El autor rompe su silencio que no su secreto, con "La fiesta de la insignificancia."
Por Jesús Ruíz Mantilla.
Diario El País. Madrid, España, jueves 10 de abril de 2014.
Con ironía, menor pesadumbre de la esperada por algunos y apartado pero atento, ha regresado Milan Kundera(Brno, República Checa, 1929) al panorama de las letras europeas. Francia esperaba la aparición en las librerías de La fête de l’insignificance(Gallimard), que será publicada en septiembre en España por Tusquets (antes llegó a Italia con 100.000 ejemplares vendidos y un eco discreto). Y lejos de resolverse, el enigma del escritor esquivo y huraño,escondido y voluntariamente escindido de su lengua materna —escribe en francés desde La lentitud, aparecida en 1994— queda un poco más abierto ahora.
“Ligero como una pluma de perdiz o de ángel”, compara Le Monde,Kundera vuela alto en la novela que aparece ahora 14 años después deLa ignorancia. ¿Dónde se ha metido? ¿Qué ha hecho? Apartarse, ocultarse, leer en francés, alemán y checo, las lenguas que domina. Ahondar quizás en los vericuetos kafkianos que tanto le apasionan y reconocer en ellos las señales de este tiempo difuso, escurridizo.
Kundera intenta pasar inadvertido con su vocación de autor invisible, pese a las polémicas que le han perseguido sobre todo en su país de origen. Allí, desde que se exilió en 1975, los desencuentros han sido constantes. Ha sido acusado de haber colaborado con el régimen comunista y él se ha negado a revisar sus traducciones del francés al checo —“Por falta de tiempo”, ha llegado a decir; léase, no le da la gana—. Ha roto casi todos los vínculos que le unían a la República Checa. Eso, tras haber desmenuzado brillantemente a una tierra central y sufrida, serena y humillada por las grandes lacras del siglo XX.
El peso de un legado oscuro en busca de la luz —o del absurdo— ha definido su obra desde El libro de los amores ridículos a La broma, de La vida está en otra parte a La insoportable levedad del ser —publicado en su país en 2004, pero un clásico desde mediados de los ochenta—. También ha servido de guía a su cada vez más enigmático y polisémico estilo en libros como La inmortalidad, La lentitud o en esta última entrega, que en español se titulará La fiesta de la insignificancia.
Beatriz de Moura, su editora, está traduciendo al español una obra de la que el autor llevaba un tiempo hablando a sus íntimos. Comienza con tintes eróticos y aires de Muerte en Venecia posmodernos, entre la contemplación de un ombligo y la comparación del sagrado símbolo romántico de los senos femeninos con la efigie de la Virgen María.
De Moura, entregada y ferviente defensora de Kundera, avanza algunos detalles: “Están presentes casi todos los temas preferidos del autor y llevados a su esencia: la maternidad, la sexualidad, el poder con sus facetas —desde la crueldad y la arbitrariedad hasta el absurdo y la ternura—, la zafiedad de los falaces…”.
Todo ello, con un punto de humor. Es lo que más ha sorprendido a su editora hispana. Ese magistral equilibrismo entre líneas: “Fácil de leer, pero difícil de comprender”, asegura. “En conjunto, Kundera hace una desenfadada visión del mundo que no cesa de caer en lo irrisorio y que termina en un festejo burlesco”.
En esa profunda levedad coinciden las reseñas francesas e italianas. “El gran retorno de Kundera”, reza Le figaro. “El último vals…”, señala Le Nouvel Observateur, previendo que ya no habrá más. Como una “pequeña y encantadora comedia humana” recibió el libro La Repubblicaal tiempo que Il Corriere della Sera lo definía como un “divertimento surrealista y una parábola felliniana en la que se mezclan personajes con elucubraciones extravagantes”.
Más Falstaff que Hamlet se nos presenta de nuevo Kundera en esta etapa final de su vida y su obra, con 85 años cumplidos este mismo mes. Imprevisible y libérrimo, insólito e inesperado, en el tiempo que ha mediado desde su última entrega literaria, el autor ha ingresado en la colección de la Pléiade de Gallimard, algo así el olimpo de las letras francesas, donde se codea con Proust y Balzac. Y también ha vivido instalado en la polémica: en 2008 una revista checa le acusó de delatar en 1950 a la policía comunista a un estudiante, que cumplió 22 años de cárcel.
Entre tanto, Kundera ha gozado en España de una file y creciente legión de seguidores, que lo descubrió gracias al ojo clínico de Toni López Lamadrid (1938-2009). Compañero de Beatriz de Moura, fue él quien la empujó a presentarse un buen día en París para convencerle de que publicara con Tusquets. Había llegado a sus oídos que no estaba contento con su anterior editorial en España y quería cambiar. “Me sometió a un tercer grado”. A partir de ahí, comenzaron a labrar su amistad, que dura hasta ahora. Uno de sus secretos: no suelta prenda. Es imposible enterarse a través de ella ni donde vive, ni en qué trabaja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario