“Quizás das limosnas. Pero, ¿de dónde las sacas, sino de tus riñas crueles, del sufrimiento, de las lágrimas, de los suspiros? Si el pobre supiera de dónde viene tu óbolo, él lo rechazaría porque tendría la impresión de morder la carne de sus hermanos/as o de beber la sangre de su prójimo. El te diría estas palabras valientes: No sacies mi sed con las lágrimas de mis hermanos. No des al pobre el pan endurecido con las lágrimas de mis compañeros de miseria. Devuelve a tu semejante lo que reclamaste y yo te seré muy grato. ¿De qué vale consolar a un pobre, si tú haces otros cien?” [1]
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