El propio 6 de junio de este año 2016, recibí un correo de
Juan Valverde Gefaell, recordándome que se cumplían 20 años del fallecimiento,
en 1996, de su padre, el poeta José María Valverde, quien había nacido en 1926.
Ya lo tenía anotado para escribir este artículo en su memoria, pero
circunstancias insignificantes de salud, me impidieron hacerlo, aunque no dejar
de recordar a este primogénito hijo suyo, cuando junto a sus padres y hermanos,
los conocí en 1971 residiendo en Canadá, pues José María ejercía docencia,
investigación y traducción en la Universidad de Trent. Desde entonces, y aún
antes, cuando nos relacionaron epistolarmente José Coronel Urtecho y Pablo
Antonio Cuadra, tuve una desproporcionada amistad con este entrañable ser,
inalcanzable para mí, por “mínimo y dulce”, como dijo Rubén Darío de Francisco
de Asís.
Un escritor gigante en conocimientos, erudito sin ostentación
alguna, y ejemplar en ética, valentía, generosidad y humildad. De lo mejor que
ha parido España, por las permanentes “Enseñanzas de la edad” que es su vida
hecha poesía y moral, como lo es su legado de traducciones, ensayos, su
enciclopédica Historia de la Literatura
Universal, y su solidaridad sin fronteras con las causas de los pobres y
oprimidos. Al hacer esta consciente apología de su personalidad, estoy pensando
en dos poetas, uno español, y el otro nicaragüense, que en mucho sus vidas
cortas pero intensas, se identifican con la de José María. Me refiero a Miguel
Hernández, quien de seguro habría calificado la ética intrínseca en su persona,
como rayo que no cesa, y a Leonel
Rugama, quien lo hubiese incorporado a su poema, diciéndole: Ahora vamos a vivir como los santos.
Y como los santos vivió su vida, sin escatimar en problemas
políticos o económicos, siempre apoyado en ese pilar a toda prueba que fue su
esposa Pilar Gefaell. Ya en 1955 es catedrático de Estética en la Universidad
de Barcelona, y diez años después, en 1965 sus amigos y colegas Enrique Tierno
Galván, José Luis Aranguren y Agustín García Calvo, son expulsados de la
Universidad por las autoridades franquistas. José María Valverde se solidariza
con ellos y renuncia a su cátedra de Estética. Célebre es la frase que
escribió, en latín, en el pizarrón del
aula en que impartía clases: Nulla
aesthetica sine ethica, ergo apága y vámonos.
“No hay Estética sin Ética”. Él no podía convivir con una situación
que enterraba las enseñanzas morales de sus mejores exponentes. Su solidaridad
fue, no únicamente con Tierno Galván, Aranguren y García Calvo, sino sobre todo
con la justicia que no se puede traicionar, y con su Dios: Ese Cristo que
siempre llevó dentro de sí a todas partes donde fue, y trajo a esta su amada
Nicaragua cuando vino en 1982, y desbordado de alegría como lo estábamos
muchos, en un poema que como carta me dirige, escribe: El filo de la historia hoy cruza Nicaragua. / Si hay milagros como
éstos, otros pueden seguir.
Junto con José María Valverde, yo creo en los milagros.
Nuestra equivocación estuvo en que sentimos que aquella revolución, era un
milagro realizado, y no nos percatamos que está por venir. Dentro del campo de
la Ética, un solo ejemplo, muy simple por sucontradicción de valores morales,
nos lo dan universidades en donde hay catedráticos que imparten Derecho
Constitucional, mientras desde sus partidos acatan las directrices para violar
la ya muy maltrecha Constitución.
Y que no hay Estética sin Ética, es la verdad que nos dejó
José María, que también significa que no puede existir, como país, aquel que no
la practique en todas sus instancias.
LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 02/08/ 16.
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