martes, 7 de diciembre de 2010

Octavio Rocha y el Movimiento de Vanguardia

Por José Coronel Urtecho
(Segunda de tres partes)

Octavio Rocha y Pablo Antonio Cuadra --más propiamente para el caso, Octavio Rocha-- ¬empezaron a sacar uno de tantos sábados en El Correo, un verdadero suplemento literario semanal que llamaron Página de Vanguardia. Parecía increíble que el órgano de la burguesía entregara una página a los vanguardistas, antes definidos como antiburgueses. Casi todo lo que salía en esa página resultaba inentendible para los lectores de El Correo. Casi todo les parecía escrito en una lengua que ellos desconocían. Era para ellos un galimatías que ni se molestaban en examinar, atribuyéndolo a un pasajero ataque de excentricidad de un diario conservador como El Correo. Ignoraban que lo característico de los vanguardistas era el culto del disparate, mejor dicho el cultivo del disparate. El disparate por el disparate era la fórmula con que sustituían el lema modernista del arte por el arte.

Pero la clave, sin embargo, la causa de que existiese la Página de Vanguardia, consistía en que el padre de Octavio Rocha era el dueño de El Correo. Este señor estaba lejos de tener preocupaciones literarias, pero no se oponía, sino al contrario, le agradaba que un hijo suyo las tuviera, y cuando Octavio Rocha le pidió permiso para sacar semanalmente en El Correo una página literaria en compañía con Pablo Antonio Cuadra, le dio su apoyo.

Lo que, ante todo, se proponía la Página de Vanguardia era dar cabida a los escritos en verso y prosa de los jóvenes que formaban el grupo vanguardista en Granada y de los que buscaban algo nuevo en las otras ciudades. De ese modo, se fueron publicando poemas inéditos de los editores de la página, Octavio Rocha y Pablo Antonio Cuadra y de sus compañeros Joaquín Pasos, Luis Downing, Pérez Estrada, Luis Alberto Cabrales, Manolo Cuadra, Alberto Ordóñez y hasta de algunos poetas callejeros como el Morrongo y Bruno Mongalo. Los redactores y colaboradores de ese diario, con la excepción de Carlos A. Bravo --considerado precursor y hasta maestro de algunos vanguardistas--, no pasaban del bajo nivel cultural de los conservadores granadinos. La otra tarea de la página fue la de dar a conocer la literatura extranjera de entonces, especialmente la más avanzada o de vanguardia.

En lo de traducir al español del francés y el inglés, colaboraba yo con Joaquín Pasos, que parecía haber nacido con el don de lenguas. Él no sólo leía francés e inglés, sino también --como ninguno de nosotros-- podía no sólo leer, sino hablar alemán, sin que hubiera salido nunca de Nicaragua, ni recibido clases de idiomas en las escuelas donde se enseñan. Las traducciones nuestras de esa época fueron quizás las mejores que se han hecho en nuestro país.

En Nicaragua no había habido nada semejante, a no ser una Antología general de poesía extranjera de principios del siglo, recopilada por el grupo de escritores modernistas reunidos alrededor del diario La Noticia. En ésta se agrupaban varios poetas modernistas, como Sáenz Morales, que le daban al periódico lo que hasta entonces no habían tenido los otros del país. Pero la Página de Vanguardia representaba una tendencia distinta y hasta contraria a la de La Noticia. Lo de más largo alcance de ese acontecimiento no son siquiera los valores intrínsecos de la página, ni por mucho que sea la introducción del Van¬guardismo en Nicaragua, y la influencia que tuvo en la literatura nicaragüense posterior, sino ante todo y sobre todo, el hecho de haber sido el primer suplemento literario que formó parte de un periódico y circuló con él.

Los escritores modernistas del círculo de La Noticia, la mayor parte de lo suyo lo publicaban en un semanario llamado Los Domingos. Pero lo que ocurría por ese lado --el Modernismo-- era más bien algo que estaba en el ocaso, mientras lo que sacaban en su página de El Correo los dos muchachos vanguardistas no llegaba ni a ser un movimiento literario, pues se jactaba de ser más bien un antimovimiento antiliterario que apenas empezaba. Ése fue, en parte al menos, el origen de la nueva literatura nicaragüense, que no negaba, si no al contrario, reconocía sus orígenes en Rubén Darío. Aunque no lo admitían entonces, en eso se hermanaban y hasta se parecían en uno por otro rasgo los dos adversarios, el Modernismo y el Vanguardismo de Nicaragua que, como todo lo demás en la literatura moderna de la lengua, provenía de Rubén.

Alejado como yo estaba no sólo de Granada sino hasta creo que del país, no me di cuenta cuándo dejó de aparecer la Página de Vanguardia, como tampoco cuándo dejó de salir El Correo, pues tiempo después la ciudad, ya indeteniblemente precipitada en su decadencia, quedaba sin periódicos. Se podía decir que Granada --todo es que en Granada tenía significación-- se trasladaba a Managua. Con esa especie de éxodo, cambiaba todo y hasta en cierto sentido la naturaleza o por lo menos, la dirección del vanguardismo. De éste sólo quedaba --fuera de ciertas modalidades-- la aspiración a la libertad y la necesidad de la novedad, dos cosas que en Managua adquirían otro sentido. Lo que pasó con la presencia de los vanguardistas en Managua se puede tomar como el principio de una revolución literaria nicaragüense o como un nuevo giro de revolución poética de la lengua iniciada por Darío.

El que lo realizó esta vez fue Pablo Antonio Cuadra, solo. No hay que culparlo, porque en el ínterin Octavio Rocha había desertado de la literatura. Pablo Antonio logró trasladar los propósitos del primer suplemento literario a un ¬periódico de Managua, quiero decir, al que era entonces el principal periódico del país. Se trata del diario la Prensa, que en ese tiempo ya dirigía Pedro Joaquín Chamorro, primo hermano y admirador de Pablo Antonio Cuadra, al que estimaba mucho, entre otras cosas, por su dominio del periodismo literario, que ya había mostrado ampliamente en la Página de Vanguardia.

Así empezó a salir, bajo la dirección de Pablo Antonio Cuadra, el suplemento literario de La Prensa que todos conocemos como La Prensa Literaria. Se vio inmediatamente que venía a llenar no sólo un gran vacío, sino una urgente necesidad de la cultura nicaragüense. Por lo demás, atrajo hacia La Prensa a todos o casi todos los jóvenes que escribían o cultivaban las artes en el país. La Prensa Literaria trazó amplios límites y abrió sus puertas con un espíritu menos discriminatorio o sólo dirigido por las tendencias vanguardistas puras y que dejaba lugar para todas las formas, tanto experimentales como tradicionales, que se ensayarían en Nicaragua, siempre que no escaparan del campo de la autenticidad. Pero no hay que olvidar que las líneas iniciales fueron trazadas en la Página de Vanguardia.

El que llenó el vacío del aliado de Pablo Antonio Cuadra en La Prensa Literaria fue el hijo único de Octavio Rocha, el poeta Luis Rocha. No cabe duda que Luis Rocha se manejaba a la perfección como asistente de Pablo Antonio Cuadra y esto hacía más viva, si cabe, la actividad del Director de la Prensa Literaria. Creo yo que hasta entonces no había habido ningún periódico ni sección de periódico --menos aún suplemento literario-- que haya ejercido, como La Prensa Literaria, tal influencia en el desarrollo de la literatura nicaragüense y en general de su cultura. El suplemento literario de La Prensa no sólo comunicaba un sentido de dirección, sino que, con ejemplo, creaba una especie de conciencia común entre los del oficio --que allí se daban a conocer-- y daba pie a unas nuevas lenguas de libertad y novedad, capaces de presentar la realidad en otros planos o niveles.

Basado en eso, puede decirse que fue La Prensa Literaria la que instituyó en la literatura nacional nuevos niveles de exigencia, cuando no simplemente niveles de exigencia desconocidos hasta entonces entre nosotros, niveles que tal vez son ya como la base del gusto literario en Nicaragua. Por lo demás, es innegable que La Prensa Literaria fue el escenario por el que han pasado casi todos los poetas, escritores, artistas o intelectuales nicaragüenses contemporáneos.

En esa forma siguió el asunto, puede decirse que sin tropiezos, hasta que el triunfo de la Revolución Sandinista se convirtió en motivo de división y aun de separación entre los propietarios de La Prensa. De allí salió, como es sabido EL NUEVO DIARIO, producto de casi todos los trabajadores despedidos de La Prensa, que lo fundaron bajo la dirección de Xavier Chamorro, hermano de Pedro Joaquín, el héroe nacional asesinado por elementos del régimen dinástico. Poco después de aparecido EL NUEVO DIARIO, se completó con su correspondiente suplemento literario, llamado NUEVO AMANECER CULTURAL a cargo de Luis Rocha, el ex compañero de Pablo Antonio Cuadra en La Prensa Literaria. En cierto modo seguía, pues, la línea: Página de Vanguardia, Prensa Literaria y NUEVO AMANECER.

Por lo que oigo decir no sólo bajó de nivel La Prensa Literaria, sino que prescindió de casi todos sus colaboradores.

Los suplementos literarios con los que yo, desde luego, mantenía contacto más o menos irregular eran NUEVO AMANECER CULTURAL y Ventana, de Barricada. La diferencia entre ambos es, a mi ver, que NUEVO AMANECER sigue la línea anterior de La Prensa Literaria, que más o menos era la de la Página de Vanguardia, mientras Ventana, empezando por su formato, es a su modo la continuación de la primera revista Ventana, que sacaban en León, a la sombra de la universidad, Sergio Ramírez, y Fernando Gordillo. Ésta fue, según creo, la primera publicación literaria nicaragüense francamente orientada hacia la izquierda. A causa de Ventana, la de Barricada, y por NUEVO AMANECER CULTURAL, de EL NUEVO DIARIO, es que ha ocurrido en Nicaragua la compenetración de la cultura con la política.

Sería inútil preguntarse qué hubiera pasado si Octavio Rocha hubiera seguido trabajando con Pablo Antonio Cuadra, en vez de abandonar su ocupación de periodista literario y su propia dedicación a la literatura. Sospecho que la vitalidad de lo comprendido no sería tanta sin el empuje de Luis Rocha, más sostenido que el de su padre. Se dice que desde entonces no volvió a hacer poemas, ni siquiera en secreto. Hasta yo mismo, que le tenía particular cariño, lo perdí de vista. Cuando ya no salía la Página de Vanguardia y sin que se pensara aún que Pablo Antonio Cuadra sacaría La Prensa Literaria, lo que se contaba de Octavio Rocha entre los vanguardistas era sólo que estaba perdidamente enamorado y que pasaba casi todo el día en la casa de su novia. Algo después se supo que se casó con ella y de su matrimonio nació Luis Rocha, que en su tiempo completaría y superaría lo que dejó su padre sólo empezado.

Octavio Rocha era tranquilo y dueño de sí mismo, aunque en el fondo --en las profundidades del amor y el sexo-- parece que tenía una explosiva reserva de hipersensibilidad. Parecería que lo hipersensitivo de su carácter íntimo haya sido lo que en un arrebato de celos --a mi ver infundado-- lo hizo un día alejar de su lado a su esposa, la entonces joven madre de Luis Rocha. Ella era no sólo joven y linda, sino también inteligente como lo son en general las mujeres de su apellido. La intempestiva separación de la pareja marcó, al parecer, el resto de sus vidas y fue quizás el motivo para que Octavio Rocha abandonara sin retorno su vocación de poeta.

Cuando decidió casarse, Octavio Rocha debe haber empezado a pensar en los cambios que tendría que hacer en su modo de vida para encontrar los medios de mantener su hogar. Cuando era vanguardista nunca pensó que tendría que ganar dinero. Su relación con el dinero, si acaso la tenía, debe haber sido siempre casual e improvisada. Ya casado y más aún, recién separado de su esposa --a la que tendría que ayudar a mantenerse con su hijo pequeño-- la solución que él escogió fue dedicarse a los negocios. No sé lo que sucedió, ni cómo ocurrió la transformación del poeta Octavio Rocha en hombre de negocios. Lo que quisiera es entender cómo se convirtió, de un día para otro, de poeta y editor de poesía en hombre únicamente dedicado a hacer dinero.

Se me dijo una vez que ya tenía cierta posición como agente de películas de cine norteamericanas en Panamá. Allá puso las bases de lo que luego fue su floreciente empresa comercial en Managua. Allí tuvo una tienda que las dos o tres veces que pasé por ella no me causó mala impresión --pese a que soy alérgico a las tiendas-- en la que se vendían, me parece, radios y cosas por el estilo a una clientela que entraba y salía casi seguidamente, creando un ambiente de prosperidad. Mis rápidas pasadas por la tienda de Octavio Rocha no eran por verlo a él, sino a su hijo, Luis Rocha, cuya amistad conmigo ya era mayor entonces que la de su padre, que no quería ser visto como poeta, sino como comerciante, mientras su hijo quería ser sólo poeta.

Siendo poeta, no lograba adquirir una conciencia de comerciante. Me imagino que fue por entonces que Luis Rocha dejó la tienda de su padre y empezó a trabajar con Pablo Antonio Cuadra, ya no recuerdo si en la UCA o en la Prensa Literaria. Así empezó a llenar el vacío que había dejado su padre.

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