Mónica Zalaquett
Propongo enfáticamente que regalemos muñecas a nuestros niños en esta navidad. Un cambio en esa arraigada mentalidad que prohíbe a los varones jugar con muñecas puede ser lo más beneficioso que hagamos no sólo en fomento de la alegría y libre albedrío de nuestros niños, sino también en la transformación de la paternidad ausente en nuestra sociedad.
Si en vez de gritar asustados ¡los niños no juegan con muñecas!, animamos estos juegos con un “¡vas a ser un buen padre!” estaremos contribuyendo a un cambio profundo en esa masculinidad enferma que aleja a los hombres de sus afectos al permitir que los niños, tal como hacen las niñas, se entrenen desde pequeños para cargar a un bebé, abrazarlo, brindarle cuidados y expresarles afecto y ternura.
Sólo pensemos en que ocurriría si de pronto, como por arte de magia, un 80 por ciento de los hogares en Nicaragua contara con la presencia permanente y activa de un padre nutricio, tan cercano afectivamente a sus hijos como la madre, empático y capaz de comunicarse emocionalmente y no sólo intelectualmente con sus hijos, su pareja y el resto de sus familiares… imagínense nada más.
Suelo preguntar esto a las personas que asisten a capacitaciones sobre el tema de nuevas masculinidades y tanto hombres como mujeres responden lo mismo: disminuiría radicalmente la violencia intrafamiliar y la violencia callejera, mejorarían una gran parte de los problemas de salud pública y se resolverían muchos de los grandes problemas de la educación tales como la deserción escolar, la retención y la calidad misma de la enseñanza, avanzaríamos rápidamente en la superación de la pobreza y la pobreza extrema, disminuirían el alcoholismo, las adicciones y los accidentes y enfermedades vinculados a ello, cambiaría hasta la manera de hacer política, en fin, se transformaría nuestra sociedad.
También solicito que me digan qué prioridad les merece, de uno a diez, este tema en las políticas públicas, en la orientación de la labor social de organismos no gubernamentales o las iglesias, en el debate y el interés público y varias veces me ha ocurrido tanto en Nicaragua como en otros países que los hombres se levantan entusiastamente para exclamar “¡doce!”
En esas ocasiones me pregunto ¿por qué un tema que suscita tanta pasión e interés sigue siendo tan soslayado en el debate público? Posiblemente se debe a que el paradigma machista es aún demasiado vigente y a que una mayoría de hombres sigue creyendo, por la fuerza del hábito y la opresión cultural, que los roles tradicionales les favorecen.
Sin embargo, cada vez más hombres están despertando y apuntándose a la búsqueda de la liberación masculina. Cada vez más hombres están comprendiendo que el supuesto beneficio que les reportan los roles machistas son la gran falacia de los tiempos modernos. Y esto ocurre más que todo, cuando recuperan la dimensión afectiva que les ha sido arrebatada por el patriarcado y por los procesos de crianza autoritarios, violentos y represivos con que se castra emocionalmente la masculinidad.
Muchos hombres están descubriendo como la calidad de sus vidas mejora sustantivamente con una paternidad nutricia y enriquecedora. “Descubrir que los hombres también somos sensibles y podemos ejercer una paternidad responsable y afectiva en compañía de nuestra pareja, es una meta que puede alcanzarse”, opinaba hace poco, Francisco Cervantes, integrante del Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, AC (Coriac), una organización que lleva años promoviendo una masculinidad no machista en México. “La apertura al cambio fortalece nuestras relaciones y las hace más tolerantes, respetuosas y armónicas, a la vez que promueve una masculinidad más auténtica, donde expresar las emociones es fundamental para poder convivir con hijas, hijos, y pareja” señalaba Cervantes.
Pero ello supone un gran esfuerzo de transformación cultural. Sabemos que los niños aprenden a ser hombres, padres, pareja observando el comportamiento de sus padres, y cuando esta figura está ausente, como lo está en un altísimo porcentaje de familias, esa ausencia es justamente lo que reproducirán. La identidad paterna se aprende en la familia, se refuerza en la escuela, la comunidad, a lo largo de la vida en las interacciones sociales y bajo la poderosa influencia de los medios de comunicación.
Y es por eso, porque la cultura patriarcal se reproduce bajo el peso de lazos afectivos y se resguarda mediante complejos y dolorosos mecanismos de represión cultural, que es tan poderosa y hegemónica. Un hombre que se arriesga a vivir una masculinidad y/o una paternidad diferentes, se arriesga también a enfrentar la discriminación, el rechazo y el aislamiento social, lo que indica la importancia de fortalecer los procesos de autoestima masculina.
Un cambio tan trascendente no puede lograrse sólo mediante una y otra capacitación sobre estos temas, por muchos grupos de hombres o mujeres que trabajemos en ello, sino que debe abrirse decididamente un debate público que concite cada vez más esfuerzos culturales, educativos y artísticos, iniciativas novedosas y creadoras que ganen simpatías a esta propuesta.
Se trata ni más ni menos, que de transgredir uno de los más férreos y destructivos mandatos de la cultura patriarcal: justamente ese que impide a los niños jugar con muñecas para permitirles y fomentarles el retorno al mundo de sus afectos, la libertad de expresar su amor a través del contacto físico y la de conectarse con sus sentimientos, sin que le caiga encima el ojo vigilante de de un padre o una madre que griten de inmediato: “no jugués con muñecas” que en otras palabras significa “te prohíbo aprender ser papá”.
*Directora Centro de Prevención de la Violencia, CEPREV
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