“El cuerpo del rico ha sido entregado a la tierra; pero la vista de las grandes construcciones no permite que con él quede enterrada la memoria de su avaricia. Todo el que pasa, al contemplar la riqueza de la espléndida casa, no dejará de decirse a sí mismo o a su vecino: -¿Con cuántas lágrimas no se habrá edificado esta casa? Cuántos huérfanos se habrán quedado desnudos. Cuántas viudas no habrán sufrido una iniquidad y cuántos obreros no habrán sido defraudados de su jornal. De modo que te pasa todo al revés; querías gozar de gloria mientras vivías y ahora ni después de fallecer te ves libre de acusadores. La casa lleva tu nombre, como esculpido en la fachada y obliga a que te ultrajen hasta quienes no te vieron en vida”. [1]
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