Las derrotas del secretismo
El ya conocido secretismo con que los Ortega M. manejan sus asuntos y obligan a otros a manejar los asuntos institucionales, les ha propinado una derrota en la opinión pública.
Durante varios días, el rumor de la muerte de Daniel Ortega saturó el ambiente. De eso se hablaba en los buses, en los comedores, en los centros de trabajo, en todas partes, en las ciudades, en las áreas rurales, en la Costa Caribe. Un rumor que partió de los círculos orteguistas, con detalles de todo tipo y que rápidamente se convirtió en una certeza popular.
La mayoría del pueblo nicaragüense cree, sin duda alguna, que Ortega padece una grave enfermedad o que, al menos, tiene una situación de fragilidad tal que puede morirse repentinamente y que está, por lo mismo, incapacitado para manejar los hilos del poder que detenta inconstitucional e ilegalmente, razón por la cual ha entregado el mando a su esposa Rosario Murillo. Así, por más que Ortega trata de aparecer como poderoso, la percepción popular, incluyendo a sus seguidores, lo pone en una posición de salida del escenario en cualquier momento.
La especulación sobre la salud deteriorada de Ortega o de su deceso, desató una conspiración entre sectores del orteguismo cuyo objetivo era oponerse a la posible sucesión de Rosario Murillo en el poder. La percepción de un Ortega debilitado e inhabilitado también es dominante entre sus seguidores.
El rumor confirmó la escasa credibilidad que la mayoría del pueblo tiene en Rosario Murillo. Mientras crecían las bolas, en sus alocuciones habituales ella afirmaba estar recibiendo instrucciones de Ortega sobre distintos asuntos. Pero, la mayoría del pueblo, incluyendo a la mayoría de los orteguistas, consideraba que, en efecto, estaba muerto. Casi nadie creyó sus palabras.
Ortega y Murillo han quedado, nuevamente, en evidencia en su capacidad de mentir al pueblo. Fue el mismo Ortega quien dijo al Cardenal Brenes que no podían acompañarlo en su recorrido pues salían en ese momento a Venezuela, lo que resultó ser una tremenda mentira, pues solo el miércoles tomaron el avión hacia ese país.
En esa conversación televisada, Ortega hizo chacota con el rumor, riéndose de muchos de sus seguidores que habían lamentado su muerte. Se comparó a Jesucristo afirmando que había resucitado y se trató de burlar del Cardenal Brenes diciéndole que le había hecho tal milagro. Un traspiés detrás de otro.
Total, el secretismo de los Ortega Murillo les cobró la cuenta en sus propias filas y entre el pueblo nicaragüense. Ahora sí quedó clara la percepción popular que nunca aparece en las encuestas.
Durante varios días, el rumor de la muerte de Daniel Ortega saturó el ambiente. De eso se hablaba en los buses, en los comedores, en los centros de trabajo, en todas partes, en las ciudades, en las áreas rurales, en la Costa Caribe. Un rumor que partió de los círculos orteguistas, con detalles de todo tipo y que rápidamente se convirtió en una certeza popular.
La mayoría del pueblo nicaragüense cree, sin duda alguna, que Ortega padece una grave enfermedad o que, al menos, tiene una situación de fragilidad tal que puede morirse repentinamente y que está, por lo mismo, incapacitado para manejar los hilos del poder que detenta inconstitucional e ilegalmente, razón por la cual ha entregado el mando a su esposa Rosario Murillo. Así, por más que Ortega trata de aparecer como poderoso, la percepción popular, incluyendo a sus seguidores, lo pone en una posición de salida del escenario en cualquier momento.
La especulación sobre la salud deteriorada de Ortega o de su deceso, desató una conspiración entre sectores del orteguismo cuyo objetivo era oponerse a la posible sucesión de Rosario Murillo en el poder. La percepción de un Ortega debilitado e inhabilitado también es dominante entre sus seguidores.
El rumor confirmó la escasa credibilidad que la mayoría del pueblo tiene en Rosario Murillo. Mientras crecían las bolas, en sus alocuciones habituales ella afirmaba estar recibiendo instrucciones de Ortega sobre distintos asuntos. Pero, la mayoría del pueblo, incluyendo a la mayoría de los orteguistas, consideraba que, en efecto, estaba muerto. Casi nadie creyó sus palabras.
Ortega y Murillo han quedado, nuevamente, en evidencia en su capacidad de mentir al pueblo. Fue el mismo Ortega quien dijo al Cardenal Brenes que no podían acompañarlo en su recorrido pues salían en ese momento a Venezuela, lo que resultó ser una tremenda mentira, pues solo el miércoles tomaron el avión hacia ese país.
En esa conversación televisada, Ortega hizo chacota con el rumor, riéndose de muchos de sus seguidores que habían lamentado su muerte. Se comparó a Jesucristo afirmando que había resucitado y se trató de burlar del Cardenal Brenes diciéndole que le había hecho tal milagro. Un traspiés detrás de otro.
Total, el secretismo de los Ortega Murillo les cobró la cuenta en sus propias filas y entre el pueblo nicaragüense. Ahora sí quedó clara la percepción popular que nunca aparece en las encuestas.
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