En 1821 la corona española llegó a la conclusión que las colonias centroamericanas no le reportaban oro ni plata, al contrario, significaban una carga económica para las arcas reales de la dinastía de los Borbones. Ante esta situación de saldo rojo, el gran asesor económico le aconsejó al rey que les concediera la independencia para ahorrar los doblones de oro que significaban mantener la representación de la corona en esas colonias improductivas.
Sin el mecanismo del internet, el correo real que trae el regalo de la independencia emprende el cruce del océano Atlántico y después la travesía a lomo de mula hasta llegar a Guatemala, la más importante de las colonias centroamericanas.
De Guatemala parte un correo de a caballo, como una réplica de la famosa cabalgata de Paul Revere el 18 de Abril de 1775 de Boston hacia Concord, Massachussets, para avisarles a sus habitantes de la llegada de los soldados británicos. Esta cabalgata desde Guatemala era para notificar la nueva de la independencia a cada uno de los territorios emancipados. Visita El Salvador y hubo fiesta, visita Honduras y hubo fiesta, visita Nicaragua y hubo desconcierto.
Los notables de León, con el representante del clero a la cabeza, se reúnen de urgencia y en lugar de salir humo blanco por la chimenea de la esperanza, sale un humo gris tirando a negro. Anuncian el Acta de los nublados: “Dejemos que pasen los nublados del día,” dijeron nuestros ilustres próceres y el sol brilló hasta bien entrado Octubre, cuando ya se había cocinado el nuevo pastel de la independencia, que no era otra cosa que más de lo mismo, pero con un criollo representando al rey y un coro de iguales representando a la corte de la nueva monarquía, con sus vicios aumentados porque aquí cabe a la perfección el dicho popular que dice que no hay nada peor que poner a un indio a repartir la chicha.
De toda esa pantomima de independencia lo único positivo que se puede sacar, es la tenacidad y la astucia con que los criollos defendieron sus privilegios de clase y la tenencia de sus latifundios. Pasaron casi dos siglos cuando se da la oportunidad de la venganza del proletariado contra la plutocracia criolla. En esa época hasta la dinastía gobernante pertenecía a la más rancia plutocracia, razón por la cual la rivalidad no solo era de índole ideológica, sino de clase y de fortuna.
El FSLN, a la vanguardia de la revolución de los nicaragüenses se constituye en el arma justiciera que va a cobrar venganza de siglos de opresión, miseria e ignorancia. La oligarquía se siente inerme ante la avalancha de poder popular que se les viene encima, pero tal y como hicieron sus antepasados ante los derechos de igualdad que garantizaban la independencia de la corona española, cierran filas para defender sus privilegios y sus posiciones de poder. La oligarquía no cuenta esta vez con un Cleto Ordóñez, primer caudillo nicaragüense que pese a su extracción campesina, se puso al lado de los Dones de la Calle Atravesada para defender sus privilegios, pero les sobra astucia y a ella apelan para salvarse de la hecatombe de la igualdad. Hay que aburguesar a los muchachos, dicen los estrategas oligarcas; hay que enseñarles el dulce encanto de la burguesía y que mejor que atraerlos al nido del águila madre. Y del dicho al hecho, las legiones de muchachas bellas, distinguidas y educadas, que son las rosas del paraíso del poder y la fortuna, se lanzan a seducir a los conquistadores y la más bella seduce al más fiero, dando comienzo a la última escaramuza que se va a librar en el campo de batalla de la revolución perdida.
Esa batalla la perdieron los guerrilleros. Cayeron vencidos ante el embrujo de las bellas guerreras sofisticadas y se adaptaron a la vida próspera del burgués satisfecho.
Hoy la revolución de Fonseca, de Pomares y de Contreras solo es un recuerdo en los libros de historia. Pudo más el deseo de ser oligarcas, que la promesa de ser socialistas. Fonseca yace iluminado por la antorcha eterna del recuerdo y Ortega vive refocilándose en las mieles del poder y de la fortuna.
Jorge J Cuadra V
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