Ángel Vargas
Periódico La Jornada
Domingo 29 de junio de 2014, p. a11
El humor es como el amor, sostiene Eduardo del Río, Rius: Hay
que conservarlo siempre, porque sin amor ésta no es vida. Lo mismo ocurre con
el humor; en mi caso, me ha permitido seguir vivo y trabajando.
Considerado uno de los más grandes caricaturistas mexicanos, el
maestro michoacano cumplió 80 años el pasado 20 de junio, edad a la que llega
sintiéndose a toda dar, con ánimos y mucho vigor para seguir creando, instruyendo
y divirtiendo mediante sus didácticos y simpáticos libros/manuales.
En entrevista con La Jornada, a propósito de la aparición de su
libro Mis confusiones. Memorias Desmemoriadas (Grijalbo), el autor de
historietas clásicas como Los supermachos y Los agachados, con
las cuales revolucionó esa expresión en México, afirma que el humor es una
especie de revancha de los mexicanos para enfrentar las condiciones jodidas del
país y a los malos gobernantes.
–¿Cómo llega a los 80 años, cómo se siente?
–No siento diferencia entre los 80 y los 79. Todo es igual, se va
repitiendo toda la vida. No sé quién inventó eso de festejar los años que
terminan en cero; me gustaría que mejor fuera cada siete años, que es cuando
cambia el metabolismo del cuerpo, según dicen los que saben.
“Uno es viejo cuando se siente viejo. Todavía no me siento así. Será
porque sigo trabajando, a lo mejor si dejo de hacerlo sí me cae el viejazo
y ni cuenta me voy a dar.”
–Con el humor, ¿usted busca hacer más ligeras las cosas jodidas de la
vida?
–Sí, y las situaciones políticas que estamos viviendo. Sin humor, no
sé adónde iría este pueblo. El único desquite que tenemos los mexicanos es
reírnos de los poderosos que nos están jodiendo, y sin ello este pueblo ya
hubiera desaparecido, ya seríamos otra estrella más en la gloriosa bandera
gringa.
Entonces, el humor es, en parte, como el
amor: hay que conservarlo toda la vida, porque sin amor ésta no es vida; aclaro
que amor en el sentido amplio de la palabra, no sólo en la cosa sexual, ¡eh! El
amor al prójimo, a los animales, a la vida, etcétera. Y es igual al humor,
porque éste es una forma de ver la vida. Me ha sostenido con vida para poder
seguir trabajando y sobreviviendo.
–El humor de los mexicanos es muy cábula, ¿no le parece?
–Esto nos viene de herencia, desde que comenzaron a surgir los
primeros mexicanos, que eran los hijos de la chingada, como los llamó
adecuadamente Octavio Paz. Eran hijos de la violación, y pues buscaron
alguna forma de revancha y se volvieron unos cábulas. La única forma que tenían
de defenderse de los gachupines era el choteo, la burla.
Y eso persiste hasta la fecha, pero ahora hacia los gobernantes. Es
una especie de desquite que tiene el mexicano luego de que esos señores le
están dando en la madre.
–Entonces, ¿usted se hizo y es monero como una especie de revancha?
–No, nunca lo he visto así. Más bien lo vi como una especie de defensa
de los que no tienen voz. Una vez nos dijeron que los caricaturistas éramos
como los diputados, pero buenos y decentes, porque éramos los únicos que
salíamos a defender al pueblo.
“He visto siempre esta profesión como una
forma de ayudar a la gente, en el sentido, por ejemplo, de que deje de comer
carne, de creer en Dios, en las religiones, sobre todo; que agarre cierta
cultura por medio de mi trabajo.
“He hecho más de cien libros y sospecho que a mucha gente le ha
ayudado esto a andar en la vida, a pasar de año y cosas así. Eso es de gran
satisfacción para uno, saber que su trabajo es de utilidad para otros. En pocas
profesiones se logra esto.
Hago mis libros como una manera de aprender. Nada más tengo como
diploma de estudios hasta quinto de primaria. Entonces, al mismo tiempo que
estoy haciendo un libro para que la gente se ilustre sobre cierto tema, yo
también lo estoy aprendiendo.
–¿Qué tan importante es para su trabajo la crítica a los gobernantes y
a los poderosos?
–Más que eso, me he preocupado por dirigirme al lector. Sé que
mentarle la madre al gobernante no sirve para nada. A lo mejor lo agarra uno de
malas y se desquitan con uno, como me pasó con (Gustavo) Díaz Ordaz.
He procurado que en mi trabajo haya más el deseo o la intención de
politizar, de conscientizar a los lectores. Que tomen consciencia de
lo que es este país, de lo mal que estamos y de lo que podemos hacer para cambiarlo.
–Usted ha sido actor y testigo de un cambio profundo en el periodismo
mexicano, en lo que respecta la censura y la libertad de expresión. ¿Cuáles son
las principales diferencias que advierte entre el antes y el ahora?
–Noté que en 1968, con todo lo que pasó, se gestó un cambio muy
importante en nuestro país. Fue un parteaguas, hubo una reacción muy importante
de mucha gente, sobre todo en el medio periodístico, entre los intelectuales y
en las universidades de buscar otro país, otra manera de vivir en sociedad, de
procurar cambiar las cosas un poco.
“En el periodismo, es clásico ver el ejemplo del unomásuno, del
que después salió La Jornada, porque allí comenzó a haber otro tipo de
periodismo. Incluso, el uso de las caricaturas, antes de La Jornada, no
se daba de la forma como ocurre hoy.
“A partir del 68 se gestó un nuevo tipo de periodismo, que
desafortunadamente no ha tenido muchas repeticiones en México. Sigue mandando
el periodismo comercial, la empresa periodística, no el periodismo hecho por
periodistas.
En otros aspectos, cambió mucho en las universidades la manera en cómo
los muchachos se dieron cuenta de lo que había pasado y lo que podía pasar. Soy
un mal teórico, pero se da uno cuenta, aun sin querer, de que este país ha
cambiado un poquito, no como quisiéramos o debería, pero ahí vamos despacito.
–¿Qué es lo que más le duele hoy de México?
–¡Híjole, siento que estamos peor que cuando empecé a hacer
caricaturas, hace 60 años! En muchas cosas vamos para atrás; en lo fundamental:
no hemos llegado a la democracia, todavía no hay justicia para todos, cada vez
hay más pobres y más gente desnutrida. La gente come, pero puras porquerías,
por eso somos campeones mundiales en obesidad, que provoca a su vez muchas
enfermedades, entre ellas la diabetes.
“A eso hay que sumarle la influencia nefasta de la televisión. Hace 60
años no existía eso, estábamos mejor, aunque parezca raro decirlo. Hasta el PRI
ha cambiado, desgraciadamente, para mal. Don Perpetuo (uno de sus
personajes) tendría ahora copete. Jajaja, sería un neoliberal.”
–¿Ha pensando alguna vez en abandonar la caricatura?
–Cuando tenía 10 años en este oficio, llegó un momento que me
corrieron de todas partes. Había decidido dedicarme a otra cosa, sólo tenía el
trabajo en la revista Siempre! Pero con eso no podía vivir, además ya me
quería casar.
“Y decidí dedicarme a vender jabones o trabajar de oficinista, pero un
día me encontré a un amigo y colega y me dijo que por qué no hacía historieta.
Nunca lo había hecho, pero comencé a hacer una, Los Supermachos, y me la
publicaron. Ése ha sido el único momento en que pensé en mandar a volar a la
caricatura. He tenido mucha suerte.”
–Acaban de aparecer sus memorias, ¿qué tan complejo fue para usted
escribir de sí mismo?
–Cuesta trabajo porque es algo que normalmente no he hecho. Aunque he
escrito varios libros de viaje, esto es diferente. Quisiera uno que fuera un
ejercicio de literatura, pero no estoy preparado para eso, escribo casi casi
como hablo y no cuido muchas cosas.
También hay que tomar en cuenta hasta dónde puedo llegar. Hay muchas
personas que siguen con vida de las que yo traté, y de las chavas no puede
decir uno nada. Entonces, uno deja cosas en el anonimato, para que nadie se
sienta ofendido ni agraviado. Sin embargo, puedo decir que es un ejercicio
bonito, porque echa uno a andar la rueda de la memoria y cada vez que sale un
nombre llegan los recuerdos, así como golondrinas y hacen su nido en el coco de
cada quien. Me gustó hacer este libro.
–En este recuento, ¿aparecieron asuntos de los que se arrepienta?
–Pues sí. Por ejemplo, una de las cosas que sí me pesan fue haber
hecho un libro sobre Alemania Oriental, porque resultó lleno de barbaridades y
mentiras. Entonces, primero me arrepentí y luego lo retiré. Hay pocas cosas de
las que me arrepiento, y casi todas son cosas del orden sentimental.
No me arrepiento de ser comunista, porque
me sirvió de mucho. Aprendí algo de marxismo, un poco lo que era la clase
obrera, y ese tipo de lucha que se llevaba dentro del partido me sirvió para
posteriores trabajos como caricaturista. Me arrepiento mucho de haberme dejado
engañar, pues creíamos que Stalin no era lo que resultó ser.
–Ideológica y políticamente, ¿con qué
comulga hoy?
–Pues con lo mismo de antes, sigo pensando
que el socialismo es la solución; pero hay que saber llevarlo a cabo; no es
socialismo lo que está pasando en Cuba. Los problemas siguen ahí, el
capitalismo no los va a resolver, y siento sinceramente que la única forma de
forma de resolverlos es con un sistema socialista.
–¿De qué es lo que usted se siente más satisfecho?
–Una de las satisfacciones más grandes es cuando en las ferias del
libro se me acercan tres diferentes generaciones de lectores que han crecido
con mis libros o historietas. ¡Puta, esa es una satisfacción que no se la quita
uno con nada!
–¿Alguna vez lo tentó el poder, lo han tratado de cooptar?
–En cierta forma sí. Querían volverme aviador en varias secretarías,
pero siempre lo rechacé. Por fortuna me he mantenido al margen de todo eso. No
me gusta acercarme al poder, porque si éste corrompe, también corrompe a quien
se le acerca.
He tratado de ser congruente. Predico el vegetarianismo y lo práctico;
predico el ateísmo y soy ateo; etcétera... ayudo a los homosexuales, pero no
soy homosexual.
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