- Miedo como política
A punto de culminar el período presidencial de Daniel Ortega, lo que destaca en el balance de la gente, más allá de los sobredimensionados “logros” sociales de su gobierno, es la aplicación sistemática del miedo como política. Pese a la machacona propaganda con imágenes de Ortega acompañadas de loas pacifistas y románticas promesas de “amor” gubernamental, la mayoría de los nicas están claros que su administración se destaca por el uso sistemático de la capacidad de “premiar”, de infligir castigos y de intentar manipular sentimientos y conciencias. Tres mecanismos generadores de miedo con el propósito de volver dócil a la gente y dominar a la sociedad sin mayores resistencias. El miedo se produce cuando los individuos perciben una amenaza que les provoca un sentimiento desagradable (alerta, inquietud, tensión) y les lleva a enfrentarlo reaccionando ya sea con inmovilidad, sumisión y huída o bien, con lucha. La política orteguista ha buscado provocar las tres primeras reacciones por la vía del clientelismo, el chantaje, la represión y el copamiento de todos los espacios. Por eso resulta un patético autoengaño creer que el regalo de las vacas, chanchos, gallinas, microcréditos, una destartalada educación y salud gratuita, es suficiente para hacer que la gente se trague el sapo de la reelección y deje de protestar, para sufrir por la próxima década más de lo mismo. Como dice la sabiduría callejera: ¡Esos son confites en el infierno!
- La ira, hija del miedo
El recurso del dinero, la fuerza y el miedo, no son sostenibles por mucho tiempo, puesto que hasta la bolsa más grande, como la de Chávez, se agota y la fuerza sólo se puede usar hasta cierto límite, pues puede provocar un fuerte golpe de respuesta. Igual sucede con el miedo. El miedo es un componente de la corrupción, como vemos en el comportamiento de los funcionarios públicos que terminan realizando desfalcos por “órdenes superiores” y tiene a su vez un efecto corruptor en la conducta de los ciudadanos, porque corrompe las relaciones sociales y políticas, compromete la libertad e integridad de la gente y destruye la autoestima y la dignidad personal. Pero pasadas las primeras fases de inmovilidad y huída, el miedo se convierte en ira que estalla en presencia de un mal que ya difícilmente se soporta y no deja lugar a la huida. Surge entonces la rebeldía, que es una forma específica de la ira. La actitud miedosa, pusilánime o aprensiva, cede su lugar a la valentía que según los que saben, es el origen de la ética, puesto que nos lleva a hacer lo que debemos por encima de todo condicionante y nos restituye la condición de personas libres. El valiente entonces, es el que somete su miedo a un juicio de la inteligencia y echa mano de la acción, para enfrentar situaciones difíciles o adversas. En otras palabras, que ser ético es ser valiente. Por eso fue que Pedro Joaquín nos dejó dicho que “cada quién es dueño de su propio miedo”.
- La cobardía del orteguismo
El presidente Ortega escogió desde el inicio una estrategia equivocada y conflictiva para el ejercicio del poder al optar por el miedo como política oficial, enmarcada en el abuso, la ilegalidad y la corrupción. Como no asume su responsabilidad ante la ley y la sociedad, ha faltado a su compromiso como gobernante y ha perdido su legitimidad, pretendiendo ahora reelegirse a toda costa y contra ley expresa. Pero el miedo se ha vuelto contra sí mismo y hoy las exhibiciones de “músculo y fuerza” del poder, son vistas finalmente como lo que son: actos de cobardía, pues cobarde es aquél que ataca sin dar la cara o hace daño a otro más débil, en este caso, la ciudadanía en estado de indefensión. La intimidación, las amenazas, el pandillerismo, las contramarchas y “festivales” pendencieros destinados a impedir la movilización y la protesta, dan muestras del sentimiento de miedo que atraviesa a la pareja presidencial y de su conducta cobarde: Le da miedo una elección competitiva, por eso sólo quiere partidos zancudos como oposición. Le da miedo el electorado y por eso ordena que no se entreguen cédulas. Le da miedo un juicio imparcial y por eso ha corrompido al Consejo Electoral. Le da miedo la rendición de cuentas y por eso no quiere observadores. Le da miedo la Constitución y por eso la acaba. Le da miedo no ser “alguien” y por eso sólo puede ser presidente. Le dan miedo tres chavalos con pancartas y les manda los antimotines. Le da miedo el repudio popular y por eso quiere impedir que la gente salga a la calle. Le da miedo la verdad y por eso ataca a los medios. En realidad odia a la gente, por eso habla de amor. Como le da miedo ser pobre, por eso roba y como sólo puede vivir como señor de la guerra, habla de paz. A fin de cuentas, es un pobre diablo que le teme a la gente.
- Miedo a que no tengamos miedo
Si Daniel Ortega y su mujer están tan seguros que con su régimen “vamos por más victorias”, que la gente no los está desinformando con esas encuestas que le dan una gran intención de votos y que nos están ofreciendo el “mejor de los mundos” posibles, ¿cuál es el miedo entonces a que salgamos unos cuatro loquitos, “culitos rosados” a la calle? ¿Para qué paralizar el gobierno y el Estado y hacer vigilias forzadas con estudiantes y empleados públicos en las rotondas y ante el CSE?, ¿Para que gastar la plata de la Alcaldía en un falso festival y en una alegría fingida?, ¿Por qué estresar y destrozar a la Policía?, ¿Cuál es la angustia del presidente si tiene todo bajo control? Tal vez la única respuesta posible es que como dice la canción –y este es el punto débil de Ortega- nos tiene miedo, porque no tenemos miedo…!
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