(Repaso de textos sobre este tema)
He titulado este trabajo elemental como “aproximación al deleite fundamental de la lectura”, puesto que la lectura es enseñanza permanente, a la que en toda nuestra vida debemos aproximarnos, para experimentar que además de formarnos, nos deleita. Todo libro es en sí mismo una aventura, un viaje y un universo. Si la lectura la tomamos como una obligación desagradable o algo impuesto por las circunstancias, en nuestros estudios, nos resultará opresiva. Y la lectura lejos está de ser una tiranía, sino que es libertad, y la libertad es tan importante para nuestra vida, como el aire que respiramos.
El hábito de la lectura es, pues, una apología de la inteligencia. Es saber que tenemos esa herramienta, la inteligencia, y no la ignoramos ni despreciamos, sino que la utilizamos para descubrir mundos científicos, artísticos, literarios, musicales y artesanales. Todas las cosas hablan y quedan escritas. Hay que leer hasta el silencio. La historia habla en las cosas. La palabra que no se oye, se puede escuchar en su silencio. No hay nada en el mundo sin expresión, porque hasta las piedras hablan. El Hno. Hildeberto María (Joaquín Matilló Vila), tituló su libro sobre Arte Rupestre, “Estas piedras hablan” (1973). Los petroglifos, escribió, Joaquín Matilló, dicen lo que tienen que decir, y así lo explica en su libro. No es justo ni lícito dejar de leer, cuando ni nuestros antepasados en cuevas, ídolos y piedras, nos comenzaron a contar nuestra historia.
En el Prólogo a “ESTAS PIEDRAS HABLAN”, el Dr. Ricardo Paiz Castillo, escribe: “El autor lo ha titulado con el sugestivo nombre “ESTAS PIEDRAS HABLAN”, porque los grabados rupestres, son como otros tantos documentos cincelados o pintados por nuestros indios en las peñas y rocas, y porque en sus pétreas páginas podemos contemplar y leer la vida y costumbres de los primeros forjadores de nuestra nacionalidad.” Y Pablo Antonio Cuadra, en el Prólogo al libro del mismo autor, “OMETEPE, ISLA DE CÍRCULOS Y ESPIRALES”, dice: “…la gran biblioteca pétrea va entregándonos infinidad de mensajes y signos cifrados. Vemos dioses, creencias, símbolos religiosos, objetos de culto, altares, sacrificios, danzas, armas, ritos culturales, ritos de cacería, animales, astros, probables signos astronómicos, utensilios, ceremonias de la vida agrícola, vestidos, adornos, máscaras –cabos sueltos de un enorme texto de historia y de vida, páginas rotas de un vasto poema del pasado.”
Hablan las piedras. ¿Cómo no van a hablar nuestros escritores? Sus escritos son palabras en libertad. Siempre me ha apasionado la libertad que contiene cada palabra y la libertad que nos es inherente a todos. Infunde respeto y clama por no ser desvirtuada en la mediocridad o la charlatanería. Precisamente este es el reto que, ante la palabra y su libertad, tiene todo escritor, que, si escribe en español, debe de ser cervantino. Y así hemos llegado al meollo de este asunto, es decir, a don Miguel de Cervantes Saavedra, de quien en su libro “Cervantes y la libertad”, el escritor español Luis Rosales, escribe: “Difícil es poner de acuerdo a muchos, y por ello no es cosa sólita y frecuente entre los cervantistas reconocer que la libertad es el núcleo vivo y central del pensamiento de Cervantes. Sin embargo, la relación entre la vida y la obra del más genial de nuestros poetas debía de ser indudable. La libertad, por la cual puso su vida en riesgo en tantas ocasiones, tiene que haber dejado una huella profunda en su creación artística…El pensamiento de Cervantes –igual que el de cualquier autor- necesita expresarse en el texto y en la conducta de los personajes, a estos dos medios es preciso atender para entenderle”.
Pero así como el concepto de la libertad es para Luis Rosales claro en Cervantes, nos advierte que hay que “atender para entenderle”. Y es que resulta que nos encontraremos, en diversos análisis de esta obra monumental que nos induce a leer y escribir, aparentes contradicciones. Esto nos lo enseña el propio Cervantes en don Quijote, exigiéndonos lecturas de dos caras, como cuando consecuencia de su obcecación de dar libertad a los galeotes acaba Sancho en pelota y “don Quijote, mohinísimo de verse tan mal parado por los mismos a quienes tanto bien había hecho.” Este episodio, “uno de los más acertados y famosos de la novela”, Martín de Riquer lo explica de esta manera: “Los románticos interpretaron este episodio arbitrariamente, pues vieron en él a don Quijote actuando de paladín de la libertad y oponiéndose a la tiranía. Lo cierto es que, en la intención de Cervantes, hay un claro desquiciamiento del concepto de justicia, pues don Quijote no defiende causas justas, sino las más injustas que pueden darse, como es el de dar libertad a seres socialmente peligrosos, auténtica quijotada dando a esta palabra el sentido que ha adquirido en español.”
Desde luego que Cervantes hace que don Quijote nos dé una lección con el revés de la realidad. Luis Rosales, de quien ya he mencionado su libro “Cervantes y la libertad”, de Granada, España, fue un gran amigo de los escritores nicaragüenses en general, es decir, de su generación y de otras. Para la estupenda edición de i996 de ese libro (dentro de los seis tomos en que se recogió su obra completa), de la prestigiosa Editorial Trotta, Blas Matamoro propone una “relectura a finales de siglo”. Estando con casi catorce años transcurridos del siglo XXI, la propuesta de Matamoro es siempre actual e incluso tiene mayor vigencia: “Cervantes y la libertad tiene una prolongada elaboración que va, aproximadamente, de 1950 a 1960, cuando se publica por primera vez. Es un libro de medio siglo. Atendiendo a los propósitos que enuncia el mismo Luis Rosales, se puede ver en el dilatado y minucioso itinerario cervantino que se nos propone, ante todo, una relectura de Cervantes en la historia, es decir: averiguar qué puede decir el escritor del siglo XVII a cierto lector de mediados del XX. Ésta aproximación a lo distante nada tiene que ver con el concepto heredado y positivista de reconstrucción del pasado . El pasado no se puede reconstruir, precisamente, porque ha pasado. Se trata, por el contrario, de reconstruir el presente, cuyo punto de partida es el futuro. El presente es una perpetua reconstrucción y si decimos releer en la historia es porque estamos pensando en ese presente como proyecto, o sea fantasía del futuro.”
Concluye Blas Matamoro diciendo: “Todo libro es una promesa de libro y toda lectura, una promesa de verdad. Un buen libro se prueba porque promete cosas diversas a gentes diversas en épocas diversas. Así, los siglos acreditan la bondad de tantas páginas de Cervantes. Y para que tal ocurra, hacen falta libros como éste de Luis Rosales.” Precisamente en su prólogo a Cervantes y la libertad , Ramón Menéndez Pidal, después de aludir a la eterna modernidad de la obra cervantina, dice sobre el Quijote: “No hay ficción novelesca que como ésta se haya convertido en realidad humana universal.”
Hay, por lo tanto, lecturas intemporales y sin fronteras. De “eterna modernidad” como la obra cervantina. Su lectura requiere el arte del lector en el presente, para que, en ese deleite o éxtasis fundamental para vivir, elabore su propia fantasía del futuro. Ese “ocio”, esa abstracción de lo superfluo, que es una buena lectura, es a la vez terapia y formación. La libertad total experimentada por un ser “sensible y sensitivo”, que no descarta las insustituibles páginas de un buen libro, a cambio de información para salir del paso en la computadora. Este recién pasado 14 de junio (BABELIA,España), Alberto Manguel- refiriéndose a “Un hombre enamorado. Mi lucha. Tomo II.”- nos obsequia unas referencias sobre el lector que “atiende” y “entiende”: “Y entonces ocurre el milagro: la ristra de palabras banales se transforma en gran literatura. Es como si Knausgard tuviera que poner en escena toda la parafernalia de su teatro para poder después de enfocar las candilejas en un único objeto o personaje. Entonces el lector entiende: ese vertedero documentario necesita existir para que surja, de vez en cuando, un prodigio que, por sí solo, parecería puramente retórico pero que, nacido de la abrumadora acumulación de detalles, se convierte en una epifanía”.
El libro es revelación y revela la palabra, y la palabra es una permanente afirmación y a la vez, dentro de los libros que en el mundo a través de los años se han escrito y escribirán los irredentos escritores, una interrogación sin fin. El no fin del libro es, y debe de ser, nuestra utopía. Nuestra “fantasía del futuro”. Las guerras de los libros son contra el tiempo y, si son de historia, contra la mentira o el empecinarse la historia en interpretarse a sí misma, según las épocas que se vivan. La historia está llena de personajes que acomodan la historia a imagen y semejanza de lo que quieren ver en su espejo. Así hacen desaparecer a héroes verdaderos, y los villanos se tornan héroes. Un libro verdadero se expone, razona, jamás dogmatiza y por ello seduce. Un libraco acomoda los sucesos históricos de manera que degeneren en disfraces de lo que en realidad aconteció. De ahí devienen los panfletos que son batallones de palabras desalmadas, y los panfletarios que viven al servicio de la falacia. Sean de historia, de narrativa, de poesía o de ficción, el verdadero libro sobrevive con batallones de palabras con alma. Palabras inmortales.
Hace poco, el 23 de abril, se celebró el Día Mundial del libro y el Derecho de Autor. Se conmemoran todos los años en esa fecha las muertes de Miguel de Cervantes, el Inca Garcilaso de la Vega y William Shakespeare, todas ocurridas en 1616. El Inca Garcilaso, célebre por sus Comentarios Reales, nació, como lo dice él mismo en varios pasajes de su obra, en el Cuzco el 12 de abril de 1539. En orden cronológico de nacimientos le siguen Miguel de Cervantes, quien es probable que hubiese nacido el 29 de septiembre, fiesta de San Miguel, del año 1547, y William Shakespeare quien nació el 26 de abril de 1564.
Sus fallecimientos según estudiosos e historiadores, ocurrieron así: El del Inca, el 22 de abril según las lápidas de mármol que se colocaron seis años después en su capilla, pero con más probabilidad el 23 de acuerdo con el inventario de sus bienes, o el 24 según la partida de defunción que se conserva en el archivo de la Catedral de Córdoba. En el caso de Miguel de Cervantes, según Martin de Riquer, “murió el 22 y no el 23 de abril, en su casa de la calle del León, esquina a la de Francos, de Madrid, seguramente atendido por su esposa y su sobrina Constanza de Obando. Debido a su pobreza, la Venerable Orden Tercera se encargó del sepelio de Cervantes, cuyo cadáver, con la cara descubierta y vestido de sayal franciscano, fue sepultado en el Convento de las Trinitarias Descalzas de la Calle Cantarranas (hoy Lope de Vega), donde sin duda reposan todavía sus restos, sin que haya posibilidad de identificarlos.” Hay que tomar debida nota de que en el momento en que Martín de Riquer afirma que no hay posibilidad de identificar los restos de Cervantes, esto era una realidad. Sabido es lo bien encaminados que en la actualidad van los esfuerzos por exhumar dichos restos y, una vez localizados, con pruebas científicas identificarlos con certeza.
El tercero de estos colosos de la literatura universal, Shakespeare, según consigna Luis Astrana Marín, falleció el martes 23 de abril (3 de mayo de nuestro calendario), en su casa de New Place, diez días después de bajar a la tumba otro ingenio de su misma talla, nuestro inmortal Cervantes. Ambos mueren luego de haber abrazado a toda la humanidad. Al lado norte, en el Prebisterio de la Santísima Trinidad de Stratford, yace Shakespeare. Sobre el sepulcro, en una lápida enteramente lisa, se grabaron estos versos, que el mismo poeta dictó, al decir de William Hall: Buen amigo, por Jesús, abstente/ de cavar el polvo aquí encerrado./ Bendito sea el hombre que respete estas piedras/ y maldito el que remueva mis huesos.
Para terminar, veamos lo que nos dice Luis Rosales sobre la libertad y el pensamiento cervantino, y quede esta hermosa reflexión en nuestra memoria:
Después de muchos años de convivencia alegrísima y morosa con la obra de Cervantes, he venido a pensar que la libertad es, justamente, el eje del pensamiento cervantino…Hacer historia no es volver la mirada al pasado para traer a colación sucesos ejemplares y memorables; hacer historia es adentrarse en nuestro origen. Téngase en cuenta, sin embargo, que la historia siempre es futura; nos da lecciones y nos confiere posibilidades. Éstos son sus poderes…La historia siempre es futura. Se funda en el mañana… el Quijote está escrito en una situación vital parecida a la nuestra. Aunque nadie se atreve a confesarlo, sabemos claramente que nuestro modo de vivir la libertad oscurece el hecho mismo de ser hombres. Hay que encontrar de nuevo las raíces. Pues bien, la obra de Cervantes es un esfuerzo inteligible, tenaz, y denodado para reedificar la libertad, poniendo al descubierto sus raíces. Esta es la causa de su projimidad con nuestro tiempo. Esta es la causa de que Cervantes nos ayude a vivir. Sus errores y sus aciertos nos sirven de advertencia; su conducta puede servir de ejemplo. Para reedificarnos como hombres tendremos que volver a levantar, humildemente y a ras de tierra, el edificio de la libertad.
LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 24/06/14.
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