José
Alberto Idiáquez. Mensaje en su toma de posesión como Rector de la UCA.
Managua, 13-2-2014.
El Padre Peter-Hans Kolvenbach, quien fue nuestro
superior general, habló en el año 2000 en la Universidad de Santa Clara,
California y entre muchas otras ideas, dijo ésta: “Cuando la experiencia
directa toca al corazón, la mente se puede sentir desafiada a cambiar. La
implicación personal en el sufrimiento inocente, en la injusticia que otros
sufren, es el catalizador para la solidaridad que abre el camino a la búsqueda
intelectual y a la reflexión moral”.
Por qué recuerdo
hoy esa frase
“Ayudar a otros” estuvo presente en la idea que de la
educación tenían los primeros jesuitas. Conocían por experiencia propia la
fuerza que tiene una conversión desde el corazón cuando nos encontramos con el
dolor, con el sufrimiento, con la marginación social y económica, con la soledad,
con la discriminación. En aquellos primeros tiempos, una de las estrategias de
los jesuitas para anunciar el Evangelio era buscar que quienes los escuchaban
entraran en contacto directo con los abandonados en los hospitales, los
encarcelados, las prostitutas, la gente que vivía en las calles. Después, los
jesuitas retomaron esa misma estrategia en sus escuelas. Educarse significaba prepararse
para enfrentar esas injusticias, para contribuir a la construcción de una
sociedad más justa, para servir a la comunidad.
Como
hijo de su tiempo, Ignacio de Loyola fue descubriendo que la Compañía de Jesús
tenía que aportar elementos del humanismo cristiano a la corriente del
humanismo renacentista que se expandía entonces por toda Europa. El siglo 16 fue
testigo de la Reforma protestante y de cismas en la Iglesia católica, del
descubrimiento de América, de cambios profundos que producían incertidumbre. A
la vez, en ese siglo se enriquecieron la literatura, el pensamiento filosófico,
las artes, el teatro. La experiencia de Ignacio en el mundo universitario de
Alcalá, de Salamanca y de París le confirmó en la importancia de lo que ahora
llamamos “ministerio intelectual”. Entendió que el encuentro entre fe y
cultura, entre la fe y la razón en el proceso educativo había un enorme potencial
para la construcción del Reino de Dios.
Ignacio
estuvo preso en Alcalá y en Salamanca.
Eran tiempos de censura, era el tiempo de la Inquisición. Finalmente, se
comprobó que no había ningún error en sus ideas. De esta etapa, y viendo la
importancia de la educación, decidió fundar colegios y universidades y con los
nueve compañeros que formarían el núcleo de la futura Compañía de Jesús se fue
a estudiar a la Sorbona de París.
La
decisión de Ignacio de incursionar en el mundo de la educación no fue motivada
por un cálculo político o por la actitud oportunista de quien busca espacios de
poder para figurar o sacar provecho. Su motivación profunda fue, como él
escribió, “el servicio de Dios Nuestro
Señor, el bien de las ánimas”. En su búsqueda por servir con eficacia al
Reino de Dios, Ignacio fue viendo, cada vez con mayor claridad, que las
Universidades son espacios importantísimos para contribuir a una sociedad más
humana desde el humanismo cristiano. (CG 34, d17, 1-3; d.18, 1-2).
Qué deben ser las Universidades
En
la polis de los griegos se expresaron
los factores socio-culturales, económicos y políticos que modelan la
convivencia humana. La Universidad, inserta en la ciudad, es por eso una
realidad política. En las grandes ciudades veía Ignacio de Loyola el espacio en
donde se tomaban decisiones que afectaban a toda la sociedad. Y por eso pedía a
los jesuitas que se comprometieran en esos procesos haciendo presentes los
valores del Reino de Dios. En las turbulentas y caóticas ciudades de su tiempo Ignacio
veía convivir la opulencia de unos pocos que le dan la espalda a la miseria y
la miseria y la opresión de los muchos. Veía juntos el odio y el amor, la
solidaridad y la discriminación, la esperanza y la desesperación. En los
Ejercicios Espirituales recomendó “ver las personas, las unas y las otras; y
primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en
gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos
llorando y otros riendo, unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros
muriendo” [EE 106].
Buscando
servir eficazmente al proyecto de Jesús, que es el Reino de Dios, y trasladándonos
del siglo 16 al siglo 21, podemos afirmar que para Ignacio la Universidad es un proyecto educativo o un “apostolado
intelectual” que tiene implicaciones políticas. Es un proyecto político porque su
finalidad es incidir en todo lo que afecta a la polis, a la convivencia humana. Una Universidad de la Compañía de
Jesús está muy lejos de ser, como equivocadamente algunos piensan, un proyecto
político partidario con implicaciones pedagógicas. Si fuera así, estaríamos
condenados a no tener una palabra que decir ante las injusticias que impiden las
transformaciones sociales. Si pensáramos así, abandonaríamos a su suerte a quienes,
como señala el profeta Amós, “son vendidos por un par de sandalias” sin que
nadie tenga escrúpulos en hacerlo (Amós 8,6).
Bien
lo sabía nuestro hermano Ignacio Ellacuría. En su último discurso, pronunciado
diez días antes de ser asesinado en el campus de la Universidad Centroamericana
de El Salvador, afirmaba:
“Suele decirse
que la Universidad debe de ser imparcial. Nosotros creemos que no. La
Universidad debe pretender ser libre y objetiva, pero la objetividad y la
libertad pueden exigir ser parciales. Y nosotros somos libremente parciales a
favor de las mayorías populares, porque son injustamente oprimidas y porque en
ellas, negativa y positivamente, está la verdad de la realidad”.
Una
Universidad no puede ser neutral, no puede permanecer impasible ante la
dolorosa realidad de la pobreza y la exclusión social. Desde el quehacer
académico, nuestra Universidad busca el poder que tiene la verdad para así dar
nuestro aporte a las transformaciones que necesita Nicaragua. Y como lo que caracteriza
a la Universidad y al mundo universitario es ser el espacio en donde convive la
diversidad de credos y de pensamientos, creemos que es acoger y respetar toda esa
diversidad la que va a potenciar nuestro quehacer docente, nuestras
investigaciones y todas nuestras tareas de proyección social. Queremos
construir una comunidad en diálogo fecundo, preguntándonos siempre con
libertad para qué trabajamos y al
servicio de quiénes trabajamos.
Cómo
queremos que sea la UCA
He recordado la experiencia
de los primeros Jesuitas, las palabras del padre Ellacuría y las del padre
Kolvenbach para asentar la idea de que una Universidad que carece de un
compromiso social sistemático y organizado no cumple con la misión de la
Compañía de Jesús.
En aquellas experiencias y en
esas palabras veo los cimientos de la filosofía que nuestra familia ignaciana
profesa desde hace décadas y que se resume en este lema: “El servicio de la fe
y la promoción de la justicia”.
Desde nuestro quehacer
pedagógico, asumimos la formación integral de las personas a la luz de la
filosofía y la antropología solidaria que nos enseñó Ignacio. La antropología
ignaciana es integral porque asume la totalidad de la persona partiendo de su
pasado, “trayendo a la memoria”, como decía Ignacio, el contexto socio-cultural
en el que cada quien nació, creció y se desarrolla su presente para así proyectar
su futuro.
Desde ahí, la persona que
asume el proceso educativo no sólo atesorará conocimientos. También valorará el
compromiso con su desarrollo personal y con la comunidad. Es por eso que el Proyecto Curricular
de la UCA trata de articular las cuatro funciones básicas universitarias:
docencia, investigación, proyección social y gestión, aspectos que deben
concretarse en acciones educativas para una formación plena e integral de
nuestros estudiantes como personas y como profesionales. Queremos desarrollar
en nuestros estudiantes todas las dimensiones: la académica, la intelectual, la
emocional y la ética. Y creemos, como dice el proyecto
curricular, que este enfoque
socio-afectivo, que vincula el nivel cognitivo, el emocional y el empático
posibilitará a nuestros estudiantes vivir en carne propia los temas que
trabajen. (Proyecto Curricular, p. 11). Y en esta tarea no estamos
solos los jesuitas. El equipo de laicas y laicos con los que contamos son el
pilar de esta universidad. Y a ellas y a ellos queremos agradecerles
especialmente.
Como institución
educativa, la UCA, en sintonía con la Red de Universidades Jesuitas de América
Latina (AUSJAL), ofrece sus recursos humanos y técnicos para que las mayorías
excluidas de este mundo globalizado, y de esta nuestra Nicaragua, superen esa exclusión y
transformen sus vidas. No queremos que la Responsabilidad Social de la UCA sea
o sea vista como una moda o como un método de mercadeo para atraer jóvenes a
nuestras aulas. La Responsabilidad Social Universitaria es un eje transversal
que estructura todas las tareas de la Universidad. Por eso, el énfasis que
hemos puesto en nuestro Plan Estratégico para potenciar y consolidar el
Servicio Social UCA con la
metodología Aprendizaje-Servicio. Buscamos que toda la comunidad universitaria
y nuestros estudiantes estén en contacto directo con los nicaragüenses y las
nicaragüenses más empobrecidas, con nuestros compatriotas menos favorecidos.
En qué realidad
trabajamos
La globalización financiera que hoy domina el planeta
ha incrementado la pobreza y las desigualdades en todas partes. En
Centroamérica la inequidad es abismal. En Nicaragua también. La riqueza se
concentra en pocas manos y la mayoría vive en incertidumbre y vulnerabilidad. La
juventud las sufre especialmente. Los jóvenes salen al mercado laboral con
serias desventajas, no encuentran empleo y si lo encuentran es con un contrato
temporal y un salario insuficiente. Tienen que emigrar, son atraídos por las
pandillas o, peor aún, por las mafias del narcotráfico y las redes del crimen
organizado.
A la vez, esa juventud está experimentando el incremento
exponencial de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el
poder de la cultura de la imagen y del entretenimiento. Los jóvenes de hoy son cada
vez más expertos y dinámicos en el mundo cibernético. Hoy, buscamos incorporar
a todos los ámbitos de nuestra vida universitaria, a la Docencia, la
Investigación y la Proyección Social, estas nuevas tecnologías.
Pero esa moneda tiene otra cara. Estas tecnologías
están favoreciendo una juventud dispersa: con muchas imágenes, con abundancia
de información, pero con poca capacidad de procesarla, seleccionarla, interpretarla
y sintetizarla. El bombardeo constante de estímulos electrónicos, convertido ya
en algo natural entre nuestros jóvenes, dificulta el desarrollo del pensamiento
analítico y reflexivo, de ese pensamiento crítico que construye alternativas.
Muchos de nuestros jóvenes tienen ya problemas con la lectura comprensiva y esta
nueva modalidad de analfabetismo funcional se ha convertido en un gran
obstáculo para que nuestros estudiantes logren aprendizajes significativos.
El padre Adolfo Nicolás, nuestro superior general, ha
invitado a los centros educativos de la Compañía de Jesús a trabajar seriamente
en contra de lo que llama la “globalización de la superficialidad”, la que ya algunos
especialistas han señalado está produciendo una “generación adormecida”, una
generación “que vive en comunicación, pero en una profunda soledad y pone sus
expectativas más en la tecnología que en las relaciones humanas”.
En los Ejercicios Espirituales, ya San Ignacio
advertía que “no el mucho saber harta y satisface el alma como el sentir y
gustar de las cosas internamente”[EE 2]. Esa formulación, trasladada del mundo
espiritual al de la pedagogía, significa que el maestro Ignacio no quería una cabeza saturada de información y conocimientos,
sino personas con lo que hoy conocemos como “inteligencia emocional”. Y ésas
son las personas que queremos que salgan de la UCA: con una mente bien estructurada y un corazón
que sienta los problemas de los demás, que entienda el contexto en el que vive y que se comprometa a
transformarlo.
Son grandes los desafíos y es vertiginoso el ritmo de
los cambios a los que asistimos. Nuestras Universidades deben ser capaces de mucha
flexibilidad para responder a las transformaciones con las que soñaba Ignacio
de Loyola y con las que seguimos hoy soñando. Esto nos exige una permanente disponibilidad
a colaborar con otros, con la Iglesia, con todos los sectores de la sociedad y con
tantas personas de buena voluntad que trabajan por humanizar nuestras
sociedades, convencidos de que el Espíritu de Dios no conoce de colores ni de
etiquetas, de banderas ni de fronteras.
Por qué es
importante asumir el sufrimiento humano
Cientistas
sociales, teólogos y filósofos han tocado permanentemente el tema del sufrimiento
humano y han tratado de conceptualizarlo. Siempre se han quedado cortos. “¿Qué
sabe el que no ha sufrido?”, decía San Juan de la Cruz. Creo personalmente que
es el acercarse diariamente al sufrimiento que experimentan las mayorías que
viven al margen del poder y de los privilegios, lo que nos toca el corazón y,
por eso, lo que nos enseña qué es el sufrimiento humano y qué podemos hacer
para evitarlo, para aliviarlo, para acompañarlo, para eliminarlo si es posible.
Desde
su sencillez y su realismo, también desde su alegría en medio del dolor y las
carencias, son los pobres de la tierra los mejor capacitados para diseñar un
futuro esperanzador. Y lo son precisamente porque sus vidas se han ido forjando
en la adversidad, resistiendo, imaginando salidas, compartiendo lo poco que
tienen. Acercarse a ellos es el camino. Si nuestro esfuerzo
académico está dedicado a la construcción de un mundo más justo y humano,
tenemos que acercarnos a ellos. En la UCA estamos viviendo un proceso de
acreditación y de evaluación institucional. Esa tarea debe estar vinculada a
“escuchar al corazón y acreditar la vida” como dice Jorge Luis Borges en su
poema a los amigos.
La Universidad debe garantizar una buena preparación
académica. Eso significa una excelente formación, un bagaje de conocimientos,
de contenidos, de habilidades investigativas y de destrezas que sean útiles a
nuestros estudiantes en los desafíos que les esperan en su vida profesional. Pero
si esa calidad académica no tiene en cuenta a quienes causan el sufrimiento
humano, si no tiene en cuenta todo lo que ocasiona sufrimiento a la condición
humana, no estará respondiendo al proyecto educativo que Ignacio de Loyola y
los primeros jesuitas nos trazaron.
Ya lo señaló el padre Fernando Fernández Font, Rector
de la Universidad Iberoamericana de Puebla y presidente de AUSJAL: “La universidad
ha de historizarse, ha de permitir que la realidad del dolor y la opresión
entre por sus ventanas para que la reflexión que demos en las aulas salga por
las puertas con un compromiso claramente ético, pues no hay mejor acicate para
la conciencia humana que sentir en carne propia el dolor ajeno”.
Quiénes conviven en la UCA
En la
UCA contamos con una población aproximada de 8 mil 267 estudiantes en pregrado.
De ellos, 5 mil 170 reciben becas de diferentes modalidades. Podemos decir,
pues, que la pobreza entra diariamente por los portones de nuestra Universidad.
Contamos con un buen número de jóvenes estudiantes que vienen de zonas
marginadas urbanas y de áreas rurales muy lejanas a la capital. Muchos de quienes
vienen de barrios populares de Managua son de familias que emigraron del campo
a la ciudad por la pobreza. Es una juventud que conoce en carne propia de
carencias y limitaciones y día a día tiene que luchar con las dificultades que
genera la pobreza. He visto a algunos de mis alumnos decidiendo entre comprar
algo para comer o regresarse a su casa caminando.
También
tenemos estudiantes que vienen de familias con suficientes recursos económicos.
Esperamos que la convivencia humana entre unos y otros dé frutos de
responsabilidad y de compromiso. El padre Xabier Gorostiaga, quien fue rector
de la UCA, insistía siempre en que “la educación para los pobres no debe ser
una pobre educación”. Esperamos que el trabajo educativo que brindamos a todos
por igual, tanto a quienes tienen más recursos como a quienes no los tienen, dé
también frutos que contribuyan a transformar nuestro país.
Qué educación queremos brindar
En la UCA nuestro principal objetivo seguirá
siendo elevar el nivel académico y trabajar intensamente en crear en nuestros
estudiantes una cultura de investigación. Esto exige la formación continua de
nuestros profesores, la presencia de docentes invitados de otras Universidades jesuitas
de Centroamérica, América Latina, Europa y Estados Unidos. Esto requiere de intercambio
entre estudiantes, de una investigación interdisciplinaria y del trabajo
investigativo en redes.
Si queremos lograr una mejor comprensión de los
grandes desafíos que enfrenta nuestro país, si queremos participar en los retos
que hoy nos presenta Nicaragua, la Universidad
debe orientarse decididamente a la investigación entre las distintas
disciplinas. Estoy convencido de que seremos capaces de enfrentar
los grandes problemas con que hoy nos reta el mundo globalizado si logramos
construir espacios de diálogo entre las diversas culturas y entre las distintas
disciplinas.
Al
mismo tiempo, seguiremos trabajando en
el desarrollo y diversificación
de la oferta de Posgrado, con nuevas Especializaciones, nuevas Maestrías, el Doctorado
en Derecho y el futuro Doctorado en Humanidades y Ciencias Sociales.
Continuaremos ofreciendo el diplomado en Liderazgo Ignaciano y el diplomado en
Formación Política y Ciudadana y la Maestría Regional en Integración
Centroamericana y Desarrollo, en modalidad virtual, llevada a cabo por las tres
universidades jesuitas de Centroamérica.
Cómo mejorar la educación para
el desarrollo humano
La
negación de una igualdad de oportunidades en educación para todos los sectores
de la población es posiblemente la clave de los rezagos que tenemos hoy en
América Latina. Lo mismo se puede decir de Nicaragua. Estamos como estamos por
esa desigualdad de oportunidades educativas.
Cuando
se investigan los presupuestos destinados a la educación y, aún más importante,
cuando observamos la cultura que se expresa en las aulas a través de valores,
símbolos y discursos, la escuela y la Universidad aparecen como espacios en que
se perpetúa la estratificación social basada en la discriminación entre clases
sociales, entre etnias, entre hombres y mujeres. Antropólogos como Joe Henry
señalan que esa perpetuación es funcional al sistema de inequidad. Hace ver él “la utilidad
económica de producir grandes grupos de alumnos que se vean a sí mismos como
fracasados y pasen sin quejarse a las posiciones más bajas en las estructuras
del trabajo burocrático e industrial”.
En
nuestros países centroamericanos, también en Nicaragua, un buen número de esos
jóvenes que se ven a sí mismos como fracasados, son los que encuentran empleo sólo
en las maquilas, son los que se integran a trabajos informales, son los que se
deciden a emprender la riesgosa aventura de la migración.
Un
auténtico desarrollo humano es el que reconoce y respeta la diversidad cultural,
histórica, étnica y de género como valores fundamentales para construir una
sociedad mejor. Un auténtico desarrollo humano no olvida el valor del
medioambiente y reconoce y respeta la riqueza social y productiva, étnica y
cultural de todos los rincones de la geografía nicaragüense.
Los desafíos que hoy
presenta el mundo rural nicaragüense deben abordarse desde una perspectiva
interdisciplinar, que vincule la promoción económica con la defensa de la
identidad cultural y con el cuido del medioambiente y de nuestras riquezas
históricas y patrimoniales. En un país como Nicaragua, donde el sector agropecuario
sigue siendo vital para la economía, donde la extensión del espacio rural es
considerable, donde el potencial de desarrollo del medio rural es tan grande, estos
desafíos son tareas prioritarias.
Mayor la prioridad
teniendo en cuenta que el mayor porcentaje de nuestra población pobre se concentra
precisamente en las zonas rurales. La búsqueda de estrategias educativas
consensuadas y el diseño de proyectos educativos en los que se haga un trabajo
articulado en los territorios y se fortalezca el capital humano, social y
productivo es también un desafío para nuestra Universidad. La masiva migración
campo-ciudad y la migración a otros países están debilitando social y
humanamente las áreas rurales, porque quienes emigran son las personas más
jóvenes, las que tienen ya niveles de liderazgo, las más capacitadas. Que el
campo no logre frenar la migración es también un problema urbano. Un auténtico
desarrollo humano exige también el desarrollo rural situado en la perspectiva
del desarrollo nacional.
No olvidaremos el estudio
de las Humanidades
La Universidad no prepara sólo a sus estudiantes para
que se integren a una actividad laboral. Los formamos para que brinden
respuestas creativas y justas a los problemas nacionales y regionales. La
Universidad no forma para las empresas, forma para la sociedad. Eso no es
negociable. No podemos caer en el grave error de ajustarnos simple e
ingenuamente a las exigencias del mercado.
“Las Humanidades quedan relegadas en tiempos
difíciles”: así se titula un estudio publicado en el New York Times del pasado
mes de junio. El estudio comienza afirmando que en Estados Unidos, un mercado
laboral desalentador y el énfasis en la tecnología, han alejado a los
estudiantes de materias como la filosofía, la literatura y la historia, para
llevarlos a campos más prácticos como la administración de empresas, la
informática o el diseño gráfico. Informes de la Academia Estadounidense de
Artes y Ciencias y de la Universidad de Harvard han tratado de llamar la
atención sobre esto, señalando con preocupación que las futuras generaciones
adolecerán de ese desarrollo interno y vital que el estudio de las Humanidades
brinda. Me decían algunos compañeros de
la Universidad de Creighton, en Nebraska, y de la Universidad de Seattle, que
lo más grave es que buena parte de la gente considera hoy el estudio de las Ciencias
Sociales y las Humanidades como una “pérdida de tiempo y de dinero”. Richard
Brodhead, presidente de la comisión académica de la Universidad de Duke, en
Carolina del Norte, lo expresó así: “Este negativismo simplista olvida que
muchas de las personas más exitosas y creativas de Estados Unidos tuvieron
precisamente este tipo de preparación académica”.
Qué es el humanismo cristiano
El humanismo cristiano tiene el gran
desafío de contribuir a definir el sentido de la vida humana, de situar al ser
humano en su sociedad, de clarificar el
significado real de la libertad, de la democracia, del sentido de pertenencia. Por
eso, es ineludible estudiar las antiguas nociones de Verdad, Belleza y Bondad,
vinculándolas a conceptos cambiantes y a categorías políticas como clase, raza,
sexo, género... Por eso debemos potenciar el estudio de la Filosofía, la
Literatura, las Ciencias Sociales, las artes, la poesía y debemos promover el
deporte, la danza, el teatro porque son puentes por los que se transita hacia
un mundo más justo, por los que se educa en la justicia social.
La educación universitaria
no puede reducirse a transmitir competencias técnicas. Exige identificar a
nuestros estudiantes con valores que deben asumir: espíritu crítico, disposición
al diálogo, curiosidad por investigar y por leer, disciplina, rechazo a
actitudes sectarias, colaboración con los demás, tolerancia, respeto a las diferencias,
aceptación de las diversas creencias religiosas y simpatías políticas, sentido
del compromiso…
Estos valores parecen
pasados de moda en la actual cultura, donde todo es efímero y lo valioso es apuntarse
al ganador. Así describe esta cultura de hoy Zygmunt Bauman: “Cualquier cosa
que hoy es buena para ti puede reclasificarse como tu veneno. Compromisos
aparentemente firmes y acuerdos solemnemente firmados pueden derrumbarse de la
noche a la mañana. Y las promesas, o la mayoría de ellas, parecen hechas
solamente para ser traicionadas y rotas. En esta clase de cultura, y en las
estrategias políticas y vitales que valora y promueve, no queda mucho espacio
para los ideales”.
El humanismo cristiano
quiere mantener en alto los ideales. Busca enfrentar el desafío de esta cultura
de la apariencia, de la ganancia inmediata, de la superficialidad.
Lo que aprendí de un fracaso
En noviembre de 1989 fueron asesinados seis de
mis compañeros y maestros jesuitas y mis
amigas Elba y Celina, en el campus de la UCA de El Salvador. De aquel hecho tan
doloroso, y con una mirada evangélica e ignaciana, he sacado algunas lecciones para
la tarea que hoy asumo.
En primer lugar, aquel
crimen se me convirtió en una actualización del “fracaso” de Jesús en la cruz.
Asesinaron al justo: fue así de sencillo. Desde esa lógica, la pedagogía
ignaciana también “fracasó”. Fue un ex-alumno del colegio de los jesuitas en
San Salvador, el Externado San José, el teniente Espinoza, el jefe del Comando
Atlacatl que dio la orden de disparar a los sacerdotes. Un mes después de haber
participado en el asesinato, Espinoza llegó a saludar a los jesuitas de la
comunidad del que había sido su colegio. Ocho días después aparecía en los
medios asumiendo su responsabilidad en el crimen. El padre José María Tojeira, quien
como superior provincial de los jesuitas de Centroamérica en ese entonces estuvo
muy cerca de todos los pormenores de este trágico suceso, nos comentaba que era
posible que en ese colegio encontráramos alguna foto en que el padre Segundo Montes,
entregaba el diploma de bachiller a quien años después daría la orden de
asesinarlo.
Me refiero a este
“fracaso” por dos razones. La primera, porque es importante asumir que la pedagogía
ignaciana no quiere preparar ni para el éxito, ni para el prestigio, ni para la
competencia. Prepara para buscar mayor eficacia en la construcción del Reino de
Dios y, por tanto, asume el fracaso.
Hoy, los medios de
comunicación atraen a la juventud con sueños de éxito y de fama en el mundo del
espectáculo, en el amor, en las relaciones sexuales. Y a la par, intentan ocultar
todo lo que se relaciona con el fracaso propio, con la enfermedad que nos
acecha, con la muerte que nos espera a todos… La muerte aparece solamente en
las películas de acción como la necesidad de matar a los malos que ponen en
peligro la vida de los buenos. Continuamente se escenifica el propio poder, se
exalta la fascinación de luchar contra los poderosos del mundo utilizando
técnicas sofisticadas y sin el riesgo de la confrontación directa con los
poderosos de este mundo, que son de carne y hueso y están cerca de nosotros. En
los juegos cibernéticos nuestros jóvenes se dan el gusto de derrotar a poderosos
enemigos sin correr ningún peligro. Y en
caso de sufrir una derrota todo se reduce a perder algún dinero en esas
maquinitas que al día siguiente seguirán aplacando sus ansiedades.
Hay otra razón por la que
recordé el asesinato de mis hermanos. Me interesa señalar que una formación
humanista debe preparar a nuestros estudiantes para asumir el fracaso sin
renunciar a sus metas y para convivir con las propias debilidades sin
decepcionarse. Ni los seres humanos, ni tampoco las instituciones, estamos
exentos de limitaciones, debilidades y
egoísmos. San Ignacio fue un gran visionario, pero nunca dejó de ser
realista para comprometerse con lo que era viable realizar, sin desanimarse
nunca por los fracasos. Y como buen maestro de la sospecha, proponía someter
nuestra vida a una prueba de realidad: el proceso de discernimiento que él
sugiere es un aprendizaje no sólo de los engaños del mundo, sino de las
traiciones que nos hace nuestra propia mente.
Algo de mi propia experiencia
Después del brutal impacto
que me causó el asesinato de mis hermanos, la forma en que los mataron, después
de experimentar mucha incertidumbre y confusión, alguna certeza empezó a
invadir mi caminar. Nada mejor para expresarla que las palabras del obispo de
la Amazonía, Pedro Casaldáliga:
“Cada vez estoy más confuso y al
mismo tiempo más seguro. Sea en materia de economía y política, sea en materia
de inculturación y de religión. Estoy más confuso en el sentido de que veo más
de lo que veía, siento exigencias que no sentía, reconozco errores que antes no
percibía… En este sentido estoy más confuso, porque descubro cada día más
mundos, más horizontes, más caminos y más contribuciones que desconocía. Pero
también me siento cada vez más seguro porque lo fundamental lo veo cada vez más
fundamental, y uno de los principios que ahora me orientan más y me satisfacen
es: relativizar lo que es relativo y absolutizar lo que es absoluto. Todo es
relativo excepto Dios y el hambre. Y cuando digo “hambre” quiero decir la vida
humana. En la palabra hambre englobo todas las necesidades básicas y
fundamentales de la vida humana”.
Otra
lección que saqué del asesinato de nuestros compañeros fue recordar cuán
fuertemente fueron criticados por todos los sectores de la sociedad
salvadoreña. Ellos decían lo que tenían que decir desde su posición académica,
sabiendo que era imposible quedar bien con todo el mundo en un contexto de tanta
violencia, de tanto empobrecimiento, de tanta polarización política. Eran
conscientes de lo que les podía suceder. Años antes, en marzo de 1977, otro
jesuita, el padre Rutilio Grande, ya había sido asesinado en la parroquia
campesina de Aguilares y en los años siguientes otra docena de sacerdotes
habían perdido la vida por ser fieles a su compromiso con el humanismo
cristiano y con el acompañamiento del sufrimiento humano de sus compatriotas.
Una
buena lección para mí fue enterarme de cómo algunas de las personas que
criticaban tan severamente a mis compañeros jesuitas, en cuanto inició la
ofensiva final de la guerrilla y los combates se trasladaron a la capital, huyeron
buscando asilo en algunos organismos internacionales y en embajadas, mientras
los jesuitas y nuestras dos amigas se quedaron en el lugar de siempre y eran
asesinados.
El
padre Amando López, uno de mis hermanos asesinados, quien también fue rector de
la UCA entre 1979 y 1983, fue mi profesor de filosofía en quinto año de
bachillerato. Amando me enseñó a pensar desde la perspectiva de los pobres de
la tierra y a asumir con humildad y con dignidad mi identidad de clase. El
libro base para nuestra clase de filosofía era “Pedagogía del Oprimido”, de Paulo
Freire. Diez meses antes de que lo mataran, cambiaba yo impresiones con él
sobre las críticas que estaban recibiendo y él me decía: “Lo importante es
mantenernos fieles al Evangelio y no defraudar la causa de los pobres. Nos vendrán
más críticas y cada vez más fuertes. No te olvides que estamos viviendo la “tercera
manera de humildad” que nos pide Ignacio. Y eso significa recibir oprobios por
Cristo, más que honores. Significa desear más ser estimado por vano y loco por
Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio y prudente en este mundo
[EE167].
El país en que nos toca vivir y educar
Vivimos
en un contexto de conflictos y es importante mantener la serenidad y el respeto,
valorando todo lo que sucede según los tiempos, las personas, los lugares y las
circunstancias, tal como nos sugiere San Ignacio. Esto quiere decir saber de
dónde y de quiénes vienen las críticas y saber cómo asimilarlas y discernirlas.
El trigo y la cizaña siempre crecen juntos. En medio de los conflictos, debemos
mantener ese equilibrio entre rigidez y flexibilidad, entre rectitud y
benignidad, entre severidad y mansedumbre.
Otra lección del asesinato de mis
dos amigas y mis seis compañeros es que en la espiritualidad ignaciana no hay
espacio ni para el victimismo ni para el fatalismo. En la espiritualidad que
nos enseñó Ignacio, la primera condición para poder resistir con dignidad es no
permitir que la maldad del mundo destruya en nosotros el espíritu de humilde
agradecimiento, para no dejarnos atrapar por la lógica de la violencia o por el
resentimiento. El padre Pedro Arrupe, quien fuera nuestro superior general, decía:
“Cuando el odio del otro origina el nacimiento del odio en nosotros, somos
nosotros los vencidos, a pesar de que consigamos aplastar al adversario”.
El
corazón con el que debemos educar
Algo que Jesús de Nazaret
apreciaba sobremanera en los hombres y mujeres con quienes se encontraba era su
capacidad de agradecer. Un ejemplo significativo lo encontramos en el relato
del Evangelio de Lucas (17,11-19) en el que Jesús cura a diez leprosos. “Jesús
Maestro, ten compasión de nosotros”, gritaban los leprosos. Jesús les dijo: Vayan
a presentarse a los sacerdotes. Y mientras iban quedaron sanos. Al verse sano,
uno de ellos volvió de inmediato y alabando a Dios en alta voz y echándose a
los pies de Jesús, le daba gracias con el rostro en tierra. Era un samaritano. Con
la agudeza que lo caracterizaba, Jesús preguntó: ¿No sanaron los diez? ¿Dónde
están los otros nueve? ¿El único que ha vuelto a alabar a Dios ha sido este
extranjero? Sólo el samaritano, el que pertenecía a un grupo social marginado y
despreciado, fue el único que agradeció. Los otros nueve se fueron, preocupados
por cumplir con las prescripciones legales. El samaritano prefirió regresar y dar
las gracias a Jesús, a aquel hombre que rompió con tantos ritos y legalismos
para dignificar a los seres humanos.
Aquel samaritano agradeció “con
el rostro en tierra”. Era humilde. La palabra
“humildad” viene del latín “humus”, que quiere decir tierra fértil. La
humildad es algo muy distinto a la baja autoestima o al complejo de
inferioridad. Un corazón humilde y agradecido
es el que queremos formar en nuestros estudiantes. Un corazón así sabrá
interpretar los signos de los tiempos en nuestra Nicaragua y buscará siempre lo
que es mejor para toda la sociedad, no para unos cuantos. Un corazón así dará
gracias por los avances de la ciencia y por las ventajas que tienen hoy las
nuevas generaciones, ventajas que no tuvo la anterior generación. Un corazón
así superará las quejas y las actitudes pesimistas valorando lo que tiene y lo
que es. Y, sobre todo, un corazón así estará dispuesto a compartir.
En el recibimiento que di a
nuestros estudiantes de primer ingreso hice mucho énfasis en la importancia de que
respetaran y se sintieran agradecidos con todas las personas que trabajan en esta
Universidad: con nuestros jardineros, con quienes limpian, con los vigilantes,
con administrativos, con secretarias, profesoras y profesores. Ésa es también la
obligación de todos nosotros: contribuir a crear un clima de respeto y trabajar
para que esta institución sea sana en todos los sentidos, también en sentido ecológico
(la UCA saludable).
Con un corazón agradecido
puede cambiar nuestra actitud hacia Dios y hacia los demás y puede cambiar
también cómo asumimos nuestra profesión. Preguntémonos todos, todas: ¿Cómo asumo
mi quehacer universitario? ¿Con un corazón agradecido o buscando fama y
prestigio? ¿Lo hago desde un corazón que busca la verdad con humildad o como quien
piensa que todo lo sabe y todo lo puede? Aceptar que no sabemos es un principio
de sabiduría que nos da la posibilidad de aprender más y más y nos permite
abrirnos con humildad y agradecimiento a lo que desconocemos.
La humildad no es sólo una
actitud individual. También las instituciones deben ser humildes. Yo aspiro a
que la UCA sea una institución humilde. No debemos creernos los mejores. La
única competencia de la UCA es la misma UCA, sólo debemos compararnos con
nosotros mismos. Como Universidad, no me interesa tener la última palabra. Lo
único importante será tener, tal vez, la “última sensibilidad”, como diría el
obispo Casáldaliga. Esto significa que la UCA deberá estar presente donde el
silencio de los pobres y de las marginadas clama constantemente y quienes
tienen poder no los escuchan, a menos que puedan convertirlos en noticia
sensacionalista o en espectáculo.
La UCA está obligada a estar
presente en el campo marginado, en las zonas urbanas empobrecidas, apoyando a
las cooperativas, capacitando a los pescadores, acompañando a los migrantes y a
sus familias, luchando a la par de tantas mujeres que sacan adelante a sus
familias, atendiendo sicológicamente a quienes no tienen posibilidad de pagar
un servicio privado, colaborando en la legalización de las propiedades de los
más pobres, contribuyendo a la defensa del medioambiente… Cuando nuestros
estudiantes se encuentren con todas estas realidades, sus investigaciones ya no
serán puros datos estadísticos, números, variables, tablas y cuadros. Se transformarán
en rostros de niñas, de niños, de ancianas y ancianos, de hombres y mujeres
concretas.
No
dejemos de hacernos preguntas
Otro elemento de la
espiritualidad ignaciana que me ha ayudado y que debe estar presente en nuestra
tarea universitaria es la capacidad de interrogarnos, de hacernos preguntas en
los momentos de adversidad. Esto tiene que ver con el examen diario al que nos
invita San Ignacio. El itinerario espiritual está marcado de dificultades que
exigen hacerse preguntas, hacer cambios y transformaciones que nacen de esos cuestionamientos.
Cuando a Ignacio de Loyola le prohibieron quedarse en Jerusalén le destruyeron
un proyecto de vida. Qué hacer: ante ese fracaso se planteó preguntas y de esas
preguntas nacieron sus planes de estudios y el encuentro en París con sus
primeros compañeros. Y cuando ellos no pudieron viajar de París a Jerusalén,
nuevamente volvió a hacerse preguntas. Y de ahí surgió la idea de ponerse al
servicio del Papa. Y de tantas preguntas ante la adversidad surgió una gran
idea: fundar la Compañía de Jesús.
No tengo la menor duda de los
beneficios que hay en el ejercicio de la autocrítica, en el hábito de
cuestionarnos sin miedo. Debemos cuestionar nuestra labor universitaria. Debemos
hacernos preguntas difíciles o incómodas que nos traerán muchos beneficios
cuando las contestemos sin prisa y en profundidad. Debemos de ejercitarnos en vivir
con preguntas todo el tiempo hasta que sintamos que las respuestas nacen de lo
profundo de un corazón agradecido que pacífica nuestra razón.
No
podemos ser indiferentes
El
reto que tenemos es transitar de la búsqueda de eficacia a la cooperación y la
solidaridad. Y el primer paso para una auténtica cooperación y una real solidaridad
se encuentra en la capacidad de escuchar, de respetar y comprender el dolor de
las otras personas. Sólo así nuestro quehacer académico incidirá en lograr una
sociedad más humana, un país más humano. Cualquier teoría o fórmula conceptual
que se realice a espaldas del sufrimiento humano, sin tenerlo en cuenta, será algo
estéril.
Lo
que conocemos como “injusticia estructural”, “mal estructural” o “pecado
estructural” destruye a las personas y a las colectividades. No podemos ser
indiferentes ante ese mal, ante ese pecado. Es a eso a lo que se refería el Papa Francisco en su homilía
dirigida a los inmigrantes en Lampedusa, el pasado julio. Decía Francisco:
“La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos,
nos vuelve insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en burbujas de
jabón, que son lindas, pero no son nada. Son ilusión de lo superficial, de lo
provisorio y nos lleva a la indiferencia hacia los otros. Más aún, lleva a la
globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del
otro! No tenemos nada que ver, no nos interesa, no es mi problema… La
globalización de la indiferencia nos vuelve a todos “innombrables”,
responsables sin nombre y sin rostro”.
Tomar la decisión
de ser solidarios con el sufrimiento del hermano y la hermana conocidos y de
los hermanos lejanos es participar en una dinámica de comunión y de escucha.
Cuando es así, las relaciones humanas son liberadoras, tanto para quien sufre
como para quien se solidariza con quien sufre. La persona prepotente nunca
podrá experimentar lo que es una relación interpersonal, porque nadie se
sentirá persona ante ella. Sólo una actitud respetuosa y humilde, abierta a los
imprevistos que nacen de ese misterio que es la condición humana, puede
contribuir a humanizar nuestra sociedad.
Escuchar tiene una dimensión analítica y ética. Desde
el análisis, exige un esfuerzo por intentar comprender el horizonte de
significación de la experiencia que nos transmiten las personas y los grupos
con los que trabajamos. Desde la ética, escuchar nos exige respeto hacia quienes
nos hablan y el compromiso de transmitir sus palabras y sus demandas a los
espacios de poder que les han negado el acceso. Escuchar es compartir el
significado del sufrimiento ajeno y también es tener el coraje de denunciar las
injusticias que hay tras esos sufrimientos. Y ya lo sabemos: necesitaremos más
coraje cuanto más luchemos por los derechos humanos de los más débiles. En esa
escucha y esa denuncia desenmascararemos a las muchas personas que, “bajo el lema de servir a los demás, lo que
buscan es servirse a sí mismas”.
Es
importante estar abiertos y atentos a las diversas sensibilidades que hay en
Nicaragua y que luchan por humanizar este mundo. Tenemos que aceptar con
honestidad que muchas veces hemos sido incapaces de escuchar y de dialogar y que
hemos querido imponer nuestras ideas y creencias a los demás. Es importante
hablar desde la humildad de quien está en búsqueda y acepta que no posee la
verdad, de quien es consciente de que necesita aprender.
Si
realmente queremos tomar con seriedad la lucha contra el mal, tenemos que
hacerlo en común-unión, para que las transformaciones sociales no se realicen
desde el resentimiento o los deseos de venganza, sino desde el poder que tiene el
amor de Dios revelado en su Hijo Jesucristo. Pienso que ésta es la fórmula más
eficaz para combatir “la globalización de la indiferencia” que denunció el Papa
Francisco.
Antes de terminar
Heredo un brillante grupo humano de compañeros y compañeras del Consejo
de Rectoría, de decanas y decanos. Quiero agradecer al Dr. Jorge Huete por
aceptar el reto de hacerse cargo de la Vicerrectoría General, a la master Vera
Amanda Solis por su apoyo desde la Secretaría General, a la Dra. Renata
Rodrigues por su labor en la Vicerrectoria Académica, al master Roger Uriarte
por el trabajo que realiza en la Vicerrectoria Administrativa. A las decanas la
master Iris Prado, de la Facultad de Humanidades, la master Tarsilia Silva, de
la Facultad de Ciencia y Tecnología del Medio Ambiente, al Dr. Manuel Arauz, de
la Facultad de Ciencias Jurídicas, al master Guillermo Bonermann, de la
Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.
Agradezco el apoyo que me brindan las personas que forman la Junta
Directiva de la UCA: Lic. Emilio Baltodano Cantarero, al P. Fernando Cardenal,
al P.Julio Cesar Sosa, profesor de filosofía y Humanidades, al P. Gregorio Vásquez,
Director del Servicio Jesuita para el Migrante, al P. Ignacio Lange, Director
del Centro Pastoral Universitario, a Gerardo Monterrey representante del
Sindicato de la UCA. Al P. Mario Cornejo miembro del equipo de vicerrectoría
académica, al P. Rodolfo Cardenal, subdirector del Instituto de Historia de
Nicaragua y Centroamérica, al P. Adolfo López de la Fuente, S.J. por su trabajo
en la investigación científica. Mi agradecimiento a las comunidades jesuitas
del Colegio Centroamérica, del Juniorado y Filosofado “Rutilio Grande”, de
Villa Carmen-UCA. A mi superior, P. Fidel Sancho, S.J y al P. Iñaki
Zubizarreta, S.J., superior de los jesuitas de Nicaragua.
Termino…
La UCA tiene la gran misión de seguir transmitiendo la
experiencia espiritual y educativa de Ignacio de Loyola y de nuestros hermanos mártires
de la UCA de El Salvador. Y en el proceso de transmisión de todo lo que
recibimos podremos traicionarlo. La palabra latina de la que deriva la palabra
tradición es tradere. Y no es
casualidad que esa misma palabra pueda traducirse como transmitir o como traicionar.
Como institución educativa buscaremos ser fieles en la
transmisión del gran legado recibido. En nuestro himno decimos: “Somos UCA,
toda una aventura espiritual, donde el humanismo, la ciencia y la cultura
forjarán hombres y mujeres para los demás”. Ése es el reto, ése es el reto que
hoy asumo con todos ustedes: forjar a jóvenes en su aventura humana y
profesional y dotarlos de herramientas para que, con el corazón y con la mente,
sean Buena Noticia para Nicaragua.
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