El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.
viernes, 22 de noviembre de 2013
EL SABOR DE LA PICARDÍA
“El sabor de la picardía” es el título de uno los dos nuevos cuentos de Francisco Arellano Oviedo, incorporados a esta segunda edición, que hoy presento, de Entre piadosos ronda el diablo. Creo que todo el libro tiene ese sabor, y por ende es el mejor título para este texto, que tiene su inicio cuando diviso, conversando con Francisco Arellano, a Giovanni Boccaccio, con su Decamerón en mano en el año 1350. Ambos, con Petrarca de testigo, intercambian ideas, según la enciclopedia SALVAT, sobre la alusión a personajes o a costumbres populares, lo cual es lícito hacer incluso con una gran dosis de obscenidad, que alterne con la expresión de elevados pensamientos, y por ello constituye, El Decamerón, una verdadera “comedia humana” de la Edad Media, igual que comedia humana de este siglo es el libro de Francisco Arellano.
Luego diviso en el Siglo de Oro de la literatura española, a nuestro don Francisco secreteándose con su tocayo don Francisco de Quevedo, y trastocando los lindes cronológicos de la literatura, van y vienen personajes, Cervantes entre ellos, y desde luego El Lazarillo de Tormes quien me guía en mi ceguera. Si nos atenemos a la definición de “picaresca” de la enciclopedia ya citada, aquella es una “junta de pícaros”, que encontraron su desahogo narrativo en el siglo XVII, sobre todo con El Lazarillo de Tormes (1554) y Guzmán de Alfarache (1599), grandes amigos de Francisco, el de aquí, por pícaro y piadoso.
Pero no será Francisco el único quien de un uso didáctico y hasta moralizante, de la obscenidad al servicio de la picardía. En nuestro folklore abundan los ejemplos. Ver “Muestrario del Flolklore Nicaragüense” de Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada, y remitámonos a Los Cuentos de Tío Coyote y Tío Conejo, por ejemplo a uno de los finales de uno de sus cuentos, cuando a instancias del burlador Tío Conejo, junto con Tío Coyote ambos se cagan en el interior de una hermosa sandilla, que la viejita, por ser la mejor de su sandillal, obsequia con orgullo al señor Obispo, con las consiguientes consecuencias de indignación que tal obsequio lleno de mierda produce en el jerarca eclesiástico. Eso motiva que la viejita decida tomar venganza en los pícaros animalitos, la cual, por supuesto, se hace efectiva en Tío Coyote después de un ardid de Tío Conejo, quien logra que sea tío Coyote quien sea capturado, y cuando llega la viejita a la trampa que ha puesto, y descubre a Tío Coyote y no a Tío Conejo, exclama: “¡Ahora verás cagón si no me las pagás todas! Y se asustó de no ver al conejo pero dijo: -Conque tenés tus mañas -¡Velo al bandido, ya se hizo coyote!- Pero a mi nadie me engaña! Y le mete el asador entre el culo. ¡Nuca había brincado tanto Tío Coyote! Y sale disparado pegando gritos y dándose contra los palos. Y ahí debajo de una mata estaba viendo todo Tío Conejo, y cuando pasó chiflado Tío Coyote, Tío Conejo, muerto de risa, le gritaba: -¡Adiós Tío Coyote culo quemado! ¡adiós Tío Coyote culo quemado!”
Que sea mejor, por mejor, Pablo Antonio Cuadra quien se refiera al Pájaro del Dulce Encanto: “Ya escribí una vez sobre nuestra fábula, tan nicaragüense, del “Pájaro del Dulce Encanto”. A nuestro Esopo anónimo no se le ocurrió otra forma para educar al niño en el recelo de lo que ocultan las apariencias bellas, que convertir burlescamente el lindo pájaro del “dulce encanto”, el sueño todo de la niñez, en mierda. Es un golpe de burla brutal con una brutal moraleja de desconfianza en la belleza aparente….En el mismo nivel de popularidad y quizás mayor aún podemos colocar nuestra narrativa nacional de las aventuras de Tío Coyote y Tío Conejo.” En el capítulo sobre “El habla, la risa y la burla del nicaragüense” – de su libro “El Nicaragüense”- Pablo Antonio continúa diciendo: “El nicaragüense casi nunca elude lo feo, lo asqueroso o lo indecente…Cuando existen dos nombres sinónimos para una misma cosa, el nicaragüense escoge el más áspero.” Entonces, digo yo, corroborando lo de Pablo Antonio Cuadra a la luz de “Entre piados ronda el diablo”, que si de reír se trata, no hay recato. Si de enseñar, la obscenidad no es más que otro medio: un instrumento de la naturalidad. Esto lo llamaría el antifariseísmo de nuestro lenguaje.
El tejido oral de los “cuentos de camino” abarca desde el humor al miedo. Estos cuentos tenían más sabor cuando no había luz eléctrica y se contaban, muchas veces inventando o exagerando nuevos hechos en el trascurso de la narración, bajo la luna, también propicia para tonadas y guitarras exaltadas o melancólicas, o se soltaran lenguas con chistes procaces, libradas, por nuestro Señor, de las Academias, o ya fuere que los campistas se refugiaran en la oscuridad de la noche, para darle luminosidad con la palabra, o alrededor de una fogata para calentar café, o quitarse el frío con una buena cususa o un cristalino aguardiente. Eso sí, era religioso el respeto por el cuentero. El silencio se imponía dando lugar a que rondara el diablo.
Ese ambiente, además del que ya tiene en este libro, también hubiese sido ideal para narrar “El sabor de la picardía”, pues ese cuento encuentra su punto de partida en la leyenda del “chupacabras”, siempre tan actual, pues casi cada cinco años aparece para volver a desaparecer misteriosamente, y así demuestra que “entre piadosos ronda el diablo”. El cuento culmina cuando al “Chontaleño”, pícaro por excelencia y endilgador de motes, depredador de meriendas y aliños de comida de sus compañeros, es secretamente descubierto, y un pollo, aderezado hasta la saciedad de ipecacuana, sirve de trampa para que una vez engullido por el depredador, se transforme en un divino castigo culinario, en la forma de una incontrolable currutaca que casi le dura cien años de soledad. Débil, casi cadavérico, putrefacto y maloliente, cuando el “Chontaleño” era preguntado –con disimulada sorna- por su salud, decía que había mejorado, pues “ya estoy cagando duro”, lo que bastó para que el desquite de sus compañeros, se extendiera por el resto de su vida, pues se quedó como “Cagaduro”, apodo que fue extensivo a su descendencia.
Desde luego que cito este cuento para llevar agua a mi molino. Acarreo con el que pretendo ilustrar la magistral picardía que se sale por los poros de este libro. La moraleja es que no hay crimen sin castigo y que el castigo supera en gracia al crimen. Catalina Haffner, mi abuela materna, era sabia en las aventuras de Pedro Urdemales y Juan Dundo, e Hipólito Reynoso, jardinero a quien conocí en mi infancia, con sus relatos despertó en mí la interminable seducción por el mundo de la carne, pues contaba cuentos eróticos de un Quevedo que no era don Francisco, pues que no era autor sino protagonista de ingeniosas maneras de hacerse amigo de reyes, para que sin que estos lo supieran acabar yaciendo con sus hijas, las bellas y púberes princesas, casi siempre vírgenes.
A ellos, y a Julio César Della Croce (1550), autor de “Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno” –mi libro predilecto en la infancia,”obra moral y divertidísima, donde hallarán mucho que aprender y admirar el ignorante y el sabio”- les debo mi adicción a lo “divertidísimo” y a ellos les agradezco el que hayan contribuido a que yo disfrutara, como disfrutarán todos sus lectores, de “Entre piadosos ronda el diablo”, con el que Francisco da a la solemnidad cristiana sepultura. Del capítulo ya citado de “El Nicaragüense” de Pablo Antonio Cuadra, concluyo con estas líneas, por apropiadas para este libro: “No se ha escrito todavía la historia de Nicaragua en función de la risa. Pero lo cierto es que el tipo nicaragüense llena de risa, empaca en risa, casi toda su actividad vital. Hasta su tragedia, cuando la tiene, la hace girar sutilmente hacia el terreno burlesco.”
LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 4 de noviembre de 2013.
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