Por: Alejandro Serrano Caldera
En el mes de julio pasado se cumplieron cincuenta años de la fundación del Grupo Praxis, el que sin duda ha marcado un momento importante en la historia cultural, social y política de Nicaragua. Sin pretender hacer un análisis de su mensaje estético, ético y político, me parece importante mencionar el significado y contenido de su actitud a través del arte y el pensamiento, tal como lo expresan en el Manifiesto de fundación, y lo reafirman a través de su trayectoria de medio siglo, principalmente en el campo de la pintura.
En el Manifiesto reproducido por La Prensa Literaria del 13 de agosto de este año 2013, los fundadores del Grupo en julio de 1963, Amaru Barahona, Alejandro Aróstegui y Enrique Izquierdo, dicen: “Servir a la verdad en el arte y en la cultura, esa es en su más profunda y noble significación, la razón última de nuestra existencia como grupo y de nuestra actitud ante la pluralidad de acontecimientos que forman nuestra vida y conforman nuestro mundo. La verdad la encuentra el hombre en la lucha”. Y en otra parte del Manifiesto expresan: “La existencia de este grupo es, por eso, antes que nada y sobre todo, una actitud concreta ante una realidad concreta. Ahí están los hechos. Y aquí estamos nosotros. Esta ha de ser nuestra razón: definirnos ante ellos”.
La lectura reciente de este documento de hace medio siglo, junto a la lectura del libro de Gilles Lipovetsky y Hervé Juvin, El Occidente Globalizado, un debate sobre la cultura planetaria y la relectura del libro de Mario Vargas Llosa, La Civilización del Espectáculo, me han conducido a esta breve reflexión sobre cultura y globalización.
He creído entender en el documento de Praxis la reafirmación de la estrecha relación, tanto del pensamiento como del arte, con la realidad concreta en la que el pensador y el artista se desenvuelven, lo que no significa reducirlos a ser meros reproductores de una realidad provinciana, pues la belleza, la razón y la calidad tienen un valor universal y se encuentran en los diferentes contextos y circunstancias históricas y culturales en los que se desenvuelven. Lo que considero se desprende de tal afirmación, es que los valores del arte y del pensamiento no son patrimonio exclusivo de sociedades y poderes hegemónicos, sean estos culturales, políticos o económicos de nivel nacional, regional o mundial, sino fruto de la creatividad del ser humano y la sociedad en sus diferentes expresiones y realidades históricas.
El libro de Lipovetsky y Juvin, analiza el impacto de la globalización sobre la cultura, cada uno de ellos a partir de su propia y opuesta perspectiva, pero también a partir de ese análisis, se deduce la posible influencia de la cultura sobre la globalización. Al hablar de este tema tenemos que mencionar, aunque de pasada, que en la modernidad se han producido dos movimientos de globalización. El primero de ellos proveniente de la Ilustración, en el siglo XVIII, cuyos valores, ideas y principios fueron enunciados por el pensamiento filosófico como verdades universales y absolutas.
El segundo movimiento de la globalización, corresponde al del neoliberalismo y el capitalismo corporativo transnacional, el que se consolida, aproximadamente, a comienzos de 1970 y se proyecta hasta hoy, a partir de la afirmación del mercado absoluto y del totalitarismo financiero especulativo.
Esta idea y práctica de la globalización conlleva la de la llamada “cultura-mundo” que pretende reafirmar la existencia de una cultura única construida con ideas, valores y principios, éticos, estéticos y filosóficos considerados de carácter universal, a la cual deben irse adecuando las culturas diferentes, las que en ese proceso de adaptación van perdiendo su propia identidad y naturaleza particular.
Uniformar el mundo por medio de la globalización, significa, en la intención de sus ideólogos, no sólo someter políticamente y uniformar desde el plano económico y financiero, sino adoptar un núcleo de valores generales a partir de los cuales se construya el común denominador de la sociedad planetaria.
Esta idea de “cultura-mundo” como valor universal significa desnaturalizar el concepto de universalidad al identificarlo con el de uniformidad que es más bien su negación, pues la uniformidad por la imposición de los poderes mundiales de turno somete y homogeniza, pero no confiere el carácter de universalidad, el que es síntesis de diferentes expresiones culturales y que solo se produce mediante la unidad en la diversidad, en la que coexisten e interactúan las oposiciones y contradicciones.
En el debate mundial que se produce actualmente sobre la cultura, se analiza el concepto de “cultura-mundo” en el contexto de un capitalismo financiero especulativo en crisis, y de un esfuerzo de la filosofía política por recuperar el concepto y práctica de la democracia y el Estado de Derecho, severamente lesionados por el imperio del “monoteísmo de mercado” y del capitalismo corporativo transnacional, cuyos ideólogos llegaron a enunciar la era de la postpolítica y la postdemocracia.
Este sistema del capitalismo mundial ha entrado en crisis y ella ha llevado a replantear la situación no solo en términos económicos y financieros, sino también en términos filosóficos, políticos, axiológicos y culturales. Tal situación ha permitido reafirmar que la universalidad no es uniformidad, pues lo que homogeniza destruyendo las particularidades de la cultura, destruye también su universalidad, pues ésta surge de la conciliación de las identidades diferentes.
Pone en cuestión, al menos en el plano teórico y filosófico, la identificación del valor con el precio, lo que llevó a establecer que el valor de las cosas no tiene que ver con sus cualidades intrínsecas, sino con el precio de mercado, establecido mediante una serie de medidas orientadas a la especulación.
Igualmente se ha realizado una crítica conceptual a la idea de la democratización de la cultura en cuanto se la identifica con el concepto de masificación, mediante el cual se devalúa la calidad del producto cultural a fin de hacerlo llegar con fines comerciales a las masas, en lugar de promover los niveles culturales de éstas mediante la educación y las posibilidades de acceso a las obras del arte, el pensamiento y la cultura en general.
La crisis actual ha puesto sobre la mesa el tema de la cultura como uno de los ejes del sistema, pues una cultura devaluada para hacerla atractiva comercialmente mediante la promoción y la publicidad, adultera completamente las categorías estéticas y éticas de la sociedad, pues de esa manera la persona no sería sujeto de la historia sino que estaría sujeto por la historia, de la que no sería más su artífice sino su rehén.
La cultura es parte sustancial de esa transformación que se pretende, pues sin ella no es posible recuperar la posibilidad de una ciudadanía activa y una verdadera democracia, que sustituya la “democracia electrónica” de la que nos habla Lipovetsky en su libro. En este sentido el Manifiesto y la acción y creación estética de Praxis son más que el recuerdo nostálgico de una historia reciente, el testimonio de una práctica concreta de verdadera actualidad.
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