Franco Volpi reflexiona en su prólogo al libro Los demonios de Heidegger sobre las luces y las sombras en la vida y en el pensamiento del «maestro de la Selva Negra» así como sobre la relación entre Eros y filosofía:
«Nada es más triste que la inteligencia cuando la vida se burla de ella. Y la vida —lo enseña la historia en abundancia— ama encarnizarse con la flor y nata de la inteligencia: los filósofos. Parece advertirles que la frontera entre la sabiduría y la estulticia es móvil, y nunca nadie puede estar seguro de encontrarse del lado correcto.
Poco sorprende, entonces, la caída del protofilósofo a la que nos toca asistir ya en los inicios del pensamiento occidental, cuando el sabio Tales, primer teórico, caminando absorto en la contemplación de la bóveda celeste, cae en un pozo y suscita la risa de una sirvienta tracia que se mofa de su torpeza práctica. ¿Por qué la vida, para burlarse de la inteligencia, ama servirse de lo femenino?
Topamos así, desde el principio, con la fatal discordia entre filósofos y mujeres: una querella que atraviesa la historia de la cultura hasta sedimentarse en lugares comunes que ni la actual ideología de lo políticamente correcto ha podido extirpar.»
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