Las estrellas que asomaban titileos inmortales
despertaron con sus lanzas el sueño de los dormidos
Estaban enloquecidos de pedernal y agua fresca
los pueblerinos ansiosos de lluvias y cielos eternos:
Para qué faro sin puerto?
Para qué puerto sin agua?
Para qué si en las mañanas los amaneceres mueren?
Para qué si por las tardes los atardeceres huyen?
Y el Faro enmudecido señalando al infinito
Infinitamente sabio con su silencio decía:
Para qué mundos sin sueños?
Para qué hombres sin puertos?
pues aunque los amaneceres mueran
y aunque los atardeceres huyan
en la búsqueda incesante de lo incesantemente bueno
habrá siempre hombres justos señalando al infinito
Siempre habrá quien nos recuerde
levantar la vista al cielo
Recordarnos más allá del pedernal y la piedra.
Mauricio Díaz Dávila
Guatemala de la Asunción
Mayo 13 de 1998
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