Andrés Perez Baltodano
Muchas de las palabras que usamos para hablar de la realidad de nuestro país han perdido su valor como representaciones auténticas del sentido de nuestra vida social. Todos hablamos de “democracia”, pero imaginamos y defendemos cosas diferentes y hasta contradictorias.
En la Torre de Babel que es Nicaragua, la democracia “participativa” de Daniel Ortega es un espectáculo de plaza pública donde los congregados son invitados a pegar un grito para “aprobar”, por ejemplo, la entrada de Nicaragua al Alba de Hugo Chávez. En esta “democracia participativa” no se aceptan críticas. La pareja gobernante dice quién puede participar y, además, cómo, cuándo y para qué hacerlo.
La democracia que defiende Arnoldo Alemán, si la juzgamos por sus antecedentes, es una rifa quinquenal del derecho a delinquir con impunidad. Alemán aspira a ganar de nuevo en la tómbola política de nuestro país. Y como confirmando la inmensidad del abismo en que nos encontramos, todavía hay gente que quiere complacerlo.
Finalmente, la democracia de la llamada oposición anti-danielista y anti-arnoldista es una democracia electoral desprovista de un sentido social y, por lo tanto, dominada por un discurso que es incapaz de capturar la imaginación de los pobres y las marginadas de nuestro país, que son la mayoría.
Frente a este triste panorama, regreso hoy al pensamiento de Pedro Joaquín Chamorro, convencido de que su visión de la democracia, abonada por su ética de vida y por su propia sangre, puede ayudarnos a superar la crisis de la imaginación política que sufre nuestro país.
No propongo que memoricemos el pensamiento de Pedro como se memoriza una receta, sino que nos inspiremos en ese pensamiento y lo desarrollemos. Tampoco propongo que transformemos a PJCh en un ídolo, sino que reconozcamos en él, a uno de los mejores ejemplos de decencia, congruencia, visión política e integridad humana que ofrece la historia de nuestro país.
A Pedro Joaquín Chamorro lo mataron hace más de treinta años; es decir, antes de que la mayoría de ustedes hubiesen nacido o alcanzado el “uso de razón”, y la conciencia política que ahora poseen. Su pensamiento, sin embargo, sigue vigente porque la Nicaragua que él vivió no ha desaparecido.
Desaparecieron los Somoza, pero no la corrupta moralidad social que ellos encarnaban. Más aún, en algunos aspectos, la Nicaragua de hoy, comparada con la que vivió Pedro, ha empeorado.
Nicaragua no solamente enfrenta el neo-somocismo de Daniel Ortega, sino también la amenaza de una derecha criolla envalentonada por la fuerza del capitalismo mundial y empecinada en transformar la idea de la democracia en una justificación para imponer sus intereses y sus prejuicios sobre el conjunto de nuestra sociedad. Esta derecha encuentra sus más claras expresiones en el nica-neoliberalismo de Eduardo Montealegre y en el extremismo religioso del homofóbico “Don Fabio”.
PJCh luchó contra la corrupción, el egoísmo, la intolerancia y la arbitrariedad de su tiempo, armado de una visión de la democracia que es hoy, más pertinente que nunca. Desde una perspectiva político-electoral, ésta puede definirse como un modelo de relaciones entre el Estado y la sociedad que le otorga a la ciudadanía un grado de control sobre la gestión estatal. Desde esta misma perspectiva, la calidad de la democracia puede evaluarse en función de la capacidad que tienen los individuos que integran una sociedad, para participar en la elección de sus gobernantes y en la definición de las prioridades y las acciones del Estado.
Las necesidades, los intereses y las aspiraciones de una sociedad, sin embargo, son contradictorias. La manera en que cada sociedad enfrenta estas contradicciones define la calidad sustantiva del sistema político y, más concretamente, del consenso social que sirve de fundamento a cualquier democracia. Desde esta perspectiva, la calidad sustantiva de una democracia debe evaluarse en función de la capacidad que tiene el consenso social que la sustenta, para integrar con justicia los derechos y las obligaciones de los diferentes sectores de la sociedad.
Finalmente, el consenso de aspiraciones e intereses dentro del que se organiza democráticamente una sociedad es, invariablemente, la expresión de una moralidad social en la que se integran un conjunto de valores que determinan las prioridades del Estado y del Mercado. Esta moralidad define y legitima el sentido de lo bueno y lo malo; lo justo y lo injusto; lo legal y lo ilegal.
En la democracia de Pedro se integran las tres dimensiones antes señaladas: la político-electoral (las leyes, los procesos, y las instituciones); la sustantiva (el consenso social), y la moral (los valores fundamentales que sirven de marco al consenso social y al funcionamiento de las leyes, los procesos y las instituciones en una sociedad).
La dimensión político-electoral
“La reforma política en Nicaragua”, señala PJCh, “debe comenzar por dejar sentado que el funcionario público, del Presidente para abajo, no puede tener acceso, en su condición particular, a la riqueza del Estado”. Esta reforma, continúa, “debe restablecer el funcionamiento efectivo de los tres poderes, independientes el uno del otro”. Debe, además, restablecer el derecho de los pueblos “a darse sus propios gobernantes”. En síntesis, la reforma de nuestras leyes, procesos e instituciones, nos dice Pedro, debe buscar: “La limpieza en el proceso electoral, el entierro definitivo de las ideas dinásticas, [y] la abominación de los caudillismos, de los castas privilegiadas, y de los fraudes”.
La dimensión sustantiva
La democracia de Pedro no termina en lo formal. La reforma política que él propone tiene una dimensión sustantiva que se expresa en la necesidad de articular un consenso social que, en Nicaragua, debe tener un objetivo central: enfrentar el impostergable reto de la pobreza y la desigualdad social. En este sentido, la democracia de Pedro es, en sus propias palabras, “un instrumento encaminado principal y casi exclusivamente al beneficio de los más pobres”.
Por la importancia que adquieren los temas de la pobreza y la justicia social en la visión democrática de PJCh, sus escritos castigan, con especial dureza, lo que él llama “el pragmatismo falsificado” de quienes pretenden despojar la democracia de su sentido social. Este pragmatismo se expresa hoy en nuestro país en proclamas y programas de gobierno que proponen, en las palabras de PJCh, “una serie de normas acelerativas en el proceso de la producción, sin que lleve este último dentro de sí mismo, una chispa espiritual, o por lo menos una respuesta a la necesidad inmediata de una sociedad muerta de hambre, en todo el sentido de la palabra”.
“Y claro”, agrega PJCh, “es muy fácil planificar eso con el estómago lleno, o mejor dicho es común ese sueño, entre la gente que está repleta y por eso, es pura teoría, porque se deja de lado el componente íntimo de la sociedad, la cual no es más que una constante relación de necesidades, inquietudes, amistades, pensamientos, angustias, e ideales, desembocando en el deseo común de ser todos en común, cada vez mejores, y en común también, obtener una vida más digna y feliz”.
La dimensión moral
PJCh es enfático en señalar que ni la reforma política, ni la económica ni la social serán posibles en nuestro país, mientras no seamos capaces de iniciar “una reforma moral”. Esto, para él, implica la recuperación de un humanismo cristiano trascendente que responda a la realidad material de los más necesitados de nuestro país: “Ninguna reforma política, social y económica, puede hacerse sin una base de sustentación espiritual que la anime, que la dote de mística de verdadera razón positiva, pues de lo contrario vendría a ser simplemente una reacción en contra del pasado; pero no una acción encaminada a construir el futuro”.
En sus valientes declaraciones de la semana pasada, Monseñor Silvio Báez denunció que nuestra práctica política se desarrolla en “un lamentable vacío de valores”. En la próxima entrega estudiaremos la dimensión moral de la democracia de Pedro, para identificar formas de llenar este vacío.
Las citas a PJCh están tomadas de: La patria de Pedro: El pensamiento nicaragüense de Pedro Joaquín Chamorro. Managua: La Prensa, 1981; y, Pedro Joaquín Chamorro, 5 P.M. Managua: Editorial Unión, 1967.
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