía navegara por el Mar Caribe y el Océano Atlántico, y vinieran las divisas, de igual manera, un poco más al Sur, saliera a venderse nuestra riqueza por los puertos Santa Isabel y Monkey Point.
Estando en Zelaya Norte, en aquella época, gocé entusiasmado con la idea de viajar sobre rieles en medio de la selva, y también conducir por las proyectadas carreteras asfaltadas en dos rutas, una por Waslala y otra por Río Blanco cuyos pegaderos de lodo y agua me cansaban y angustiaban debido a una posible emboscada.
En 1986 llegué a trabajar a Matagalpa, era fascinante escuchar del proyecto de desarrollo ganadero vacuno en la planicie entre Mui Mui y Matiguás, donde se reivindicarían los derechos del pueblo originario matagalpa diezmado por los latifundistas, la escuela agropecuaria Santiago Baldovinos convertirían en universidad del campo, y erigirían un hospital excelentemente equipado en Matiguás.
Las grandes haciendas cafetaleras Propiedad del Pueblo serían “el motor” para mejorar la vida de obreros y obreras agrícolas quienes habitarían viviendas “decentes” con agua potable, electricidad, servicio sanitario, rodeados de escuelas y centros de salud. Los pequeños y medianos campesinos recolectarían “cosechones”.
La empresa maderera MADECASA reforestaría toda la cuenca del Río Grande de Matagalpa en la ruta del afluente del río El Tuma hacia el Caribe, y así volviera a ser navegable totalmente y proveyera de agua para riego y consumo potable en los municipios Tuma-La Dalia, Rancho Grande, Matiguás, Río Blanco.
En ciudad Sébaco crecería un inmenso plantel industrial para procesar cebolla, tomate, chiltoma, chilote, pepino, mimbro, zanahoria, remolacha, maíz, frijol, todo lo que se pudiera envasar, enlatar, y los agricultores, principalmente del Norte, obtuvieran justas ganancias al exportar con calidad su materia prima.
La instauración de la democracia ha sido otro super megaproyecto, miles de nicaragüenses perecieron en el intento y otros miles padecen represión o dificultades de todo tipo por continuar pensando y trabajando por ella.
En 1990, hace 23 años, esa ilusión democrática fue asumida por la mayoría de la sociedad. Discursos consoladores envolvieron la agenda, de nuevo el sueño de acabar de una vez por todas con la injusticia, la miseria, el privilegio de unos cuantos, la corrupción gubernamental.
Nada de lo poco que les refiero fue realidad. Así hemos venido, a lo largo de nuestra historia, con el discurso del progreso social repitiendo que este país es rico, millonario, en recursos naturales, y en cada etapa de altas emotividades manejadas hábilmente por los detentadores del poder nos creemos la ficción.
La muestra es que no hemos olvidado el deseo del canal interoceánico, después de más de quinientos años, aunque los actuales gobernantes políticos empresariales no nos cuenten bien, mas bien no nos cuentan el cuento, sino que nos lanzan la llamarada de tuza, para que con la luminosidad bermeja nos peguemos el alegrón de burro, y, posiblemente, nos quedemos como La Novia de Tola: vestida y alborotada en el altar.
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