El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

viernes, 28 de marzo de 2014

Entrevista a Juan Carlos Pueo sobre "Los usos de la palabra. El pensamiento literario de José María Valverde" (I)

“Nunca pudo dejar de lado ese talante ético que era fruto de su compromiso con los más humildes. Su apoyo a Cuba y a Nicaragua va en esa dirección”



Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza, Juan Carlos Pueo ha publicado en diversos revistas y libros colectivos artículos de teoría y crítica literaria, algunos de ellos en torno a las relaciones entre literatura y otras artes como el cine o la música. Es autor de Ridens et Ridiculus. Vincenzo Maggi y la teoría humanista de la risa (Zaragoza, Trópica, 2001) y Los reflejos en juego: una teoría de la parodia (Valencia, Tirant lo Blanch, 2002).
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Después de felicitarle por su magnífico libro y antes de entrar propiamente en él, permítame que le pregunte por el origen de su interés por la obra de José María Valverde [JMV], profesor mío de Estética en la Facultad de Filosofía de la UB a finales de los años setenta del pasado siglo. ¿De dónde ese interés por la obra del profesor Valverde? ¿Llegó a conocerle personalmente?
Muchas gracias por su amabilidad, y también por su interés. Comencé a leer al profesor Valverde cuando estudiaba en la universidad y me encontré con los diez volúmenes de la Historia de la literatura universal escrita con Martí de Riquer. Me di cuenta en seguida de que se trataba de una visión muy personal de lo literario, y además estaba escrita de forma muy amena. Posteriormente llegaron otros libros que encontré igualmente interesantes: La literatura: qué era y qué esVida y muerte de las ideas, etc.
No llegué a conocerle personalmente, aunque tuve ocasión de asistir a una conferencia que dio en Zaragoza en 1993. Era sobre José Martí, un poeta que por entonces no me interesaba demasiado. Pero cuando salí ya estaba convencido de que estaba equivocado, y cuando leí a Martí pude darme cuenta de hasta qué punto.
Los usos de la palabra” es el título de su ensayo. ¿Nos explica las razones de su elección?
Entre 1981 y 1982, Valverde escribió en El Correo Catalán una columna que tituló, en homenaje a Karl Kraus, “El uso de la palabra”. Me pareció apropiado tomar ese título y ponerlo en plural, puesto que el ensayo habla de los diversos registros del lenguaje, dentro y fuera de lo literario.
El subtítulo: “El pensamiento literario de José María Valverde”. ¿Qué fue Valverde esencialmente para usted? ¿Un poeta, un profesor, un crítico literario, un gran traductor, un filósofo?
No sabría qué decirle… En principio, me fascinó el profesor, en su faceta de ensayista. Luego fui consciente de su dimensión como poeta y como traductor. Con la Modernidad surgió esa figura, tan habitual hoy día, del poeta que, además de escribir versos, reflexiona sobre la poesía y el arte, escribe críticas, da conferencias… No obstante, Valverde pensaba que todo aquello era accesorio, aunque su misma trayectoria le llevase a abandonar la poesía al tiempo que su obra ensayística iba creciendo. Y, a pesar de todo, creo que esa obra tiene un gran valor.
¿Por qué dio Valverde tanta importancia al lenguaje en temáticas filosóficas? ¿Influencia de la filosofía del lenguaje de tradición analítica?
Su primera pasión fue la poesía, antes de que tuviera ocasión de conocer ninguna teoría. Sin embargo, cuando llegó el momento de escoger una carrera universitaria, escogió la de Filosofía, y no la de Filología. Me imagino que ya para entonces estaba pensando en la posibilidad de una indagación filosófica sobre el lenguaje, ya que la poesía nunca desapareció de su horizonte. Luego llegó la lectura de Cassirer, que fue quien le descubrió a Humboldt.
Abre usted el libro con una cita de Francis Ponge: “Mais quelle est la notion propre de l’homme: la parole et la morale. L’humanisme”. ¿Eso fue Valverde, un humanista? ¿Qué tipo de humanista?
El Humanismo tuvo una raíz lingüística, ya que trataba de recuperar el latín clásico en toda su pureza. De esta manera, se intentaba devolver al hombre su dignidad, sacarle del pozo que habían supuesto los Siglos Oscuros. Valverde siguió la tradición del humanismo en la medida en que siempre consideró que esa dignidad hundía sus raíces en un uso honesto del lenguaje. No es casual que la perversión a que se somete hoy día al lenguaje político y financiero vaya acompañada de una profunda crisis de las humanidades.
Habla en la introducción de la incomodidad de la figura de JMV. ¿De dónde esa incomodidad? ¿Por qué resultó tan incómodo y en tantas ocasiones?
No hay nada tan incómodo como un hombre dispuesto a llevar sus convicciones al terreno de la ética. ¿Cuántas personas serían capaces de dar el paso de dimitir de su puesto, no tanto por disidencia hacia el régimen político, sino por solidaridad con un amigo represaliado? Esa capacidad de entrega al otro, que se halla en la base del cristianismo y del comunismo, resulta admirable desde fuera, pero son muy pocos los que están dispuestos a llevarla hasta el final.
En lo que se refiere a su obra literaria, Valverde resulta incómodo porque no se deja etiquetar según los usos habituales de los historiadores de la literatura. Se le ha presentado como poeta católico o como poeta “arraigado”, atendiendo a su primer libro, Hombre de Dios, y resulta que la obra poética de Valverde no se ajusta a esas etiquetas, sino que va mucho más lejos.
Por último, en lo que más me atañe, hay quien piensa que la obra ensayística de Valverde no tiene entidad, sobre todo porque no se le puede adscribir claramente a la filosofía o a la crítica literaria, ni, dentro de ellas, a ninguna escuela de pensamiento que permita resumir sus ideas en tres o cuatro líneas. Cosa que, por cierto, tampoco hace él en sus libros. Aunque su estilo es muy sencillo, no es un autor cómodo para lectores poco exigentes.
Habla también en esta introducción a la que estoy haciendo referencia de su evolución política. Desde el falangismo juvenil hasta el PCC en su madurez, “desencantada” añade usted. ¿Cómo explicar esa ubicación final en la izquierda comunista? ¿Quiénes pudieron influirle? ¿Fue ingenuo cuando apoyó como apoyó, yo mismo soy testigo de ello, la revolución sandinista en su fase inicial al lado de otros intelectuales (pero no tantos) como Julio Cortázar por ejemplo?
Creo que, ante todo, se trata de un asunto de coherencia con su fe cristiana: aunque en su juventud le persiguiera el horror de la Guerra Civil vivido en el lado republicano, llegó un momento en que no pudo seguir aceptando la doble moral del nacionalcatolicismo franquista. Como bien ha mostrado usted, la amistad con Manuel Sacristán fue, en este sentido, determinante.
Sin embargo, su evolución política le lleva a adoptar una posición muy crítica respecto a sí mismo y a sus compañeros de generación: en poemas como, por ejemplo, “Toma de conciencia”, donde dice, entre otras muchas cosas: “tampoco puedo cambiar de apocalipsis…”, o en “Sobre mi imposibilidad de escribir una «elegía madrileña»”.
A pesar de todo, nunca pudo dejar de lado ese talante ético que era fruto de su compromiso con los más humildes. Su apoyo a Cuba y a Nicaragua va en esa dirección, sin olvidar, por otra parte, la amistad que mantuvo con los poetas Cintio Vitier y Ernesto Cardenal, que experimentaron una evolución ideológica similar.
En asuntos de teoría literaria, señala, JMV iba por libre. ¿Y eso qué significa? ¿Pensaba con su propia cabeza y sin influencias? ¿No escribió su tesis sobre Wilhelm von Humboldt?
Me refería al hecho de que Valverde no se dejó influir por escuelas, tendencias o modas. En su juventud, lo más fácil hubiera sido seguir el camino de la Estilística de Dámaso Alonso, como Carlos Bousoño. Posteriormente, podía haber adoptado la perspectiva de las escuelas de Sociología literaria de inspiración marxista y, aun así, se mantuvo siempre fiel a sus ideas. Los autores que más le influyeron son de lo más variopinto: Nietzsche, Machado, Benjamin, además de Humboldt, lo que demuestra que no se dejaba seducir así como así. Por el contrario, lo que hacía era integrar esas influencias en su propia forma de concebir la literatura.
Por cierto, más de 60 años después, ¿qué opinión le merece la tesis doctoral de JMV sobre la obra del lingüista germano?
Sólo he leído la versión abreviada que publicó en 1955, Guillermo de Humboldt y la filosofía del lenguaje. Valverde repudiaba su tesis doctoral, hecha en una época en la que, por lo visto, no se exigía demasiado rigor científico. El mismo libro, publicado en la prestigiosa editorial Gredos, no va más allá de un resumen de la principal obra de Humboldt, con traducción de algunos fragmentos. Estudia la filosofía del lenguaje de autores como Croce, Vossler o Cassirer, pero deja al margen a Frege, Russell o Wittgenstein, por no hablar de lingüistas como Saussure o Sapir. Es un ejemplo palmario de las graves limitaciones y carencias de la universidad española en los años cuarenta.
El primer capítulo de su libro lleva por título “Vida de José María Valverde”. En mi opinión, magnífico, excelente, es un placer leerle. Aparte de recomendar muy sinceramente la lectura, le pregunto por lo mil veces preguntado: ¿por qué dimitió Valverde de su cátedra Barcelona? Aranguren, García Calvo, Tierno Galván, Sacristán, fueron expulsados. Él no. ¿Por qué entonces?
Muchas gracias por los elogios. Después de publicar el libro he sabido que José María Castellet cuenta en su autobiografía Los escenarios de la memoria que tras las expulsiones de Tierno Galván, García Calvo y Aranguren, Dionisio Ridruejo ideó un plan de dimisiones concatenadas que incluía a Pedro Laín Entralgo y Antonio Tovar. Valverde no formaba parte del proyecto, pero presentó su dimisión igualmente, antes de que Aranguren pudiera convencerle de que no lo hiciera, como sí hizo con Laín y Tovar –el cual, sin embargo, solicitó una excedencia para irse a enseñar a Estados Unidos. Castellet menciona además a otros dos profesores que también dimitieron: Eloy Terrón, que era profesor adjunto a la cátedra de Ética de Aranguren, y un profesor de ciencias de la Universidad de Zaragoza cuyo nombre no he logrado averiguar.
De todas formas, el motivo está claro: solidaridad con Aranguren, su gran amigo, al que había conocido cuando era estudiante en la redacción de la revista Escorial. La ética de la entrega al otro llevada a su máxima coherencia.
De sus años de exilio, ¿qué destacaría usted? ¿Fueron años felices y productivos?
Valverde se sentía un poco extraño en aquel ambiente. Aunque sabía inglés hasta el punto de poder traducir a Shakespeare y a Joyce, no podía reconocerse en ese idioma, y eso le ponía triste. Sin embargo, en Canadá es donde empieza su período más fecundo como ensayista. Allí escribe dos libros importantes de crítica literaria, Azorín (1971) y Antonio Machado (1975), prepara ediciones de las obras más importantes de estos autores y lleva a cabo su traducción de Ulises. ¿Qué más se puede pedir?
¿En qué condiciones se produjo su vuelta a Barcelona? ¿Por qué a la Facultad de Filosofía? ¿Por qué no a la de Filología hispanoamericana por ejemplo?
Cuando el gobierno de Adolfo Suárez reintegró en sus cátedras a los profesores expulsados, hizo lo mismo con Valverde, a pesar de que había sido él quien solicitó su cese. Creo que se le llegó a ofrecer la posibilidad de enseñar en Madrid, la ciudad en la que se había criado, pero él prefirió seguir en Barcelona, por lealtad a la ciudad y a la universidad que le habían acogido en los años cincuenta.
Supongo que su vuelta a la Facultad de Filosofía se debió, además de a razones administrativas –él había ganado la cátedra de Estética–, al mismo motivo que le había llevado a interesarse por esta disciplina en su juventud. Aunque era un gran especialista en literatura, le interesaba la estética en su totalidad, y podía hablar con la misma autoridad de arquitectura o pintura, de historia de la filosofía o de historia de las mentalidades.
Le sigo preguntando. Me adentro en el siguiente capítulo. ¿Le parece?
Me parece
Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista asesinado en el Camp de Bota de Barcelona en mayo de 1939 –delito: “rebelión”- José Arnal Cerezuela y fue alumno de José María Valverde en la Facultad de Filosofía de la UB a finales de los años setenta y admirador de su compromiso por la revolución sandinista.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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