Muchos hemos deseado vehementemente
encontrar, como lo hizo Henry David Thoreau, nuestro “Walden”, y construir una
cabaña en las inmediaciones de su laguna, y tener una vida solitaria y
tranquila. Una vida en los bosques que nos permitieran, como a Thoreau,
estudiar y contemplar minuciosamente la naturaleza, y rebelarnos, como
escritores, contra todos los cánones sociales establecidos, en los cuales el
hombre deja de ser sujeto para convertirse en objeto. En Nicaragua es clásico
el caso del gran conocedor, admirador, traductor y difusor de los escritos de
Thoreau y de su gran amigo Ralph Waldo Emerson, José Coronel Urtecho, quien
convirtió todos los lugares en los que habitó, en el Río San Juan, en sus
propios Walden, para hacer sus poemas, anotaciones, pastorelas, noveletas y sus
“Reflexiones sobre la Historia de Nicaragua”, que en gran parte tuvieron como
eje el Lago de Nicaragua y su Río San Juan, y en donde él pudo crear lo que
creó, gracias a una gran mujer alemana, María Kautz Gross, que lo creaba a él
todos los días, tal y como lo proclama en numerosos poemas uxóricos, pero en
especial en su “Pequeña biografía de mi mujer”. Fue fluvial, lacustre, boscosa
y salvaje la vida creada y recreada por esa pareja ejemplar.
La influencia lacustre y fluvial,
espiritual y literaria de Coronel, llevó a Ernesto Cardenal a concebir la
fundación de un lugar de contemplación y rebeldía, mundialmente famoso, en el
archipiélago de Solentiname. En Boaco, en el cerro de Saguatepe, habitaría imaginariamente
en una solitaria cabaña en su cima, el poeta Flavio César Tijerino; y el poeta
e ingeniero Raúl Elvir, haría de Cuisalá y Oluma, en Chontales, su verdadero
hábitat, que lo convertiría en un auténtico ornitólogo -un pájaro en busca de
pájaros- pasión por la que su profesión y carrera de ingeniero pasó a ocupar un
segundo plano. Es como decir que vivía de la ingeniería, para vivir la vida de lo
que fundamentalmente era.
Todo esto lo traigo a colación, porque son
casos que tienen similitudes con la multifacética vida de Eddy Kühl, un
caballero de no tan triste figura, autor de las Memorias, crónicas y andanzas de un matagalpa, quien gracias a Mausi
-a quien reconoce como una tremenda mujer-,
ha hecho del Hotel de Montaña Selva Negra su Walden, y ha explorado geográfica,
histórica y genealógicamente su tierra, incluyendo en este libro además de
testimonios como “coronista que non debe dejar fazer su oficio”, testimonios y
anécdotas de ese rico mundo, filial y fraternal, y recuerdos del tiempo de sus
estudios –cuando el ojo nunca se cierra ante el sexo opuesto- en algunos casos,
hasta utópicamente amorosos. Cuando nos habla de sus estudios en Nicaragua y el
extranjero no lo hace por jactancia, sino que, por su prurito de narrador,
descubre otro motivo para contar lo vivido, haciendo un exhaustivo inventario
de amigos y amigas, como casi simultáneamente lo hace con historias familiares
y personalidades que conoció. En fin, es ingeniero que ya no ejerce. Contempla
y escribe, pero sobre todo tiene una
mujer que lo crea y recrea desde que amanece el día.
Claro que, felizmente, no hay
exactitudes en mis ejemplos comparativos de Eddy con los personajes a quienes
me referí al comienzo. Diría que tan sólo algunas aproximaciones vitales. Ralph
Waldo Emerson, describió así al gran solitario de Concord: “Vivió solo; no se
casó nunca; no fue jamás a la iglesia; nunca votó; se negó a pagar impuesto al
Estado; no comió nunca carne; ni bebió vino ni fumó; y aunque fue naturalista
jamás se sirvió de una trampa o de un fusil”.
Definitivamente que en esta descripción
no encaja, al menos totalmente, Eddy Kühl, quien de sí mismo dice: “Vivo
retirado como un ermitaño, en las montañas que me vieron nacer”. Tal retiro lo
interrumpe ocasionalmente para compartir atenciones y, sobre todo,
conversaciones, con los amigos que los llegamos a visitar o a importunar a él y
a su esposa Annegret (Mausi) Hayn en el Hotel de Montaña Selva Negra -espléndido
retiro posible gracias a ella-, quien nació en Westertede, Baja Sajonia,
Alemania, y cuyo abuelo Carlos Hayn Goldber, llegó en 1907 a Nicaragua,
viajando en el mismo barco que Rubén Darío, “quien le dio las primeras lecciones
del idioma español en esa travesía”. Este hecho aparentemente fortuito estaría
desligado de la literatura, a no ser que pensemos, como creo yo, que por esa
misteriosa razón Mausi alienta la vocación de escritor de su marido –como a su
manera lo hizo María Kautz con José Coronel- y que en parte a ello se deba que
este ermitaño, andariego y cosmopolita, tenga una muy considerable producción
de valiosos libros y haya decidido recorrer el mundo, y Nicaragua, sobre todo
Matagalpa, para sus investigaciones y recopilaciones de documentos, y para
analizar y describir nuestras costumbres, gentes y paisajes, en diferentes
épocas de nuestra historia. Pero, como decía, es Matagalpa el punto de partida,
el pretexto para el todo.
Dice Carlos Mántica Mántica: “Matagalpa
y sus Gentes” nos abre la puerta a un mundo extraño para mí, poblado de
gigantes que construyen “ferrocarriles” en las selvas y abren brecha para el
cultivo de un grano traído desde Java o Egipto, más valioso que el oro de sus
montañas; de aborígenes de origen Macro-Chibxha, provenientes de la cuenca del
río Orinoco, cuya lengua hemos perdido, y de inmigrantes de lengua extraña que
vienen para quedarse y crear riqueza –no para llevársela-, capaces en su osadía
de grandes “disparates”; cheles, pecosos y de pelo colorado, como lo son
todavía muchos de sus campesinos y que sembraron en la montaña polkas y
mazurcas. Con una historia y una geografía todavía “entre brumas”,
insuficientemente explorada, pero que fue el territorio de grandes gestas
heroicas. Puerta de entrada a las Tasguzgalpa, evangelizadas por santos, como
Fray Margil de Jesús, de quien se dice tenía el don de la ubicuidad y salía a
pie de Managua llegando a Matagalpa minutos más tarde. Fue la ruta obligada de
El Güegüence, que recorrió sus caminos arriando su recua hacia Tehuantepec,
junto con aquellos trenes de hasta 500 mulas que vio Thomas Gage en 1637”.
Este libro es una autobiografía
colectiva, y explicaré esta aparente incongruencia. Desde el primer capítulo
nos sumerge en la historia de Nicaragua, que es la historia familiar de su
autor. ¿Qué historia, en cualquier parte del mundo, no se puede comenzar a
reconstruir desde un apellido? Pues bien, desde ahí surge un verdadero universo
histórico, anecdótico, y genealógico. Cuando el ermitaño va a las grandes
bibliotecas de Europa o de los EE.UU, se tiene que volver cosmopolita, y al
regreso a su retiro escribe y cuenta desde su soledad creadora lo que recopiló
sobre una colectividad para nuestra colectividad. Pero Eddy, con todo, lo que
está escribiendo es sencillamente su autobiografía, minuciosa, rigurosa, y a la
vez excepcionalmente amena. No es aquello una indigestión de datos y papeles.
Es una invitación a degustar la frugalidad. Leerlo es como sentarse a una mesa
familiar. El ambiente traspira confianza. Es más, diría que hay generosidad a
esa hora de la convivencia, pues está compartiendo lo que tiene y quiso
decirnos: un banquete de conocimientos, lo más lejos posible de la solemnidad.
Cuando hablo de frugalidad me refiero
a lo parco y sencillo. La abundancia merecida está en Mausi, cuatro hijas, ocho
nietos, quince libros sobre temas diversos, y siete sobre su Matagalpa natal.
Su lealtad y devoción a Matagalpa, Jinotega y todo su entorno norteño, que este
Quijote –ermitaño andariego- ha recorrido palmo a palmo, es a toda prueba. Así
ha recorrido ciudades novias de montañas, y ríos rumorosos, lúbricos y lúdicos,
que penetran con su humedad esta tierra nuestra, como penetran nuestra alma sus
polkas y mazurcas, a cuyos festivales no falta. Me es sospechoso todo aquel que
diciéndose historiador, no vibra con la música de su tierra. Eddy vibra y
escribe. Y como escribió Jaime Incer para “Jinotega, novia de la montaña”,
aplicable también a éste: “Por eso este libro, que hoy nos brinda Eddy Kühl, es
un valioso rescate sacado del olvido, de la memoria íntima de los pueblos, ya
que cada referencia lugareña, así como todas en su conjunto, dan sentido a
nuestra larga y extensa historia patria… Matagalpa y Jinotega han sido
expuestas a nuestros conocimientos, gracias a la labor paciente, perseverante e
investigativa de este incansable escritor, natural del norte montañoso y
fresco, quien nos ha legado desconocidos, pero interesantes episodios de
nuestra historia muda, con los cuales completamos un mosaico nacional, tanto
geográfica como históricamente.”
A la afortunada metodología de
intercalar la anécdota con la historia, debemos de sumar en este libro el
recurso de la genealogía. Este libro nos demuestra la perfecta combinación que
se logra y el estupendo resultado al aunar estos tres elementos. Memorias, crónicas y andanzas de un
Matagalpa. Investigaciones en bibliotecas y parroquias. Quijote en burro lo llamaría Lejeune
Cummins, como calificó a Sandino. Datos y apellidos por los que circula nuestra
sangre. Por eso sostengo que Eddy es un ermitaño cosmopolita, y su obra, una
autobiografía colectiva. Su biografía como punto de partida desde algún lugar
de La Mancha, o Matagalpa, que para este caso es igual, aunque a Rocinante no
le haya gustado el apelativo de burro.
Esta es la historia de los nómadas
que fuimos y venimos a a convivir y
procrear con quienes ya estaban. Aquí estamos los que estaban más los que
venimos, muy indígenas y muy universales. Muy antiguos y muy modernos. Estamos
aquí para quedarnos y ser lo que somos, con identidad propia, de todos,
colectiva y única. Es también la historia de un ermitaño que por fin encuentra
su Walden. Es así, porque este libro es la historia de una vida que incluye a
la colectividad.
LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 13 de julio
de 2013.
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